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Anónimo. Óleo sobre tela. Javier Valle Pérez. LA PRENSA/ARCHIVO

Sentadito y Piz

Allá por el año de mil novecientos y tantos, en un país y pueblo muy lejano, existía una pequeña escuelita cuyo nombre hoy se me ha perdido en la memoria, en la que sucedió esta historia que les voy a contar. Había un pupitre llamado Sentadito, normal como cualquier pupitre de escuela, cuyo detalle de […]

Allá por el año de mil novecientos y tantos, en un país y pueblo muy lejano, existía una pequeña escuelita cuyo nombre hoy se me ha perdido en la memoria, en la que sucedió esta historia que les voy a contar.

Había un pupitre llamado Sentadito, normal como cualquier pupitre de escuela, cuyo detalle de su serenidad y silencio le hacía destacar del resto. Era de ese tipo de sujetos que observan y observan. ¡Ya te imaginarás lo que sabía, por escuchar a tantos maestros!

Sentadito tenía como compañero de aula al pizarrón Piz, él no reía tanto como los otros pizarrones cada vez que el Maestro le acariciaba la barriga. ¡NO!, era bonachón y estudioso, lo que le escribían lo grababa en su memoria de arena.

Sentadito y Piz platicaban a menudo, pues como tú sabes, las cosas tienen su lenguaje que los humanos no escuchan, ni entienden.

—¡Hermano Piz! ¡Hermano Piz! —llamó Sentadito, mientras miraba la puerta de salida— ¿hace cuánto se fue el último niño?

—Hora y media tal vez, hermano Sentadito —contestó Piz.

—¡Hora y media! —repitió Sentadito, admirado— y el Maestro aún no se levanta de la mesa, ha seguido trabajando.

—¡Sí, hermano! —dijo Piz— Y mira que hoy es jueves y por tercera vez en la semana se ha quedado trabajando.

—¡Veinte años de verlo! Y cada año es lo mismo, casi todos los días, el mismo entusiasmo y dedicación de sus primeros días de clase —comentó el pupitre.

—¡Tienes razón Sentadito! ¡Qué terquedad! ¡Qué dedicación!

—¡Y paciencia! —agregó inmediatamente Piz.

—¿Paciencia, por qué Piz?

—¿Crees que cualquier humano repetiría tantas veces a los alumnos una lección hasta verlos comprender a todos?

—¡Tienes razón! —dijo Sentadito—, pues ha repetido no sólo a estos niños esas lecciones, también lo hizo con el hermano mayor de Paquito y el padre de éste.

—¡Ja… ja… ja… ja… ja…! —interrumpió burlesca la Ventana Charlatana— ¡Admiran porque quieren! —dijo irónicamente— ¿Acaso no se fijan cómo viste, no han visto lo barato de su ropa?

—¡Cállate! —roncó en un vocerrón Sentadito, en tono de sumo disgusto que no le era usual —¡Cállate! ¡Ventana Charlatana!, que el vestir sencillo es por la poca paga, y no por ignorancia.

—¡Síiiiiiiiiii! —dijo Piz; BO, el borrador; la puerta PU; la tiza TI y los otros compañeros del aula, pero Piz alzó más la voz en un momento y dijo: —¡El Maestro es un gran ser humano!

¡Todos callaron!, el silencio de las cosas retornó al aula de clases, en aquella frase se había dicho todo. Mientras el Maestro cabizbajo, ignorante de la discusión, ajustaba su segunda hora de trabajo después de la salida del último niño de su clase, dándole la vuelta al último examen… el número cuarenta y cinco.

La Prensa Literaria

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