14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Pintura de Sergio Rotunno. LA PRENSA/ARCHIVO

La escalera

Desciendo la escalera de espaldas, así, todo retrocederá y al bajar, será como lo fue hace diez minutos y me convenceré que esto fue sólo un mal pensamiento. En cada escalón repaso mi vida. Parece que fue ayer cuando me nombraron jefa de la unidad de Neurocirugía. Un puesto reservado únicamente para hombres. No me […]

Desciendo la escalera de espaldas, así, todo retrocederá y al bajar, será como lo fue hace diez minutos y me convenceré que esto fue sólo un mal pensamiento.

En cada escalón repaso mi vida.

Parece que fue ayer cuando me nombraron jefa de la unidad de Neurocirugía. Un puesto reservado únicamente para hombres.

No me lo regalaron, me lo gané por mis propios méritos en largas noches de desvelo yendo a maestrías y postgrados, no como otras que se acuestan con sus jefes.

En el otro peldaño, recuerdo cuando renuncié al cargo. Estaba cansada de las investigaciones y cuchicheos por las extrañas muertes de cinco pacientes que tenían los días contados con aneurismas, derrames y grandes tumores.

Quise cambiar de vida. Una en la que no trasnocharía ni me preocuparía por curar heridas ajenas, atender a delincuentes con un balazo bien merecido en el cráneo o por vivir en la agitación de los viernes y sábados cuando en la Sala de Emergencia hay romería de heridos.

Compré una casa en la playa y quise gozar la vida, pero me lo impidió mi irritante marido siempre preocupado por mí, como si no tuviera en qué concentrarse. Sin embargo, fue el período más feliz que viví, reina plena de la casa, sin cuentas por pagar, embriagada de libertad y sin mayores responsabilidades.

Un día, a mi esposo se le ocurrió chocar borracho y le amputaron la pierna derecha. Así yo no quería un hombre. Lo conocí entero y no quería pedazos de él. Enfurecida por su mal actuar, lo corrí de la casa para que no se convirtiera en una carga más, porque estaba harta de atender pacientes y tener en mis manos la responsabilidad de sus vidas.

Y entonces, vinieron mis padres.

¡Qué mala suerte la mía! Unos padres seniles y más locos que las cabras. No pude deshacerme de ellos. No los aceptaban en el asilo ni en el hospital siquiátrico. Mi padre huyendo de mí por creer que lo envenenaba con su avena de las mañanas y mi madre, con un casco de motociclista en la cabeza por miedo que le cayera un meteorito.

Un problema hereditario, me habían dicho, sin embargo, para mí era una maldición en la familia que acabaría por enloquecerme…

Y sucedió.

Es lo que hoy me tiene al comienzo de esta escalera viendo mis manos manchadas de sangre, el cuchillo en el piso y mis padres tirados en el suelo con sus miradas perdidas…

*Cuento finalista en el I Concurso Internacional de Cuento Breve Salón Del Libro Hispanoamericano Ciudad de México. El relato ahora será parte de la antología Voces con vida que publicará la editorial mexicana Palabra y Plumas Editores S.A.

La Prensa Literaria

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí