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Una simbiosis entre lo policial y negro

A propósito de la novela de Sergio Ramírez, El cielo llora por mí A María Elvira Bermúdez, siempre presente con nosotros. El ambiente y la atmósfera que se viven actualmente en las sociedades occidentales y capitalistas, parece legitimar el supuesto de que hay momentos más propicios que otros para el florecimiento de ciertos géneros, como […]

  • A propósito de la novela de Sergio Ramírez, El cielo llora por mí

A María Elvira Bermúdez, siempre presente con nosotros.

El ambiente y la atmósfera que se viven actualmente en las sociedades occidentales y capitalistas, parece legitimar el supuesto de que hay momentos más propicios que otros para el florecimiento de ciertos géneros, como sería el caso de la novela policíaca y negra, cuya temática contempla enigmas, crímenes, violencia, corrupción y drogas, entre otros elementos, en tanto que son conflictos y problemas de orden social y que se pretende resolver mediante el uso de los aparatos coercitivos del Estado: la policía, el ejército, etc. Uno de los problemas más candentes de los países latinoamericanos es el tráfico de drogas y sus correspondientes conexiones con los ámbitos criminales, políticos, deportivos y del espectáculo. Cada día es más cercana la relación de la “nota roja” policíaca con la de información político-económica. Muchos de los apabullantes casos que se presentan en la “nota roja”, los testimonios siempre cercanos de las víctimas de la violencia cotidiana, los secuestros –express y de los otros— además de otras notas e informaciones en los diversos medios de comunicación sobre los “crímenes de cuello blanco”, donde se agrede a la ecología y al medio ambiente para lograr ganancias fantásticas, aluden y pregonan el hecho de que vivimos en una sociedad delictiva; de ahí que varios escritores y críticos literarios consideren esta circunstancia como el leit motiv para la proliferación de este tipo de literatura policíaca y negra que, por lo demás al plantear un acto criminal, no está nada alejada de la realidad. Quién más quién menos en estas condiciones y en las ciudades de nuestra América hispana —llámese Bogotá, México, D.F., o Managua—, ha sufrido el acoso de la delincuencia y la corrupción en sus múltiples formas.

Sin embargo, pese a que están lejanos los relatos de Edgar Allan Poe, la llamada novela policial o policíaca y negra, ha tenido dos vertientes principales: la novela problema, considerada como clásica, con sus principales cultivadores a nivel mundial representados por Edgar Allan Poe y Sir Arthur Conan Doyle; y en México a María Elvira Bermúdez con su novela Diferentes razones tiene la muerte (Primera Edición: 1945, Plaza Valdés, 1987); y la cultivada por Raymond Chandler, Dashiell Hammett y, en toda la extensión de la palabra y por el color de la piel, por Chester Himes, a nivel mundial; mientras que en México tenemos el caso de la novela neopolicíaca con Paco Ignacio Taibo II, Rafael Ramírez Heredia, Arturo Pérez y Pérez, Mauricio-José Schwarz, entre otros. En este tipo de literatura, también llamada novela problema, hay una lucha ejemplar y denodada entre el bien y el mal, entre el héroe (el detective) y el criminal (antihéroe); es un juego de inteligencias, de razones y sinrazones, donde el espectador, junto con el autor, intentará resolver el enigma, el crimen, y desenmascarar o encontrar al asesino. Ambos, tanto el bueno como el malo, tendrán las mismas posibilidades de seguir adelante en sus empresas en bien de la sociedad o a favor de las ganancias llamadas “ilícitas”

Sin ninguna duda, pensaría que Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942) con su más reciente novela, El cielo llora por mí (Ed. Alfaguara, México, 2008. 290 pp.), realiza la simbiosis exacta de ambas, con todos sus ingredientes y elementos, al instalar a dos policías nicaragüenses, el inspector de la Policía Nacional de la Dirección de Investigación de Drogas, Dolores Morales, y el inspector de Bluefields, Bert Dixon, en una situación en donde hay un rompecabezas por ordenar, un misterio por resolver y que como elementos de la investigación deberán hacer uso de la deducción e inducción hasta llegar a descubrir a los culpables del crimen de una mujer, pero también elementos delictivos se encuentran detrás de un yate abandonado.

Pero, a diferencia de muchas de las llamadas novelas-problema, aquí sí hay alusión a cuestiones sociales y humanas; y no todo está centrado en el desarrollo de las dotes del héroe —su inteligencia, valentía, arrojo, sagacidad— y en el juego de descubrir a los villanos. Desde las primeras páginas el autor —a través de la postura y mirada ácida de doña Sofía Smith—, nos presenta la relajación de la moral revolucionaria y del estado laico de la Revolución Sandinista, cuando se le rinde tributo y culto a la reina del cielo, a la Virgen de Fátima, por parte de la Policía Nacional. Y hay más críticas a un estado de cosas que guarda ese país centroamericano —tan cercanas a las que padece México, por no decir que las mismas—, las cuales sintiendo el lector, además de las ramificaciones y la infinidad de formas que tiene el poder para encubrir a los suyos, mientras que se logran “descubrir” a los otros, que se le ofrecen a la sociedad como “torvos criminales”. La mezcla entre política y delincuencia está siempre presente y aparece casi al final la idea de que “el crimen no paga” y las cientos de maneras que tiene para castigar a los que lo hacen, aunque esto no es la base narrativa de la historia que nos presenta Ramírez.

El cielo llora por mí, como novela simbiótica de lo policial y negro, también sirve como un agente difusor de los valores y prejuicios que tienen y sostienen ciertos países y sus clases dominantes, esto es que se asume con una función ideológica crítica, cuestión que no tienen desde que se crearon las radionovelas, fotonovelas, telenovelas y el cine. Asimismo en el contenido central de la novela y el hecho criminal en sí, lo vemos como un reflejo y un producto de la sociedad nicaragüense capitalista, donde se desarrolla toda la acción: la acumulación de capital, el éxito material y la competencia feroz, las cuales forman una trilogía causal del crimen y éste, a su vez, se expresa en los propios asesinatos y el tráfico de drogas, por quienes ubican la dinámica de la lucha entre los diferentes y desiguales sectores sociales.

Por otra parte, en la novela, aunque hay una solución individualista del crimen que desarrolla la acción, nos muestra la fragmentación y el alejamiento del contexto social donde se producen los hechos. Por ello se necesita que el héroe (detective o en este caso un policía) esté siempre en primer plano. Por lo general en este tipo de novelas se observan cuatro características básicas: UNO: El momento en que se entra en contacto con la situación creada por el crimen. DOS: El trato del héroe (detective o policía) con las personas involucradas en esa situación. TRES: El triunfo final del héroe (detective o policía) cuando logra su objetivo. CUATRO: La identificación y desenmascaramiento público del crimen, al que se le atribuye toda la culpa, desatando contra él toda la fuerza de la represión que el control social puede ejercer. Todo eso se cumple cabalmente en El cielo llora por mí.

La novela involucra a diversos sectores sociales de la sociedad nicaragüense: desde la afanadora de las oficinas de la Policía Nacional hasta ciertos altos funcionarios que podrían, o no, estar coludidos en el narcotráfico y por lo que la acción de la justicia los podría tocar, o no, además de los infaltables agentes de la DEA gringa. Sin embargo el inspector Dolores Morales —muy buen nombre para un policía— buscará la forma de que el crimen sí pague. Morales es un ex guerrillero sandinista, indagador intuitivo y suertudo, deductivo de una realidad atroz escondida tras las buenas apariencias, donde de entrada todos son o pueden ser culpables en principio. Esta sensación es percibida por los sospechosos que le corresponderán con distintos niveles de agresión, según sea su status y posibilidades de violencia, y que tratan desesperadamente de demostrar, a veces sin éxito, su inocencia. En ocasiones quienes más sufren las consecuencias de las sospechas son esos personajes secundarios que se ven explotados de una forma directa: —obvio— el chofer, el mayordomo, el empleado, etc., porque están incapacitados para planear su defensa y resultan “fácilmente” utilizables para los propósitos del héroe o de la policía, son los famosos chivos expiatorios que se mencionan desde las tragedias griegas.

La Prensa Literaria

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