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LA PRENSA/Fotoarte/B. Rodríguez

Digo que no

Me dejaron al cuido de esta casa porque los patrones juran que está embrujada. Yo digo que son puros cuentos. Hoy sacaron los muebles, las ropas, las camas, la cocina, los trastos, la tele, el equipo de sonido, en fin, hasta cargaron con el perro y me dejaron aquí solito de guardián. Qué pueden decirme, […]

Me dejaron al cuido de esta casa porque los patrones juran que está embrujada.

Yo digo que son puros cuentos.

Hoy sacaron los muebles, las ropas, las camas, la cocina, los trastos, la tele, el equipo de sonido, en fin, hasta cargaron con el perro y me dejaron aquí solito de guardián.

Qué pueden decirme, si yo estuve estos meses que la construyeron cuidando, con mi pistola de seis tiros que guardo en la cabecera de la cama y nunca oí ni vi nada. ¡Ah!, pero ellos dale con los fantasmas, dale con el embrujo y dale que dale con que se perdían los objetos, que las sillas cambiaban de lugar, que se cerraban las puertas, que en la noche los tocaban y escuchaban gemidos, risas y mentadas de madre.

En cuanto nomás, la van a vender.

Pobrecitos.

De niños fueron traumatizados con el chamuco o con el uyuyuy que viene el lobo.

Puras tonterías.

Para mí las casas tienen vida propia.

Uno cree que son cemento, hierro, piedra y madera, pero tienen alma. En las madrugadas, igual que nosotros, se retuercen de frío, en el día se sacuden del calor, mueven las cortinas, se truenan los dedos de las vigas por el aburrimiento de estar en el mismo lugar y como está alejada, le agarra por cantar para ahuyentar la soledad.

Mi mamá me contaba que en las montañas de Kukra Hill pasaban eventos como éstos. Una noche vieron a lo lejos una pared de fuego que venía hacia ellos. El incendio era tan intenso, que a esa hora, a las doce de la noche, parecía el atardecer. El patrón corrió fuera de la casa, dio el aviso y miraron el gran brillo avanzando. Tomaron lo que pudieron y corrieron a salvarse.

Por la mañana regresaron.

La casa estaba intacta.

Mandaron dos mozos al lugar donde habían visto las lenguas llameantes, pero no encontraron nada. El patrón, aún sin creerlo, fue él mismo y volvió rascándose la cabeza y arrugando las cejas, desconcertado.

Otra vez me contó de un extraño animal que se había subido al techo y rasguñaba como queriendo entrar. El patrón tomó la escopeta y disparó dos descargas. Oyeron que algo cayó al suelo y al salir, los caballos, las mulas, las vacas, los cerdos y las gallinas estaban muertos. Puros cuentos de camino.

Ella, muy católica y creyente de las almas, me contó que tras mudarse a la capital, se le apareció el fantasma de mi tío. Le dijo que no se preocupara, porque se iba al cielo y sólo venía a despedirse. Por la mañana le avisaron que esa madrugada la Guardia Nacional lo había ametrallado dentro de su casa por presunto guerrillero.

Una noche mi madre despertó llorando porque en un sueño había visto zopilotes en la ventana de la casa del abuelo. Al día siguiente supimos que el anciano había estirado la pata. Y para más, ese día al trasladarlo al cementerio encima de nosotros revoloteaban bandadas de zopilotes. Pero yo digo que todo esto son invenciones y al escuchar el chocar de las ventanas, el crujir de las bisagras, los llantos, las risas enloquecidas y el movimiento de mi cama, no me espanto.

Arquímedes González (Managua, 1972). Periodista. Ha publicado las novelas: La muerte de Acuario, Qué sola estás Maité y Tengo un mal presentimiento.

La Prensa Literaria

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