Guillermo Rothschuh Villanueva
Decidí serle fiel.
Puse candados
y enllavé las puertas
de mi corazón errante.
Mi tiempo y ánimo
eran sólo para ella.
Mi vida transcurría
entre su amor, mis lecturas
y mis libros.
Cuando me creía curado,
en un verano alucinante,
una negra atravesó la calle,
hizo un giro y quebró las caderas.
Fue una visión fugaz.
El aroma de su piel
se cristalizó en el aire.
Su andar de pantera al acecho
ahuyentó los fantasmas.
Atendí el llamado
de su mirada suplicante.
La seguí embobado
y mandé a la mierda
todos mis escrúpulos.
Las moscas de antes y las de ahora
Santiago Molina
Las moscas de antes eran mejor que las de ahora,
decía el maestro Raymond Queneau.
Azulíneos eran sus vuelos bucólicos
cuando venían del establo pegajosas de leche
a posarse en el borde transparente de las cosas
ahí se quedaban inmóviles hojeando entre sus patitas
un diminuto Libro de Horas
atardándose en algún pasaje referente al Ángelus que llegaba
pero las moscas de ahora ya no son como las de antes
ahora pasan el día oficinero
pegadas a la miel de sus sillones
agarrándose a las migajas de sus escritorios
obedientes bajo las hélices del gran abanico
filoso arriba de sus cabezas
sus vuelos son curvilíneos cuando dibujan las parábolas de
los jefes y borroñoso es el espacio desde que volaron del
universo granjero de Orwell y millones de ojos insomnes nos
vigilan con su panóptico ojeroso espionas totalitarias de
nuestro mantel cotidiano ya no podemos apartarlas con las
manos agrupadas en plastas y partidos
quieren aplastarnos con su bestiario alado
ah, las moscas de antaño del maestro Queneau
zumbando arcádicas en la memoria.