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La camaleona

A Gloria Elena Espinoza de Tercero por el Teatro, esa pasión que nos une Entra la Camaleona, lleva un luto riguroso, desde los zapatos hasta la cartera. Cuando entra a escena todas las mujeres que están en el rezo se acomodan máscaras de dolor y comienza una danza gestual, orgánica al compás de un réquiem. […]

A Gloria Elena Espinoza de Tercero por el Teatro, esa pasión que nos une

Entra la Camaleona, lleva un luto riguroso, desde los zapatos hasta la cartera. Cuando entra a escena todas las mujeres que están en el rezo se acomodan máscaras de dolor y comienza una danza gestual, orgánica al compás de un réquiem. La coreografía danzaria y plástica rodea a la Camaleona. La danza la acosa y la hostiga.

LA CAMALEONA

(Taconeando fuertemente con el pie izquierdo) ¡Fuera! ¡Fuera he dicho! ¡Pajarracas! ¡Gallinas con morriña! (Hace el sonido como cuando se espanta el ganado) ¡ Soooo… soooo! Lo tuvieron vivo, ahora lo quieren muerto. (Saca una fotografía de Yader y la coloca en el altar, arrastra una silla y se sienta). Cuando decidí ser otra, juré que a la única que le iba a aceptar una derrota era a la muerte. La muerte es la única que me podrá vencer —me dije—. Pero nunca imaginé la clase de rival que es el amor; porque nunca he amado en la vida como amé a este hombre.

Saca del bolso la botella de licor, los cigarrillos y un encendedor.

Yo no sé cómo pasó. Un día muy deprimida comencé a beber y lo invité a él a mi mesa. En la mañana cuando desperté estaba dormido en mi cama. Le expliqué, maldición, le explique; que lo que había pasado era producto de la borrachera. (Toma otro trago y enciende otro cigarro), pero él no entendió, nunca entendió. Le cerraba las puertas y él se metía por las ventanas. Otro día cerré bien puertas y ventanas. Ese día cuando salía del baño, divisé una sombra; corrí, agarré una pistola y dije: “¿Quién anda allí?” “Yo”, me dijo. “Yo quién”, le respondí. “Soy Yader”. “Pero por donde entraste”. “Entré por el techo, quité una hoja de zinc y entré”. “Mañana —le dije— voy a mandar que le pongan pernos al techo”. Y él me respondió: “Entonces voy a hacer un hoyo en la pared, pero voy a entrar siempre”.

(Guarda silencio, toma la foto de Yader y la oprime contra el pecho. Muy tierna ) Yo no tenía corazón y él me hizo uno. Era como una casa sin puertas; él hizo una y entró en mí. (Coloca de nuevo la foto, toma la botella y camina por el escenario bebiendo el contenido de ésta). Sí, ya sé, ya sé que tenía otras mujeres; una en Pueblo Nuevo con un chavalo; también vivía con una mesera del bar de La Gata y con una cuarentona del Mercado Central. Es que Yader era enamorado de las mujeres. Para él una mujer eran dos pechos y una vagina. (Se empina de nuevo la botella). Pero cuando estaba conmigo en el cuarto, el mundo desaparecía. Tenía una energía para hacer el amor que me le bebía el sudor y la saliva.

Y me hacía sentir viva (corre hacia el altar y comienza a desbaratar las flores). ¡Viva! ¡Viva! (de un manotazo manda al suelo a la Dolorosa y las veladoras). Ahora me siento muerta. ¡Muerta viva! ¡Viva muerta! (Agarra la foto de Yader y la hace chingastes). No quiero foto; lo quiero a él, a él para que me devuelva la vida.

(Arrastra la mesa del altar y la coloca al centro, saca del bolso otra botella de licor, la abre y se da otro trago). ¡Uff, qué calor! Estamos en invierno y nada de llover. Este país es un infierno. Le tiene vendido el alma al diablo. (Se suelta el pelo y mete las manos a través de él, como si sus manos fuesen un peine).

Sé, he tenido otros hombres (suelta una risa burlesca). Se llamaba Relicario, qué nombrecito. Cuando llamaba a Relicario también venía el perro. Era indio, indio el desgraciado, pero inteligente. Le enseñé a leer y escribir y llegó a ser teniente. Después fue responsable de abastos de la Guardia Nacional. Pero su vida subió como la espuma cuando comenzó a cazar guerrilleros. Eran tiempos de enfrentamientos, de guerra, de cárceles llenas, de torturados, de machacados, de muchachos muertos, de toque de queda, de guardias emboscados. Con él comencé mi vida de negociante. Tenía veinte mujeres palmeando, era la única que abastecía de tortillas los cuarteles de Managua. Después comencé a ganar más dinero cuando informaba sobre el paradero de los muchachos presos, muchas veces les metía comida, medicinas y ropa. Había madres que me pagaban por entregarles el cadáver de sus hijos. Para mí la vida es un negocio.

(Se empina de nuevo la botella). ¡Uff, qué calor hace! El sol en la calle es pura pica pica, sudor y polvo. Se siente en el aire un sudor a sarna. Siento que me quemo, ¡uff! Tengo el cuerpo hecho brasas. (Con las dos manos rompe la falda y se le ven las piernas y el calzón. Se sopla entre las piernas). ¿Se me ve el calzón? ¿Es inmoral que se me vea el calzón? (Irónica). Inmoral es que la Virginia esté presa porque le encontraron unas bolsas de cocaína en sus partes, mientras el verdadero traficante le compre al juez su libertad. (Gritando). Inmoral es levantarse y no tener que darle de comer a tus hijos. La pobreza es inmoral. Por eso nunca he entendido la vida. Por eso juego en el equipo de los fuertes, de los que todo lo pueden, de los que nacieron con la mejor de las suertes.

(Se empina de nuevo la botella, se quita la blusa y se queda en sostén). ¡Uff, qué calor hace! Parece que este país vive dentro de un comal; qué calor hace, Dios mío, qué calor hace. Por eso no creo en la moral con su mascarada de valores o en La justicia que todo mundo se la coge.

(Enciende un cigarro). Lo primero que hice cuando triunfó la revolución (ríe) es ser revolucionaria, y me metí con militar. Cuando me agarró la Contra cambié de ideales y me volví contrarrevolucionaria. Y me volví internacionalista cuando me metí con un sueco. ¡Uff, siento que tengo fuego en la sangre! (Toma un jarrón donde habían unas flores y se echa el agua sobre la cabeza. Se moja el cabello y se les resbala el maquillaje). Cuando se perdieron las elecciones me convertí en democrática. Si mañana gana el Papa, soy papista. Si pasado mañana ganan los vampiros (ríe), pues soy chupasangre. (A carcajadas). Si hoy ganan los cerdos, pues me vuelvo cerda y celebro con chicharrón y manteca.

Por eso soy la Camaleona. (Se pone la blusa y se acomoda la falda). ¡Qué jodido! (Saca los anillos y se los pone). A mí nadie me vence. (Se coloca unas cadenas en el cuello). Porque cuando esté agonizando le voy a sacar la lengua a la muerte y le voy a hacer así, miren. (Hace un gesto obsceno con el dedo. Se recoge el pelo, saca sus pinturas y un espejito. Comienza a maquillarse enfurecida, con frenesí). Me maquillo para la vida. Me maquillo para estar lista, para el te serrucho el piso, para la ponzoña, para el beso de Judas. (Se pone de pie, erguida y altiva). Estoy lista para la envidia, para predicar la hipocresía, para arrancarles las alas a la esperanza, sobre todo para sacarle los ojos al amor. Ésta es la Camaleona lista para la vida, porque la vida es un teatro, el teatro más grande del mundo.

La Prensa Literaria

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