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Visiones de la Guerra

“Somos todo el pasado, somos nuestra sangre, somos la gente que hemos visto morir, somos los libros que nos han mejorado, somos gratamente los otros”. Jorge Luis Borges, epílogo al segundo tomo de sus Obras Completas. Vamos por nuestras lecturas como por un bosque, y en cada una nos encontramos, y hacemos los relatos de […]

“Somos todo el pasado, somos nuestra sangre, somos la gente que hemos visto morir, somos los libros que nos han mejorado, somos gratamente los otros”. Jorge Luis Borges, epílogo al segundo tomo de sus Obras Completas.

Vamos por nuestras lecturas como por un bosque, y en cada una nos encontramos, y hacemos los relatos de nuestra vida para no ceder terreno al olvido, cuando tal vez en verdad creemos que “El olvido es lo único que existe”.

Y es que construir, o mejor dicho como el caso de Huérfanas de la Guerra, reconstruir estas historias y estas vidas significa el afán de pertenecer y visibilizar nuestras propias vidas. Por eso la lectura tiene también la facultad de continuar ese apego férreo a la persistencia de la memoria.

Lucasio emprende su viaje en la búsqueda de su novela siguiendo, además, el camino de su vida. Cada paso es recuerdo y relato. Hacia atrás vuelve la memoria y viaja al futuro, que es hoy, aunque busca en el ayer lo que dejó y representó, esa parte impostergable de su tenaz indagación. Como periodista, apegado al hecho crudo y limpio; como enamorado del relato, la crónica, la novela, apasionado del lenguaje; dos caminos que no le dejan solo en todo el relato.

Huérfanas de la Guerra es, además, de la sublime historia, y de los pormenores estrictamente narrados de acontecimientos de la guerra, un devenir entre la historia que se escribe, y la que me va dando pistas de su quehacer, de su hechura. Es singular ese accionar del narrador y el autor que, aunque trate de disimularlo, no logra esconder sus intenciones de hacernos cómplices de su trabajo escritural.

Y es allí donde aparece el encanto de la narración, cuando yo como lectora puedo ver las costuras internas que atan y desatan los hilos de la trama. No un tapete que deje ver sus nudos o enredos, antes bien, pone en claro en cada entronque de la trama, la señal para lo que fue realizada, y deja impecable el espacio en que trabaja.

Conocedor del oficio de la escritura y la crónica, Huérfanas de la Guerra, no carece del detalle y la pista. No me hace pasar por el mal rato de dejar tirada una acción o suceso y luego no volver por ellos jamás. Lo que está dicho o escenificado existe por alguna razón y significa.

En esta novela podemos viajar por una parte de la historia, esa que, contada sin la prepotencia de quien no la ha vivido, resulta en un acontecimiento tan íntimo que parece que hemos estado de alguna forma muy cerca de ella, viviéndola o padeciéndola.

Guillermo Cortés Domínguez, cumpliendo con “la mejor manera de vivir”, escribiendo, nos entrega esta crónica, testimonio, historia recreada; su novela que soñara, y se comprometiera en su diario, a escribir.

Quien la lea, visitará su vida, su país, su pasado, y a través de la memoria de un narrador bien preparado, podrá evocar a la vez de conducirse de la mano de su autor por el camino del relato y los laberintos y afanes del quehacer de la escritura.

La Prensa Literaria

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