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Usando su único y personal estilo , pintó el diario de su vida. Cada pintura, en lugar de ser un simple autorretrato recoge un momento de su vida. La prensa/EFE

Frida , telar y símbolo

Toda identidad es artificio, incluso la hermosa y bien hilada identidad de Frida Kahlo… Hoy, los modernos, la miramos asombrados; donde se presente hay excitación, todos quieren ver los cuadros y preguntarse frente a ella: ¿cómo le hizo, de dónde sacó tanta fuerza está mujer doliente? No es de extrañar, parte de su éxito refleja […]

Toda identidad es artificio, incluso la hermosa y bien hilada identidad de Frida Kahlo… Hoy, los modernos, la miramos asombrados; donde se presente hay excitación, todos quieren ver los cuadros y preguntarse frente a ella: ¿cómo le hizo, de dónde sacó tanta fuerza está mujer doliente? No es de extrañar, parte de su éxito refleja nuestros anhelos más íntimos: ¿Dónde quedó la identidad, dónde se encuentra el sentido para no rendirse frente al dolor y la locura?

La modernidad que nos rodea, y sitia la memoria, nos ha hecho creer, ciegamente, en las imágenes que, los medios masivos, nos endosan diariamente: El amor, la amistad, los afectos, la identidad, el éxito y el Hacer se compran y se desechan.

Olvidamos, los modernos, que la vida se parece al bambú japonés, durante seis años expande sus raíces y sólo el séptimo año, asentado, se levanta sobre la tierra; que el tránsito humano se construye como un huipil: El telar es la circunstancia, la trama la vida, la urdimbre los hilos multicolores de la voluntad. Esa Frida que hoy conmociona el mercado y es herramienta de política exterior, fue en su momento un frágil equilibrio armónico (como el de todo ser humano) entre ser mujer esposa de Rivera, artista con voz propia, comunista expositora en Nueva York y mexicana posrevolucionaria hija de judío alemán. Ella es su circunstancia aunque hoy, siglo XXI, intentemos mirar sus autorretratos desde nuestra sensibilidad narcisa e inmediatista.

Cuando se casa con Rivera en 1929 Frida tiene 221 años, un accidente, varios retratos, un autorretrato que recuerda a Durero; Autorretrato con Traje de Terciopelo (1926), un ingreso a las filas de la juventud comunista y un desamor llamado Alejandro Gómez Arias. En aquel entonces sus fotos, como sus pinturas revelan una búsqueda aún no resuelta, confirmada con la grafía alemana que utiliza para su nombre “Frieda”. A ello habría que añadirle las ebulliciones de la época donde las propuestas artísticas transitan del afrancesamiento porfiriano al nacionalismo revolucionario, entre los dos polos todas las variantes posibles: Ahí están los murales de Orozco, Rivera y Siqueiros; los conciertos y sinfonías de Chávez, Revueltas y Moncayo; e incluso la mirada de los extranjeros, como Weston y Modotti, quienes eternizan un regreso a los orígenes entintado de cosmopolitismo. De ahí que la batalla entre folcloristas y estridentistas, entre el rebozo y la pintura alemana surgiera un México rodeado de otredad, un lo otro de regreso a las raíces. Una Frieda que se transforma, poco a poco, en Frida: En el cuadro de familia Mis abuelos,mis Padres y Yo (1936), Frida se asume heredera de las trenzas de su abuela austriaca y los huipiles que su madre oaxaqueña ya no usa. No hay en su voz un mexicanismo puro, a pesar de lo que crean los radicales, sino un tránsito que intenta conciliar dos miradas, aparentemente antagónicas.

En Frieda Kahlo Junto a su Amado Esposo Diego Rivera (1931), pintado para el coleccionista estadounidense Albert Bender se manifiesta la transición. Diego pintado casi en traje de carácter, carga la paleta del pintor, de la otra mano sostiene una Frida de pequeños pies, que recuerdan la inmovilidad de las mujeres chinas, empero su posición, a diferencia de la de Diego, está llena de movimiento y color. Parecería que Frida en medio de la vorágine política norteña se busca y se encuentra. Sin embargo su personalidad trasciende, curiosamente en Allá Cuelga mi Vestido”, (1933-1938) y que está lejos de ser un autorretrato. Ahí un vestido, sitiado por los ídolos de barro del consumismo, basta para criticar el capitalismo pujante de los Estados Unidos. Lo rodean Mae West, rubia artificial, las petroleras, el teléfono y los buques industriales, la copa como símbolo del canibalismo que exige la carrera hacia el éxito capitalista y las instituciones del poder. Atrás una Estatua de la Libertad empequeñecida y abajo las masas, cada vez más grandes, y despojadas. No pinta su rostro, pero ella está allí, la Frida de las multitudes, la que admiramos porque nunca cedió su ideología al consumo o al dinero…eh ahí su inmortalidad.

Esa mirada tan consciente de sí misma no debería extrañarnos. Frida, para la sociedad mexicana de la época, era la mujer, quizás talentosa, de un pintor que cumplía, a cabalidad con la costumbre de las 3 efes (F): Feo, Fuerte y Famoso. Por eso podía darse el lujo de casarse con beldades como Lupe Marín o jovencitas inquietas como Frida. Inquietas sí, pero también ingenuas. De joven como toda “muchachita decente”, Frida quería casarse y ser tratada cual princesa y “no como una Nahui Ollín” cualquiera 2, le reprochará a su noviecito Alejandro Gómez Arias, en sus cartas. Y es que mucho se decía de la hija de ese militar, de ojos deslumbrantes, que era mujer del Dr Atl y se hacía llamar La Nahui Ollín. Pero regresemos a Frida…. A diferencia de la Nahui Ollin e incluso de la Lupe Marín, la belleza de la Kahlo estaba lejos del prototipo; solía extrañar así como su inteligente irreverencia; pintaba, bebía, hablaba con groserías y seducía a hombres y mujeres por igual. Canasta de Flores, por ejemplo, pintado en 1941, puede aludir a la relación íntima que llegaron a establecer la bellísima actriz Paulette Godard (para quien realizó la pintura Frida), Rivera y la autora representada como Colibrí. Ahí se devela el trabajo, el talento y el simbolismo de la autora

La trascendencia de su simbolismo, adjetivado desde Bretón como surrealismo, nunca ha sido cuestionado, no así su talento y cultura pictórica. Ello es curioso, sobre todo si analizamos, para mí, los dos cuadros más representativos de su obra: Los Frutos de la Tierra (1938) y Las Dos Fridas (1939).

En la casa azul se encuentran dos bodegones de finales del siglo XIX, de una autora desconocida, Mercedes Zamora. No son de gran valor, pero muy posiblemente inspiraron a la autora para los frutos de la tierra. En ese cuadro, tanto las vetas de la madera como los frutos —nabos, berenjenas, pitayas, chicos zapotes y mazorcas de maíz, entre otros— representan las oquedades erógenas del cuerpo humano, erotismo sutil y fértil que se desparrama en la mesa, a pesar de los murmullos de una sociedad, todavía hoy, conservadora y tradicionalista. El todo se sumerge en un ambiente que recuerda los cielos fílmicos del fotógrafo Figueroa. Transgresión sútil que revela la mezcla de elementos cultos y populares en una sola composición. Pero el cuadro que indudablemente revela su cultura visual y su cosmopolitismo es la composición de las Dos Fridas, cuadro que revela similitudes, incluso simbólicas con Ángeles y Fuensanta de Romero Torres.

Julio Romero de Torres era un pintor simbolista español, tema predilecto entre los artistas modernistas españoles y conocido en México por los semanarios. Hoy se desconoce, sus ecos se dejan ver en pintores como Saturnino Herrán y Ángel Zárraga, sin embargo su importancia aquí en mis palabras es justamente la pintura Ángeles y Fuensanta donde dos mujeres idénticas, pero vestidas diferente, miran al espectador. Representan la confrontación entre el amor sacro, (ágape) y el amor profano (eros). Las dos portan algo en la mano, un símbolo del estado de cada una enfrentado, en ese momento, como lo profano y lo espiritual: idea estética muy representada en simbolismo tanto pictórico como literario. Como en el cuadro de Romero de Torres, Las Dos Fridas se enfrentan, cada una conserva en la mano el instrumento que narra el final de los acontecimientos. Más que un cuadro parece una imagen de la literatura; la pinza conserva la sangre y el aliento de Frida, el portaretrato la imagen de Diego, su amor.

Son eros y ágape, pero también es la añoranza de un ideal que no existe y que parece nos fragmenta a los modernos. Los simbolistas pensaban encontrar “eso” más allá de los valores burgueses y las dicotomías; Frida pensaba encontrarlo en la pintura. Hoy nosotros lo encontramos en la identidad, casi pura, que creemos poseía Frida Kahlo.

1-Hay dudas acerca de la edad de la artista. Algunos dicen que se casó a los 19 años (cartas de Tina Modotti a Weston), otros afirman que tenía 22.

2- Lozano, Luis Martín, Frida Kahlo una relectura para conocer el universo estético de la pintora, en Frida Edición conmemorativa, 100 años, Océano.

La Prensa Literaria

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