A Gloria Gabuardi
Cuando regresé de verme en tus ojos
habían pasado siglos y Babel ya estaba destruida.
Viendo tus ojos creo el sueño de tocar el cielo con las manos,
y ahora vivo debajo de esos tejidos que hacen las hojas y las ramas
y los frutos de las arboladuras del bosque bajo el cielo.
Vivo más allá de la esperanza y más allá de la desesperanza,
fuera de la naturaleza del paraíso.
Los alimentos de mi vida son el frío, la humedad, el moho,
lo insólito, lo onírico, la quimera, lo mágico, lo místico, lo misterioso,
lo espiritual, lo ilógico, el tedio, la soledad, la angustia, el silencio,
y lo intenso de la inmensidad del cielo.
Por eso soy un cobarde que le teme al amor
y le tiene pavor a la muerte.
El amor y la muerte le quitan y le devuelven el brillo a mis ojos,
me sacan el demonio del cuerpo,
me hacen regalarte poemas absurdos como los rayos del sol y la Antártida,
me abren el olfato para sentir el olor animal de tu piel
y me hacen generoso para obsequiarte flores amarillas y un río sin cauce.
Yo te amo y por eso el mundo no desaparece cuando cierro mis ojos.
Pero si yo no te amara el mundo se abrumaría despacito
y yo no sería nadie en la soledad del cielo,
y no desenterraría las palabras que siembro con aullidos
y solo tendría la impureza brutal de este mundo
que lanza la poesía como un cadáver al mar
para desposar la crueldad con la envidia.