Angustiado de mi suerte
continúo preguntándome
¿Las mujeres-robot
serán más flexibles
que tu cuerpo de junco?
¿Sudarán más que nosotros
cuando incansables
batallamos en la cama?
¿Reirán a carcajadas
como lo hacemos nosotros
con las nuevas ocurrencias
que inventamos cada vez
que entramos a la ducha?
¿Me requerirán a gritos
como lo hacés vos
pidiéndome acariciar
tus matas rojas
e inclinarme ante tu fuente
a beber tus aguas claras?
¿Tendrán sus agujeros
la tibieza acogedora
y la humedad refrescante
de tus labios
a donde me invitas a ir
las veces que deseo
y me haces venir
cuantas veces quiero?
¿Despedirán sus pátinas
el aroma que emana tu piel
por las mañanas invitándome
a lamer cada uno de tus poros?
¿Temblará su ombligo
al sentir que mi lengua
absorbe los jugos
que destila tu cuerpo?
¿Se erguirán sus pechos
hacia el cielo como lo hacen
los tuyos al sólo rozarlos
con las puntas de mis dedos?
Los fabricantes de mujeres-robot
todavía no alcanzan
a delinear estas exquisiteces.
¡A mí entonces
no me sirven de nada!
¡Váyanse a otra parte
con estas pobres ofertas de feria!
¡Son más sugestivos,
mucho más versátiles y convincentes,
los artilugios ensayados
por Melquíades para seducir
a los habitantes de Macondo
hace más de cien años!