Un año
Ajenamente, llegamos al tropiezo de un año,
gritando enmudecidos
junto a caracoles abandonados
para traicionar las raíces de un cuento cómodo
y renunciar a la ceguera purgatoria de otros ojos
que abastecen de cristales un empinado camino.
Torturamos la miel desnuda que choca en los sentidos.
Bien adentro, hemos multiplicado
las vértebras de un mar medular,
donde las algas mueren unánimes
en las caderas de un ángel taciturno.
Seguimos atados al tobillo de la primera madrugada
cuando le antologamos al corazón la misma nota
y nos ahogamos en el féretro de milagrosa fuente.
Seguimos entre las cuatro paredes de la fuga,
aislados en el eco de voces fusiladas,
saboreando la dicha de un anfibio
que habita mi desierto.
Palmera de coyol
Mutilada de mis pies
a ras de las hierbas,
mis gajos de bolas dulces se secaron.
El corozo que perfuma la verdura virgen de los cerros
con pulsaciones sofocadas se fue quedando marchito,
y en agua destilada se transformó mi alargado vientre.
Al tercer día, he resucitado entre la viva garganta
de los indios
para subir en alientos de mareas que se posan
entre el monólogo de los astros y las guerras.
En mi infinito, ellos danzan y lanzan
gritos lastimeros a sus dioses,
reciclando la monotonía de tambores angustiados.
Palmera soy,
indomable víctima,
metamorfosis alertando
la maldita suerte
que me ha tocado.
Sobre un dorado puente,
sus sueños
viven por mi muerte.