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Grabado. Hombre urbano. LA PRENSA/Archivo.

Biberón Amargo

Declaración de guerra a la república de poetas Los versócratas lo saben saben a su especie se reconocen por el orín. Me convidan a su poesía de leche. A la versolería láctea que los amamanta con estrellas y suspiros. Para lactantes caudillos el biberón de monedas y pólvora. Para acompasar el sueño de los violadores […]

  • Declaración de guerra a la república de poetas

Los versócratas lo saben

saben a su especie

se reconocen por el orín.

Me convidan a su poesía de leche.

A la versolería láctea

que los amamanta

con estrellas y suspiros.

Para lactantes caudillos

el biberón de monedas y pólvora.

Para acompasar el sueño de los violadores

el tropo sutil, la belleza eructable.

Me sitian con su blanca poesía

el maratón de belleza que se muerde la cola

y cierra con himno al rosa rocío.

Me citan a la plaga de su poesía

a la torta recital de los felices.

Mi corazón ronca como serrucho

mis ojos sólo ven

un callejón oscuro,

sé que no soy mejor

ni peor.

Ciego,

me quedo tocando los muros.

Edgar Escobar Barba

Los viejos

Aunque tenga 30 mis padres me ven de 5.

Y yo otro tanto, no los veo de 70 sino de 25.

No nos damos cuenta cuánto nos cambia el tiempo.

Los miro apenas jalando,

me miran gesticulando el primer sonido

y creen que ya dije ma-ma, pa-pa.

Nos apena abrazarnos,

nos apena que los achaques de la edad más que la salud, no los podamos ya ocultar.

Por cualquier pretexto nos llamamos,

cuando antes huíamos uno de los otros.

Cerrando los ojos nos vemos.

No es necesario que se encorven las espaldas,

ni que seamos temáticos o nos repitamos las misma historia ya sabida de tanto contarla como si fuera la primera.

Ni que les falten los dientes.

O que ocultemos las canas, el bastón

o la lupa ande con nosotros en el bolsillo.

Lo que detestaba tanto en ellos ahora lo aprecio.

Y yo voy repitiendo en lo posible sus mismas enseñanzas en mis futuros hijos y sobrinos.

Uno mira a sus padres con otros ojos y busca gozarlos intensamente ahora que nos encontramos vivos.

Les debo tanto -aún de sus errores- :

De mi padre el amor al trabajo, la disciplina y ser madrugador;

de mi madre, a ser cocinero,

me despertó en los libros

y en el amor al mundo y al semejante.

Aunque tenga 40 mis padres me ven de 5.

Ellos 75, y los veo de quince.

Uno se da cuenta del tiempo,

cuando a solas, le amarras las agujetas del zapato, le muestras más que respeto;

o le insertas el hilo a la aguja

para que te zurza más que el botón,

la herida abierta.

Uno se da cuenta del tiempo,

cuando ya tú mismo no te miras como antes al despuntar una arruga una cana

y otro tanto ellos, y uno simula y ellos simulan, y nos miramos eso sí,

con mucho cariño.

Y a uno se le nublan los ojos sin necesidad de cataratas,

y a uno le duelen las rodillas más de orar en el actuar con ellos

que una antigua fractura.

A estas alturas

uno no sabe quien se irá primero,

por ahora,

los tres sabemos -y no lo decimos-

nos lo callamos.

NO se sabe quién se irá primero,

pero si sabemos

que ellos me miran de cinco,

no más de siete,

y yo los miro sin edad, eternos.

Mayo 2005

La Prensa Literaria

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