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LA PRENSA/Archivo.

El pozo de oro

El quemante vapor que brota de la tierra con las primeras lluvias de Mayo. En 1854, subió a su cabeza, y Máximo Jerez pensó que había llegado la victoria a sus manos. Pone sus pies sobre el camino de la diligencia, que en ese tiempo así se llamaba, entrando a Granada por el oeste, pasa […]

El quemante vapor que brota de la tierra con las primeras lluvias de Mayo. En 1854, subió a su cabeza, y Máximo Jerez pensó que había llegado la victoria a sus manos. Pone sus pies sobre el camino de la diligencia, que en ese tiempo así se llamaba, entrando a Granada por el oeste, pasa por la hacienda El Carmen, que años más tarde fue su dueño el doctor Mateo Guillén, cerca donde comienza el arroyo La Aduana, sin dificultad entra a la Iglesia Jalteva, con la mala suerte que una bala llega a una de sus piernas, otra hiere el pecho a Mateo Pineda segundo jefe militar, imposibilitándole caminar, carente de comida y pólvora, más temeroso que llegase a oídos de su tropa la derrota, que perder la vida. Cuando por el cielo regresaban las sombras, sus soldados llegaban a los barrios vecinos a robar gallinas, incendiaban casas, buscando pozos para beber de su agua y no morir de sed.

Fruto Chamorro sin perder la serenidad, a lo lejos los seguía con los ojos. Al retirarse la noche, era más frecuentes y feroces el encuentro de los dos rivales. Al caer de espalda los heridos sobre el polvo, sonaban y los ayes era más profundos al separarse el alma del cuerpo.

Los granadinos agiles como pluma, después de botar paredes con el arma al hombro, atravesábanse sus patios en busca de cadáveres y los echaban en el pozos abiertos, para que de sus aguas no bebiese el enemigo. De pie y en fila, en el centro del día, extenuados, pero vacio de temores, miraban al pasar por las inseguras calles hacia arriba, en busca de una estrella que los llevara por el camino más corto hacia el enemigo.

De donde se yergue lo que en tiempo de la colonia fue bodega de La pólvora, yendo en la calle por el lado sur, puedes ver el silente Mombacho mansamente cobijado por heladas nueves. Al finalizar la última casa, allí hubo un viejísimo pozo carcomido carcomido, que en su duro redondel bajaban y subían voces de quienes llegaban de barrios cercanos, a sacar y mirarse en sus aguas, sin el más leve temor de quedarse seco y en el abandono fue el único que proporciono, aun en guerra.

Con la velocidad de los días ya no se oyen aquellas voces que nos hablan de su vida, pero la calle heredo su nombre.

La Prensa Literaria

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