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Sólo la belleza nunca me hiere

Mi última pelea antes de morir quiero que sea con los ángeles. Ellos me extraen la sangre casi hasta la muerte en la belleza de la noche, me ponen hambres desconocidas, me enferman con amores incurables y matan lo que amo. Pido esa pelea porque mi padre hizo que mi boca se me pusiera juglar, […]

Mi última pelea antes de morir

quiero que sea con los ángeles.

Ellos me extraen la sangre casi hasta la muerte

en la belleza de la noche,

me ponen hambres desconocidas,

me enferman con amores incurables

y matan lo que amo.

Pido esa pelea porque mi padre hizo que mi boca

se me pusiera juglar, casi dulce como el jazmín,

y con la timidez de la rosa cuando pierde sus pétalos antes de morir.

En esas peleas la rosa mata cuando muere.

Los ángeles son rastreadores y cazadores de sueños

y encontré que los sueños me desprecian.

Sólo la belleza nunca me hiere.

Los ángeles no son mi vida ni mi nada, pero son mi todo.

Y ya no se cuál es la verdad y cuál es la ficción.

Repaso mi álbum de pedazos disuadidos por la cobardía,

asustado como un animal en un bosque en llamas,

y siento que he sido parte del cuerpo de la poesía de este rompecabezas.

Yo he visto la luz brillante de los ángeles

cuya luz cuando cierran los ojos no desaparece,

he visto ángeles en cuerpos equivocados

convencidos de que el defecto de su virtud es la resignación.

Ellos reconocen que todos somos extraños en algún momento

en este mundo de rameras y ladrones.

Mi última pelea antes de morir quiero que sea con los ángeles

que van a ser mis compañeros infinitos.

Ellos me quitan el corazón y me mantienen con vida.

No voy a pelear con esos ángeles desempleados que no son de ninguna parte,

con esos ángeles inestables que se le meten en el cuerpo a los gitanos

que no tienen otro oficio ni beneficio mas que cantar con su violín

y confunden dónde empieza todo con el dónde termina todo.

Voy a pelear con los ángeles que se despiertan en los sueños de los poetas

y cuando abren la boca no se sienten culpables de nada

aunque nos dejan en la piel el raspado de sus uñas

y la respiración del desamparo.

Voy a pelear con los ángeles que no malinterpretan sus imágenes en el espejo

ni preguntan cómo se llega al horizonte.

El horizonte siempre está en el espejo de los ángeles

pero siempre quieren cambiar el pasado y el presente

de esta vida de flores de amaranto

que se me va apagando como una vela.

La Prensa Literaria

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