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El tablillazo

Vivió al amparo y benevolencia de la intemperie. Su mejor lecho fue ese jardín de la ciudad que jamás olvidará tan buena obra protectora de albergarlo todas las noches. Su techo fue el cielo. La noche para él era su reflexión y el día su diversión y el cielo con sus perlas preciosas era su […]

Vivió al amparo y benevolencia de la intemperie. Su mejor lecho fue ese jardín de la ciudad que jamás olvidará tan buena obra protectora de albergarlo todas las noches. Su techo fue el cielo. La noche para él era su reflexión y el día su diversión y el cielo con sus perlas preciosas era su imaginación que le cobijaba espléndidamente. Él tenía la gracia, destreza y velocidad de un Halcón. Ruy en muchas ocasiones le comentó a su amigo Guadalupe: “Que las personas mayores no siempre tienen la razón y no lo saben todo. Pero han vivido más, pero que el valor de esto supera los títulos, tesis de postgrado y viajes por el ciberespacio, donde se acumula mucha experiencia”. Guadalupe en una de las ocasiones le contestó: “Dónde quiera que se vaya lo que en verdad importa son las nuevas opiniones y las nuevas ideas y hallazgos, donde todo ha pasado velozmente y se transforma en espécimen de museo y de una vida distinta”. Y así en lo sucesivo siempre ambos amigos comentaban cosas y cosas.

Pero un día vino la ironía de la vida, de una supuesta amistad. Ruy se encontraba ese día bajo la sombra de la copa de un árbol de chilamate situado en el parque central de la ciudad, se quejaba, comentándole a su amigo Guadalupe: “Que el doctor José un día de Santa Catalina le había hecho una maniobra y que ese día a petición del doctor “amigo” llegó a su casa, a las once de la mañana y desde que llegó lo primero que le ofreció fue un trago de guaro lija con agua y hasta después que entró el doctor a su aposento le obsequió una tortilla del grueso de tres milímetros, un tuquito de queso y un refresco de chicha.

Aunque Ruy ese día no había desayunado, se tomó sendos tragos de guaro a diestra y siniestra hasta que se quedó dormido en el zaguán de la casa del doctor adinerado. Con ese “brebaje etílico” Ernesto y el doctor abusivamente por hacer la maldad le sacaron a Ruy de una de las bolsas de su pantalón sus economías, dinero que lo usaba para su sustento diario y que su hermano lo daba mensualmente.

A los días del robo Ruy le reclamó al doctor, haciéndole alusión, que en su casa le habían sustraído su dinero, entonces, José arqueó las cejas con aspecto diabólico y refunfuñó. Ruy pasó ocho meses sin cruzar palabras con ese doctor, ni por la acera de la oficina pasaba. Pero un día a las seis de la mañana el doctor fue a buscarlo donde dormía el camarada Ruy y le dijo: “Ruy, vamos al mercado, te invito a que nos comamos unos chicharroncitos con tortillas caliente, con chile y unos café”. Ruy lo quedó observando, pero como éste siempre tenía sus propias necesidades, le contestó: “Está bien, por lo menos me vas a pagar con eso”. Solo tonteras sos, le replicó el doctor. Fueron al mercado de la ciudad y comieron. En otras ocasiones el doctor llegaba a buscar a Ruy a su lecho, la acera, y le entregaba chicharrones, morongas, fresco, etc.

Es ciertos que manos perversas me han hurgado mi bolsillo, pero desde el día del atraco he invocado la furia celeste, caiga sobre los ladrones, por haber robado a un pobre indigente, le expresó Ruy en una ocasión a su amigo Lupe; y en efecto Ernesto uno de los maldosos ladroncitos murió aproximadamente al año de infarto cardiaco y el doctor José está en la víspera de la muerte.

Con el tiempo el doctor logró establecer la “amistad”, Ruy siempre desconfiaba de él. Al año de ese atraco indigente el camarada Ruy se enfermó, lo llevaron al hospital de emergencia, después su hermano lo atendió en una clínica privada, y por ultimo estuvo en un asilo de ancianos, hasta que murió en santa paz, pero descontento con el atraco que le habían hecho en vida, nunca se le olvidó. Ahora de seguro en su nueva vida recuerda todo. Ojalá en esa nueva vida Ruy pueda asistir a las barreras de toros, a los velorios, leer obras clásicas, pues eran sus mejores jobis. Ruy, no estés bravito, espérese, todo a su debido tiempo.

La Prensa Literaria

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