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Niños jugando. En un óleo de Valerio De Fillippis. LA PRENSA/Archivo

Nunca perdí un caso

El día que Claudia despertó amaneció en un cuartucho: desnuda, con moretones en diferentes partes del cuerpo, manchada de sangre, sumado a ello las heridas que se provocó en los tobillos y en las muñecas por la fuerza que hizo para desatarse. A como pudo, logró llegar a su casa. Sólo esperó que aclarara el […]

El día que Claudia despertó amaneció en un cuartucho: desnuda, con moretones en diferentes partes del cuerpo, manchada de sangre, sumado a ello las heridas que se provocó en los tobillos y en las muñecas por la fuerza que hizo para desatarse. A como pudo, logró llegar a su casa. Sólo esperó que aclarara el día y a las seis de la mañana estaba frente a su madre, que a tiempo abrió los brazos para evitar que su hija cayera al suelo.

Había salido el 18 de agosto, al cumpleaños de una compañera de trabajo y no regresó a dormir. Raro, porque era una chavala sana, responsable, del trabajo a la casa, de la casa al trabajo, ni novio tenía, porque de tenerlo se hubiera sabido por la confianza que había entre madre e hija. Tenía 19 años, hija única y apenas dos meses de estar trabajando.

Quiero que me lleve el caso, Dr. Sanyo –me dijo la señora- ya era mi clienta, aparentaba unos 30 años, pero tenía 40. Su rostro mostraba desvelo y sus ojos las huellas de tanto llorar. Se miraba tensa y la voz le temblaba.

Conversé con la muchacha, pero ella no recordaba nada. Por más que repasaba, las imágenes que llegaban a su mente eran pocas y difusas: el baile, la música, la comida, la gaseosa, los amigos de sus compañeras, a los que estimulaban para que entablaran amistad con ella. Después, sólo el presente.

Me fui a la Policía con Teresita a comunicar la aparición de su hija Claudia y al mismo tiempo a reportar la violación de que fue objeto.

El peritaje forense refería: Violación múltiple contra natura e intravaginal, huellas de diferentes jugos seminales. El resultado de las investigaciones señalaba que las compañeras de Claudia estaban implicadas. Fueron ellas las que prepararon el camino a los dos supuestos violadores, de quienes pendía un racimo de delitos y siempre salían libres. Es lo que se decía y era cierto porque el día que los conocí me quedé contrito, eran los mismos que había defendido ocho meses antes, acusados de violar a una menor de 13 años, pero mis argumentos fueron más contundentes que causaron impacto e influyeron en el veredicto del jurado.

Aquel evento me obligó a meditar por varios días porque trastocaría mis principios éticos y me sentía presionado a tomar decisiones. No quería ese doble papel. En esta crisis me encontraba cuando irrumpió Teresita. Ya no voy a seguir con el caso -me dijo- mi Claudia se suicidó y para qué este calvario. Aunque retirés la denuncia el caso seguirá de oficio –le advertí-. Así fue y por segunda vez salieron libres los acusados.

Ya presentía el desenlace fatal de Claudia. No se miraba bien. Se notaba distraída, desabrida y me extrañó que Teresita no echara ni una lágrima, por su muerte, ni se inmutara por la libertad de los violadores. Los golpes “hacen corroncha” – le oí decir una vez. Ese golpe fue duro para ella y con éste eran tres. El primero fue a los cinco años cuando su mamá la dejó un ratito donde una conocida y nunca llegó a traerla, pero le dio gracias a Dios porque según ella, la crió la mejor madre.

El segundo golpe se lo ocasionó el esposo. Lo ayudó para que se graduara de Administrador de Empresas y luego para que se fuera a los Estados Unidos con la esperanza de que viniera a traerlas en cuanto estuviera bien y vino, pero a decirle que había tramitado el divorcio de forma unilateral porque se casaría con otra. Puede hacer algo- me preguntó-. No, le respondí y aunque se pudiera, para qué vas a tener a un hombre a la fuerza.

El tercer golpe ya lo conocen, donde las sorpresas no terminaron porque a los veinticinco días de la muerte de Claudia, Teresita apareció en un telenoticiero. Pese a la incitación de los periodistas por conocer detalles y cautivar a sus televidentes con una primicia, las respuestas eran evasivas, lacónicas.

Lo que logré captar es que estaba esperando que la aprehendieran, pero no aclaró por qué. Sólo falta- resaltó- que los violadores de mi hija me denuncien y si no lo hacen me entrego yo. Ellos- expresó con tono enérgico- aunque anden libres en cada calle y a cualquier hora, ya no tendrán el vigor de volver a violar, ni procrearán hijos que pasen la vergüenza de saber quiénes eran sus padres o interpreten como normal esa manera de ser.

Yo nunca entendí nada, tampoco la prensa y nunca hubo tal denuncia. La Policía declaró que Teresita no superó el trauma y eso alteró su psiquis, pero no lo creí. Era cuerda en todo lo que planteaba y más bien se le veía relajada y tranquila física y espiritualmente, como si hubiera tenido pendiente una cuenta y ya estaba saldada, como si se propuso una misión y ya estaba cumplida.

El caso quedó archivado. A Teresita nunca la volví a ver. Dicen que está en Honduras trabajando en una empresa de Zona Franca.

La Prensa Literaria

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