Creo que la gran tentación que siempre ha tenido nuestro mundo, es la tentación de “poder”. La tentación del “poder” va de la mano con la tentación del “tener”. Ahora bien, el “poder y tener” difícilmente se dan la mano con algo que todos necesitamos como es la “autoridad” la que con el poder, sobre todo en la Biblia, va por distintos caminos. Nosotros, sin embargo, confundimos “poder” con “autoridad”.
Cuando nos damos cuenta de la corrupción en que nuestra sociedad está metida, solemos decir que falta poder y autoridad. La inseguridad ciudadana se ha convertido en un mal endémico y ante la presencia de ese mal decimos también que lo que falta es poder y autoridad. Cuando en una familia cada uno de sus miembros hace lo que le viene en gana y nadie se respeta, reaccionamos también diciendo que en esa familia falta poder y autoridad.
Pero sin embargo para Jesús el poder oprime y esclaviza, pero la autoridad libera; por eso cuando dos de sus discípulos, Juan y Santiago, le piden puestos de poder en su reino, Jesús les responde: “Saben que los que figuran como jefes de las naciones las dominan, y que sus grandes les imponen su poder. No ha de ser así entre ustedes” (Mc.10,42-43).
Jesús no tenía ningún poder político o religioso pero rebosaba de autoridad. No dominaba a nadie, pero todos le admiraban por su autoridad. Nunca avasalló a nadie, pero sí todos se asombraban de su gran autoridad (Mc.1,21-22.27).
Jesús nunca se impuso a la fuerza, pero su personalidad arrastraba al pueblo por su autoridad. La gente reconoció que Jesús tenía, hablaba, enseñaba y obraba con autoridad (Mat.7:28-29; Luc.4:31-32.36). Veían que su palabra estaba unida a su forma de sentir, hablar y actuar. La gente veía bien claro que Jesús era muy distinto a los poderosos políticos, sociales y religiosos que decían y no hacían, sus palabras y sus obras no estaban acordes (Mt.7,29; 23,3;Mc.1,21).
En nuestro mundo sobra poder y falta autoridad. Necesitamos menos gente que avasalle y más gente que convenza por su propia vida. No necesitamos poderes que opriman a los pueblos; lo que necesitamos es gente que asuma el servicio público con coherencia, con ética, con autoridad.
No necesitamos poderes que aplasten al pueblo, sino servidores creíbles, capaces de ganarse la confianza del pueblo por su autoridad. No necesitamos padres dictadores que se impongan a la fuerza a sus hijos, sino padres creíbles porque llevan el ejemplo por delante, padres con autoridad.
No necesitamos de una Iglesia que quiera meter la fe a la fuerza, porque sí, sino de una Iglesia creíble por el testimonio de su vida, por su autoridad. No necesitamos de sacerdotes que dominen sus comunidades cristianas como jefes absolutos de sus parroquias, sino de sacerdotes creíbles, capaces de dar el evangelio con la vida y el ejemplo por delante, sacerdotes con autoridad.
Una de las mejores alabanzas que puede decirse de una persona, es que es alguien con autoridad, como lo dijeron de Jesús. Nos sobran poderes que oprimen; nos falta mucha gente que convenza por su autoridad, por su autenticidad de vida, porque su palabra y su actuar van de acorde, por su coherencia. Como decía el dramaturgo inglés Charles Reade: “El ejemplo es conducta contagiosa”.
Ver en la versión impresa las páginas: 2 A
