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Llamados a ser la diferencia

Ser leproso era una de la experiencia más humillante y triste que una persona del pueblo judío podía vivir, ya que era excluido social y religiosamente. El leproso era un caso especial de vergonzante marginación hecha en el nombre de Dios. Eran excluidos de toda convivencia humana y condenados a vivir aislados, como lo mandaba el libro del Levítico (Lev.13,46). Todo cuanto tocaban quedaba impuro, hasta las mismas cosas materiales (Lev.14,33-57).

Ser leproso era una de la experiencia más humillante y triste que una persona del pueblo judío podía vivir, ya que era excluido social y religiosamente. El leproso era un caso especial de vergonzante marginación hecha en el nombre de Dios. Eran excluidos de toda convivencia humana y condenados a vivir aislados, como lo mandaba el libro del Levítico (Lev.13,46). Todo cuanto tocaban quedaba impuro, hasta las mismas cosas materiales (Lev.14,33-57).

Debían habitar fuera de la ciudad porque eran “pecadores públicos” (Lev.13,45-46) y debían ir gritando para que nadie les tocara: “Soy leproso, soy leproso, soy impuro, soy impuro.” La lepra era la señal externa de su pecado interno. Si alguna vez era curado, tenía que presentarse a los sacerdotes para hacer públicamente los actos de purificación mandados por la ley y hacer en el templo una cantidad de ofrendas por su salud (Lev.14,1-31).

Jesús trata con los leprosos sin importarle las críticas de esa sociedad malsana que marginaba precisamente a aquellos que más necesidad tenían de ella.

Por eso, —“conmovido” ante la presencia del leproso que se le acerca puesto de rodillas y le dice: “Si quieres puedes limpiarme” (Mc. 1,40-41)— es que permite que el leproso se le acerque, y lo que es peor, “le extendió la mano y lo tocó” (Mc. 1,41).

Con esto, Jesús le cura y le limpia de la lepra haciéndole ingresar de nuevo en la sociedad y en la religión de las que se le había excluido y le dijo: “Vete, muéstrate ante el sacerdote y has por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que sirvas de testimonio” (Mc.1,44).

Pero Jesús no cura al leproso buscando aplausos, ni vítores de la gente. Es por eso que una vez que cura al leproso, le dice: “Mira, no digas nada a nadie” (Mc.1,44). Y cuando vio que el leproso “se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia” de lo que Jesús había hecho con él, Jesús se fue “a las afueras, en lugares solitarios” (Mc.1,45).

Hoy día la marginación sigue siendo el gran pecado de nuestro mundo. Los bienes del mundo los gozan unos pocos y la gran mayoría están al margen de ellos.

La lista de marginados es grande, están abandonados y tanto tú como yo, donde nos toque, podemos hacer la diferencia. Jesús nos llama a todos los cristianos a una lucha contra este pecado de la sociedad mundial en el cual todos, unos de una manera otros de otra, estamos implicados.

Es cuestión de que todos sintamos profundamente que somos hermanos y nos demos cuenta que entre hermanos no podemos crear marginación, porque si la fe no pasa por los excluidos y los marginados, no es fe, es sólo una ilusión religiosa nuestra.

Religión y Fe Dios marginación

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