Por Néstor Arce
En el vuelo U931 de United llegó Julietta, decidió tomar sus vacaciones y venir a Nicaragua desde Londres. Una escala en Houston y cuatro horas más tarde aterrizó en Managua, un Viernes Santo, a las 9:15 de la noche. En la recepción del hotel en Granada, donde Julietta pasó tres días, solo me dieron el número de vuelo, la hora de llegada y su nombre, todos escritos en una pequeña pizarra acrílica que sostuve frente a mi pecho durante veinte minutos en la última sala del aeropuerto.
Mientras me hacía un boceto de Julietta en mi cabeza, un señor bajo, piel morena y granadino, quien también esperaba a un turista, se me acercó para preguntar si “Chris”, el nombre que tenía escrito en su cartulina, era de hombre o de mujer.
—Me parece más nombre de hombre que de mujer loco, pero vos sabés que los nombres son caprichosos —le contesté.
Luego de su pregunta curiosa, vino otra: ¿Y vos qué sos, traductor o andás haciendo algún viaje?
Para escapar de su pregunta, le contesté con nervios —le ando ayudando a alguien —mientras mis ojos seguían buscando a Julietta entre el bullicio de los familiares que reciben a sus viajeros.
La respuesta y la mirada perdida, no bastó para que el hombre guardara silencio, así que me dio un par de consejos para ganar una buena propina. Él ya lleva varios años en este negocio, como era mi primera vez lo escuché con amabilidad. Aún nervioso, seguía atento a que saliera Julietta.
—Mirá, si son viejitos, siempre les tenés que ayudar con las maletas, desde que salen hasta subirlas en el carro, bien te dan unos cinco dólares. Pero sin son chavalos, esos son duros, no te dan nada, pero intentá, nunca se sabe.
Aún mi cabeza no terminaba de hacerse una imagen de Julietta. No sé por qué le mostraba la pizarra a todas las señoras que salían de la puerta, pero ninguna era ella. Soy poco paciente para esperar y ya me estaba cansando de mostrarle la pizarrita a todo mundo, sin que apareciera Julietta.
Sostenía la pizarra por encima de mi cabeza, para que se pudiera ver mejor. La sala estaba atiborrada de gente, como supermercado en quincena, y seguro Julietta ya salió y se me perdió, pensaba.
Una maleta y una mochila acompañaban a una mujer un tanto delgada, blanca, pelo liso y un poco rubio, me quedó viendo, muy simpática, y pensé, levantó la mano y con una sonrisa, afirmó que ella era Julietta.
Con mayor nerviosismo, le pregunté —¿Are you Julietta? —con mi escaso inglés. —Sí, soy Julietta —contestó con un español muy claro. No sabía si saludarla con un beso en la mejilla o darle la mano, pero recordé que era una “clienta”, así que la mano fue lo indicado.
Tomé su maleta, siguiendo los consejos que me habían dado, para llevarla hasta el carro, tal vez conseguía algo de propina. Subió a la parte trasera del carro y con temor le hablé.
Julietta leyó por internet que Nicaragua es muy visitada por turistas de Estados Unidos, contradiciendo mi argumento de que muchos europeos vienen por estos lados. Es la primera vez que visita el país y ninguno de sus amigos en Londres ha venido, aunque su español lo ha desarrollado, gracias a sus viajes por Sudamérica y Guatemala.
Ella trabaja para una transnacional de seguridad, que tiene oficinas en Nicaragua y otros 135 países en el mundo, su especialidad “riesgos financieros”, pero durante las tres semanas que descansará en el país sus únicos objetivos son visitar Little Corn Island, León y algunas playas del Pacífico.
57 kilómetros hasta su hotel en Granada y una plática sobre Londres, Nicaragua y América del Sur, valió la pena para que me fuera contento y sin la propina, aunque por dentro moría por estar en la playa con algunas amigas, disfrutando ese Viernes Santo, en el que me hice taxista privado.
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