Julio Portocarrero Arancibia
Los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II ya pueden ser llamados oficialmente santos. La mañana de este segundo domingo de Pascua, el papa Francisco a petición del cardenal Ángelo Amato, inscribió en el canon de los santos a estos dos pontífices que perseveraron en las virtudes cristianas de fe, esperanza y caridad.
A esta ceremonia asistieron 24 jefes de Estado, el episcopado de Polonia e Italia, el Colegio Cardenalicio, obispos y sacerdotes de todas partes del mundo.
Pero el invitado que se ganó la oblación de todos en la plaza de San Pedro fue Benedicto XVI, obispo emérito de Roma, a quien el papa Francisco saludó —rompiendo el protocolo— luego de incensar el altar.
En su breve homilía el papa Francisco dijo que los dos nuevos santos “tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia”.
Según él, San Juan XXIII y San Juan Pablo II dieron testimonio al mundo de la bondad de Dios. “Ambos fueron sacerdotes y obispos del siglo XX, conocieron sus tragedias y nunca se abrumaron. En ellos fue más fuerte la misericordia de Dios y la presencia de María. En ellos había una esperanza viva”, dijo.
DOCILIDAD AL ESPÍRITU
El obispo de Roma dijo que San Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu santo y fue para la iglesia un pastor guiado por el espíritu. “Por eso a mí me gusta verlo mucho como el papa de la docilidad al Espíritu santo”, explicó. En cambio de San Juan Pablo II dijo que siempre fue el papa de la familia y confió a su intercesión el próximo Sínodo de la Familia.
VENERAN RELIQUIAS
Luego de haber canonizado a sus dos predecesores, el sucesor de San Pedro recibió de manos de la costarricense Floribeth Mora —sanada por Dios mediante la intercesión de San Juan Pablo II— las reliquias del papa polaco, que junto a las de San Juan XXIII fueron colocadas en ambos extremos del altar principal.
Al final de su homilía el papa oró para “que ambos (santos) nos enseñen a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que se siempre perdona y siempre ama”.