El papa Francisco saludó ayer en el Palacio Apostólico a los participantes de la Peregrinación de El Salvador a Roma como signo de agradecimiento por la beatificación de monseñor Óscar Romero, el 23 de mayo de este año. En su discurso habló de los mártires actuales, que son “un tesoro”, así como del testimonio del beato.
El pontífice también deseó que “la terrible tragedia del sufrimiento de tantos de nuestros hermanos a causa del odio, la violencia y la injusticia”, termine en ese país centroamericano.
El testimonio del beato monseñor Romero “constituye para su querida nación un estímulo para una renovada proclamación del Evangelio de Jesucristo, anunciándolo de modo que lo conozcan todas las personas, para que el amor misericordioso del Divino Salvador invada el corazón y la historia de su buena gente”, dijo Francisco.
“El santo pueblo de Dios que peregrina en El Salvador tiene aún por delante una serie de difíciles tareas, sigue necesitando, como el resto del mundo, del anuncio evangelizador que le permita testimoniar, en la comunión de la única Iglesia de Cristo, la auténtica vida cristiana, que le ayude a favorecer la promoción y el desarrollo de una nación en busca de la verdadera justicia, la auténtica paz y la reconciliación de los corazones”.
El papa Francisco quiso añadir algo “que quizás pasamos de largo”. “El martirio de monseñor Romero no fue puntual en el momento de su muerte, fue un martirio-testimonio, sufrimiento anterior, persecución anterior, hasta su muerte. Pero también posterior, porque una vez muerto —yo era sacerdote joven y fui testigo de eso— fue difamado, calumniado, ensuciado, o sea que su martirio se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado”, lamentó el máximo jefe de la Iglesia católica.
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