Por Eduardo Cruz
La tranquilidad del lugar se vio repentinamente interrumpida por el ruido de una moto. Inmediatamente los vigilantes increparon al inesperado motociclista para que saliera del perímetro de seguridad del Parque Central de Managua.
“Salga por favor, salga. Aquí no se permiten motos”, le dijo uno de los guardas al desconocido, que en ningún momento se quitó el casco y de manera obediente salió a bordo de su vehículo de dos ruedas.
Al llegar al Parque Central de la capital, un viejo punto de encuentro de los managuas inaugurado en 1899, bajo la presidencia de Zelaya, encontré lo que buscaba: aire, tranquilidad, sosiego. En el lugar hay bastante sombra debido a los árboles y el canto de los pájaros crea un ambiente agradable. Me gustó ver la actitud de los vigilantes. Me dio la sensación de seguridad.
Son siete los vigilantes que se mantienen en el parque. Le trabajan a la empresa El Goliat, que según me dijeron ellos mismos, es propiedad de “Payo” Ortega, el hijo del mandatario.
De 5:40 de la tarde a 9:00 de la noche se encienden las lámparas del parque. Después, los vigilantes no permiten a nadie que se quede dentro, para evitar robos, amantes furtivos, drogadictos y hasta personas que buscan efectuar sus necesidades fisiológicas. Bueno, hay que aclarar que el parque carece de servicios higiénicos.
Al llegar a una pileta, partida en dos por una especie de puente, no pude evitar un recuerdo de mi infancia que tengo como si lo viví ayer: las tortugas y un cuajipal que había en esa pileta, conocida como “La pila de las tortugas”.
De la mano de mi mamá, varias veces admiré las tortuguitas y observé con inocencia al aparente inmóvil cuajipal. No recuerdo quién me dijo en una ocasión algo que creo que es una mentira, que esa pileta estaba conectada por un tubo al lago de Managua y que de ahí salían las tortugas y el cuajipal. Después descubrí, ya mayor, que las tortugas estaban ahí desde la época de Somoza y que después de 1990 el parque quedó en abandono y las tortugas, el cuajipal y unos perezosos, desaparecieron sin que nadie sepa cómo. “La gente se las comió (las tortugas)”, me dice uno de los vigilantes actuales. Otros aseguran que los animales fueron llevados al zoológico.
El parque también alberga un minúsculo cementerio. Es un lugar que me gusta, porque es bonito y siempre me ha llamado la atención Carlos Fonseca. Tres personajes históricos del Frente Sandinista (FSLN) reposan en tres tumbas ubicadas a la par de donde juegan los niños: Fonseca, el coronel Santos López (del Ejército de Sandino) y el comandante Tomás Borge .
Tres antorchas adornan cada una de las tumbas y se mantienen encendidas diariamente desde las 10:00 de la mañana hasta las 10:00 de la noche. Una cosa me dejó sorprendido: dicen los trabajadores del parque que enterrado cerca de los sepulcros, hay un tanque que contiene 1,000 galones de gas butano, el mismo que hay en los tanques de cocina. Un verdadero polvorín.
Cada antorcha consume al día el uno por ciento del contenido del tanque, es decir, unos 10 galones. En total, las tres antorchas consumen 30 galones de gas todos los días.
Me aparté de las tumbas para seguir observando ese lugar lleno de historia y de ambiente agradable, rodeado por la Catedral vieja, el Palacio Nacional y el Teatro Nacional. El viejo centro de Managua.
Allá, al fondo del parque, hay una especie de paseo por unas vallas con fotos de Sandino y de Rubén Darío, un Darío al que parece, como me dijo una amiga, le gustaba vivir más en Europa o Argentina que en Nicaragua. La mayoría de sus fotos expuestas son de él en el extranjero.
Volví a la pileta de las tortugas y nuevamente recordé a mi madre, y a mí queriendo soltarme de su mano para seguir observando a los reptiles. Lo que siempre quise fue averiguar si el cuajipal se movía o no.
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