Por Vladimir Vásquez
Escondida entre la polvareda de los caminos de tierra de San Isidro de la Cruz Verde, en Managua, está una biblioteca comunitaria de paredes de madera, y estanterías que acomodan 400 libros.
Esas cuatro paredes son uno de los más grandes logros que Virginia Urbina, una joven de 17 años, ha cosechado hasta el momento.
Virginia tenía pasión por la lectura desde pequeña, cuenta su padre, Manuel Urbina.
Por eso el día que le ofrecieron la oportunidad de tener un proyecto propio y cumplir un sueño que beneficiara a la comunidad, la joven sin pensarlo mucho optó por proponer una biblioteca.
Era el exjefe de su padre, quien hizo la propuesta y además les hizo “el conecte” para que pudieran ir hasta San Juan del Sur a visitar otra biblioteca comunitaria, de donde tomarían el ejemplo para hacer la propia y recibir su primer donativo de 200 libros.
Su padre la acompañó en esa travesía y le ayudó a ordenar los estantes y los libros que habían obtenido durante el viaje.
En la comarca no existía biblioteca y la más cercana no estaba nada cerca, tomando en cuenta que para salir de la comunidad es necesario recorrer un sinuoso camino de tierra antes de salir a las calles de Villa Fontana.
Abrieron sus puertas por primera vez y se materializó el sueño. Son paredes de madera las que protegen a los libros del polvo, y a la entrada del lugar, una imagen de Cristo recibe a los visitantes que son niños y jóvenes de primaria y secundaria que llegan a pintar, consultar libros para tareas o leer cuentos. “Al principio los padres de familia dijeron que estaba bueno porque es lo que hacía falta aquí en la comunidad”, relata Virginia.
El papá de Virginia, Manuel Urbina, dice sentirse orgulloso del gran logro de su hija. Virginia es una de siete hijos, la penúltima de todos y la primera que iniciará una carrera universitaria el próximo año, cuando acabe el quinto año de secundaria.
“Eso no es para cualquiera, tomar una responsabilidad a la edad de ella. Se está esforzando porque está estudiando y atiende la biblioteca también, me siento satisfecho porque ella está haciendo un trabajo para la comunidad”, cuenta Manuel.
La familia de Virginia no es adinerada. Su papá tiene un trabajo de jardinero, con el que cumple de 8:00 de la mañana hasta las 5:00 de la tarde y antes de eso maneja una “caponera” que obtuvo con un financiamiento y que está pagando actualmente.
“Trabajo desde las 5:00 hasta las 7:00 de la noche”, cuenta el hombre.
En los inicios de la biblioteca llegaba hasta un titiritero psicólogo que ofrecía espectáculos a los pequeños lectores para entretenerlos en algunos momentos. Debido a las dificultades para llegar hasta la casa de Virginia, en la comarca, ese espectáculo no continuó.
Ahora hay más de 400 libros que pueden ser consultados por los niños, desde matemáticas, lengua y literatura, historia y cuentos. Pero hace falta todavía más.
Los otros 200 los logró obtener recogiendo dinero que le generaba una fotocopiadora que pusieron en la biblioteca. El aparato también fue donado por el exjefe de su padre, y les ha servido para poder mantener en pie el lugar, que no genera ingresos de otro tipo.
Esa también fue una de las razones por las cuales no lograron que nadie más se quedara a ayudar a Virginia.
“Mi hija tiene su beneficio porque ella usa los libros, pero no gana un salario. Al venir alguien quiere que se le pague y no tenemos para pagarle a nadie”, lamenta Manuel.
También cuenta que al principio llegaron varias personas a querer ayudar con la biblioteca, pero que cuando les dijeron que no había un salario decidieron irse.
La biblioteca necesita libros nuevos y algunas copias de ediciones que solo hay uno o dos ejemplares, lo que dificulta que varios niños a la vez puedan hacer sus tareas.
“Hasta yo necesito de estos libros, porque no tenía dónde ir a buscar los libros y aquí los tengo. Sirve para los niños y me sirve para mí también”, cuenta con alegría Virginia.
Juan Martínez de 14 años, es uno de los estudiantes que llega a la biblioteca de Virginia, dice que antes tenía que ir a hacer sus consultas a lugares que le quedaban muy lejos de la comunidad.
“Yo visito la biblioteca porque antes no teníamos la posibilidad de salir para hacer las tareas que nos dejaban en clase, e ir a una biblioteca o a un ciber”, explica Martínez.
Los problemas
Ahora la biblioteca pasa por una etapa difícil. La falta de algunos libros ha desmotivado mucho a los niños, según narran Virginia y su padre.
Ahora ya los estudiantes no frecuentan mucho el lugar porque no encuentran algunos de los libros, porque los padres no les dan permiso y porque en ocasiones Virginia no puede atender la biblioteca para no descuidar sus estudios del colegio.
Los que hacen uso del proyecto llegan a prestar los libros para llevárselos a su casa y devolverlos luego, pero pocos se quedan en el lugar estudiando, como cuando recién abrieron sus puertas.
Por eso Virginia también necesita buscar algunos nuevos textos de lengua y literatura de primaria y secundaria, pero se queja de no tener las posibilidades para poderlos comprar.
Y es que a pesar de los ingresos que generaba la fotocopiadora, que no eran muchos, también tuvieron que vender cartulinas y otros productos escolares.
Sin embargo, Virginia no piensa abandonar el proyecto y espera pronto poder obtener los libros que hacen falta y así devolverle a los niños el entusiasmo que mostraron al principio, cuando el proyecto arrancó.
Por ahora, seguirá estudiando y abriendo la biblioteca en los momentos que pueda hacerse cargo para que todos los niños puedan llegar a hacer sus consultas.
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