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Viviendo al límite

Si va a ver Viviendo al Límite (Spring Breakers) y cree que compró boleto para una sexy comedia juvenil se llevará una sorpresa. La presencia de Vanessa Hudgens y Selena Gomez, egresadas de la academia de talentos del Disney Channel, sugiere eso. Pero la película de Harmony Korine es una especie de provocación artística.

Por Juan Carlos Ampié

Si va a ver Viviendo al Límite (Spring Breakers) y cree que compró boleto para una sexy comedia juvenil se llevará una sorpresa. La presencia de Vanessa Hudgens y Selena Gomez, egresadas de la academia de talentos del Disney Channel, sugiere eso. Pero la película de Harmony Korine es una especie de provocación artística.

Es un caballo de troya que se introduce en el cine para castigar a la audiencia por su pretendida superficialidad, materialismo, misoginia, racismo y gusto por la violencia gráfica.

Cuatro amigas universitarias no tienen dinero para sus vacaciones de primavera, así que asaltan una cafetería a punta de pistola. “Haz de cuenta que estás en videojuego”, dice una de las alegres malhechoras.

La maniobra alarma a Faith (Selena Gómez), la muchacha piadosa del grupo, pero contra su sentido común se va con sus amigas Candy (Hudgens), Brit (Ashley Benson) y Cotty (Rachel Korine).

Faith —su nombre significa “fe” en inglés— es la conciencia de la película y el doble del espectador. A través de sus ojos, vemos en su plena sordidez las desenfrenadas fiestas embebidas en alcohol y sexo anónimo —esas mismas que idealizan MTV y los reality shows—.

Cuando las chicas entran en la esfera de influencia de Alien (James Franco), un rapero con pretensiones de gángster, la película se parte en dos y manda a sus heroínas en un viaje que va del hedonismo al nihilismo sin mirar atrás.

Hay algo adolescente en la indignación de Korine, pero su película es certera al desenmascarar más repelentes de la cultura popular. Afortunadamente, sus ideas están apoyadas en un dominio intoxicante del lenguaje cinematográfico.

Tome nota de cómo la secuencia del asalto se presenta desde el exterior del restaurante, dejando que la conductora del vehículo se escape —y la audiencia— experimente la adrenalina del momento sin confrontar la fealdad de la violencia…. al menos hasta que un flashback nos ponga en los zapatos de los asaltados.

Faith encuentra en Alien a su adversario. El corazón de la película está en un extenso duelo verbal que culmina con un relevo de protagonismo, que lanza a las muchachas por un camino sin retorno. Candy, Britt y Cotty se vuelven intercambiables entre sí.

Este no es un error. Es eso mismo lo que hace la publicidad, el cine, la televisión, los concursos de belleza y la sociedad misma: anula la individualidad de la mujer y la subyuga a un ideal físico eminentemente vacío. La fe, literalmente, es incapaz de vencer este impulso, así como el materialismo vulgar que no duda en recurrir a la violencia para satisfacer la codicia. “Look at my shit”, repite Alien como un mantra, mientras exhibe montañas de billetes y todo el detrito que su dinero puede comprar.

No crea que Korine está criticando solo a los raperos blancos que se hacen pasar por negros en Estados Unidos. Esta caricatura es válida en la Nicaragua del “milagro económico”, la política clientelar y la nota roja.

En el siniestro desenlace, las banalidades inspirativas que una de las muchachas comparte con su madre vía telefónica contrastan con la brutalidad de los actos ejecutados. Solo podemos encontrar consuelo en la mente inquisitiva que observa, entre fascinada y repelida, los peores impulsos del ser humano.

Viviendo al Límite sería deprimente si no fuera tan estéticamente elaborada. La expresiva fotografía digital de Benoit Debie se luce en la pantalla grande, la música de Skillex y Cliff Martínez es capaz de meterlo en un trance. Viviendo al Límite va para la lista de las mejores películas del año. Pero vaya preparado para sentirse agredido.

Sección Domingo Disney Channel

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