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Jesús, vida

El amor preferido de Dios

Cada vez que leo, medito y oro, el pasaje del buen samaritano (Lc. 10,25-37) me doy cuenta que el amor preferido de Dios es el hombre herido. Jesús, una vez más, nos presenta cómo el amor de Dios y el amor al prójimo son dos hojas de una puerta que solo pueden abrirse y cerrarse […]

Cada vez que leo, medito y oro, el pasaje del buen samaritano (Lc. 10,25-37) me doy cuenta que el amor preferido de Dios es el hombre herido.

Jesús, una vez más, nos presenta cómo el amor de Dios y el amor al prójimo son dos hojas de una puerta que solo pueden abrirse y cerrarse juntas.

Ayer como hoy, muchas veces nos hemos quedado más en el templo y con el incienso y hemos pasado de largo ante el herido donde estaba Dios.

Para muchos el incienso y los ritos religiosos son más importantes que el herido a la vera del camino.

También hay samaritanos, aquellos que aparentemente son descreídos, quienes descubren a Dios allí donde verdaderamente está, en el herido a la vera del camino (Lc. 10,29-37).

El buen samaritano encarna una figura: la del hombre que ha tomado conciencia de que el ser humano está hecho para los demás. De que el hombre es hermano de los demás hombres. De que el encuentro con el otro necesariamente nos compromete.

El buen samaritano es hoy: el hombre de buen corazón y de buenos sentimientos.

Quien arriesga su vida por liberar a los demás de sus esclavitudes, sean de la clase que sean.

El que lucha con amor por quitar el analfabetismo, la opresión, el hambre, la injusticia… que hacen imposible que el hombre viva en dignidad.

El que se alegra en sembrar la paz y el diálogo en todo momento y en todos los ambientes.

El que es incapaz de hacer sufrir a los demás; pero sí sabe enjugar las lágrimas del hermano que llora y devolverle la sonrisa.

El que sabe servir al otro gratuitamente y con alegría.

El empresario que, se esfuerza en dar trabajo y salario digno a sus obreros. El político que se entrega al servicio del país en alma y cuerpo.

El comerciante que comparte las bendiciones de Dios con los necesitados.

El médico que ve en el enfermo, no a un cliente, sino a un hermano que sufre.

El sacerdote que entrega su vida sin interés alguno en beneficio de la comunidad y del evangelio.

El joven que rompe las fronteras de su egoísmo y se lanza con toda ilusión a comunicar a los demás la fuerza de su juventud.

Los esposos y los padres que hacen de su hogar una escuela de valores.

En un mundo como el nuestro la parábola del buen samaritano debería abrirnos un panorama inmenso para nuestra fe: necesitamos dejarnos de ídolos y empezar a creer en el Dios de Jesús que se encuentra vivo en cada uno de los hermanos.

Religión y Fe cristianismo religión

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