Por Amalia del Cid
La historia reciente de las turbas en Nicaragua está marcada en cuatro tiempos y por cuatro personajes. Detrás de los grupos de choque utilizados por regímenes autoritarios y el partido del Frente Sandinista, en los años en que su líder Daniel Ortega Saavedra gobernó “desde abajo”, hay alguien haciendo la labor de “logística” o bien agitando los ánimos de las hordas.
En tiempos de Somoza, esa tarea fue de la violenta Nicolasa Sevilla, madre del “método nicolasiano”. En los años ochenta se señaló como agitador de las “turbas divinas” a Federico López, secretario político de la IV Región. Ya en la época de los gobiernos liberales, Víctor Cienfuegos destacó como dirigente de hordas sandinistas en batallas callejeras. Y actualmente Pedro Orozco, coordinador de la Juventud Sandinista, figura como el hombre detrás de los grupos de choque progobierno y anti todo lo que huela a oposición.
Hace décadas la misión de las turbas era intimidar, golpear y desintegrar todo lo que pudiera ser una amenaza para el régimen de turno. Hoy, como usted verá, las cosas no han cambiado mucho.
NICOLASA SEVILLA: A LA DEFENSA DE LOS SOMOZA
Parece una anciana cualquiera. Inofensiva. Canosa. De alto moño y una blusa floreada de abuelita en día domingo. Ahora se ve pequeña y frágil, como un pichón fuera del nido. “Oigan la voz de una vieja, sufrida, que fue belicosa”, dice en su discurso de recibimiento del perdón, tras haber pasado 15 meses en las cárceles sandinistas. La anciana es Nicolasa Sevilla, jefa de forajidos y matones, la mujer que defendió la dictadura somocista a fuerza de puño, garrote y hasta ramas de ocote encendidas.
La misma que la noche del 5 de agosto de 1958 irrumpió en la Radio Mundial cuando empezaba una transmisión en vivo en la que hablarían esposas y madres de reos políticos. Entró dirigiendo a casi un centenar de hombres y mujeres que apalearon a todo el que hallaron a su paso y enviaron a varios al hospital. Entre ellos Joaquín Absalón Pastora, quien en medio del tumulto logró distinguir a Sevilla dando órdenes: “Dale a este hijuep… en la cabeza… que es comunista, este otro es fulano de tal, matalo”. Eso narra el periodista Luis Duarte, en el artículo Las hordas de la Nicolasa Sevilla, publicado en 2008 en la revista Magazine.
El escritor “Chuno” Blandón recoge en su libro Entre Sandino y Fonseca otro episodio protagonizado por Sevilla, pasado el golpe de Estado al doctor Leonardo Argüello, en 1947. Después de muchas amenazas, una noche la Nicolasa llegó a la cabeza de “un grupo de más de treinta prostitutas de Managua, con ramas de ocote encendidas” hasta los portones de la Embajada de México —donde se encontraba Argüello— “gritando que le darían fuego” para matar a los “traidores que estaban asilados”.
Así era la Nicolasa Sevilla. De cuna humilde y fanática como pocos. Las turbas de “La Colacha” fueron usadas por los tres Somoza para reprimir huelgas, protestas de maestros y actos políticos de la oposición y tuvieron su mayor apogeo entre 1948 y 1958. Sevilla fundó los “Frentes Populares Somocistas”, una organización paramilitar que actuaba hombro a hombro con la Asociación de Militares Retirados y Oficiales de Combate y agrupaba a empleados del Rastro Público y presos que pagaban su libertad participando en las “hordas nicolasianas”.
Por lo general operaba con grupos de 10 a 30 personas, según ameritara la ocasión. Era “gente gritona” que insultaba hasta a los diputados y senadores opositores llamándolos “hijos de puta, bandidos, enemigos de Nicaragua y comunistas”, señala Duarte.
Sevilla cayó presa el propio 19 de julio de 1979 y fue liberada el 13 de octubre de 1980, a los 77 años de edad. Entonces se marchó al exilio, a Venezuela, y no se le volvió a ver en Nicaragua. Años más tarde, la anciana murió; no así el método “nicolasiano” que tras la caída de los Somoza fue empleado por el Frente Sandinista.
En Nicaragua las turbas han tenido su máxima expresión en la dictadura de los Somoza y a partir de los años ochenta, cuando las empezó a utilizar el Frente Sandinista. Pero son mucho más antiguas que eso.
Uno de los primeros en enviar turbas a sus adversarios políticos fue el conservador Gabry Rivas, en apoyo a Emiliano Chamorro, en 1925. Sirvieron para presionar al gobierno liberal de Carlos Solórzano y Juan Bautista Sacasa. Y una de las primeras acciones de este grupo de choque fue asaltar a mano armada una recepción del cuerpo diplomático.
Las primeras turbas de Anastasio Somoza García aparecieron en 1944 y estaban conformadas por prostitutas contratadas. Luego llegaría la temible Nicolasa Sevilla. Y años más tarde Federico López perfilaría como conductor de las “turbas divinas” del Frente Sandinista contra trabajadores en huelga, marchas y actividades de la oposición.
Tras la derrota electoral, el Frente Sandinista continuó usando grupos de choque, ahora para desestabilizar a los gobiernos liberales que dirigieron el país desde 1990 hasta 2006. En ese tiempo fue famoso el nombre de Víctor Cienfuegos.
Actualmente Pedro Orozco es el rostro visible tras las turbas orteguistas y ya lleva una nutrida colección de acciones violentas contra grupos de la sociedad civil y protestas de ciudadanos.
VÍCTOR CIENFUEGOS: GOLPES “DESDE ABAJO”
Con sus 6.2 pies de estatura, Víctor Cienfuegos se ve más bonachón que pendenciero. Sin embargo, este es el hombre que desde finales de 1988 participó en numerosas acciones violentas contra los opositores del Frente Sandinista y los gobiernos liberales que dirigieron el país a partir de 1990.
Desde un inicio su misión fue la de “confrontar a los reaccionarios de la revolución” a pólvora, garrote y puño. Cienfuegos participó directa e indirectamente en la toma de la casa de la Unión Nacional Opositora (UNO) en 1993; el asalto a la Radio Ya, en 1999; varios ataques a las sedes del Partido Liberal Constitucionalista (PLC); la invasión a la Radio Corporación; el hostigamiento al Diario LA PRENSA en 1980; la toma de la biblioteca del Banco Central y en las protestas de los transportistas contra los gobiernos de Violeta Barrios, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños. Lo confesó en 2006, en entrevista con el periodista José Adán Silva, y sus declaraciones aparecen en el artículo La turbulenta historia de Víctor Cienfuegos, publicado en la revista Magazine.
Alguna vez —dijo en esa entrevista—, le encomendaron ir a tirar frente a la Embajada de Estados Unidos los ataúdes con los restos de pilotos estadounidenses derribados al norte de Nicaragua. Y en otra ocasión, cuando Arnoldo Alemán era alcalde y empezó a borrar murales, nombres y monumentos de los héroes sandinistas, Cienfuegos tuvo la tarea de “pegarle fuego” al edificio de la municipalidad.
Herty Lewites, ya disidente del Frente Sandinista, opinaba que el caso de Cienfuegos era el del típico humilde líder de barrio que es “explotado” a favor de los intereses de un partido. “Lo tiene secuestrado el danielismo. Como lo ven grandote lo ocupan para armar pleitos”, decía.
Ahora Víctor Cienfuegos tiene 63 años de edad y lleva varios alejado de las batallas callejeras. Vive en el barrio capitalino San Judas, donde atiende una pulpería.
FEDERICO LÓPEZ: “TURBAS DIVINAS”
A comienzos de 1988, Federico López, gran orador, marxista leninista declarado y secretario político del Frente Sandinista en la IV Región, fue señalado como uno de los dirigentes de las famosas y temidas “turbas divinas” del partido, bautizadas así por Tomás Borge, aunque nunca se supo en qué consistía la “divinidad” de las hordas sandinistas. Se trata del mismo hombre que pocos años atrás tuvo tras las rejas a la Nicolasa Sevilla, cuando fue jefe del Sistema Penitenciario.
Federico López aparece en una foto tomada el 6 de marzo de 1988, micrófono en mano, agitando a las turbas de Chinandega. Y en su artículo Mi encuentro con Günter Grass, escrito en 1999, Rommel Martínez Cabezas recuerda que en agosto de 1982 el secretario político acordó con un compañero convocar a las “turbas divinas” tras enterarse de que en Monimbó se realizaría una manifestación religiosa presidida por el entonces obispo de la Diócesis de Managua: Miguel Obando y Bravo.
Las turbas del Frente Sandinista sembraron el terror en los años ochenta, garrotearon a opositores y disolvieron manifestaciones. “Yo vi con qué furia y con qué odio actuaban”, relató en una entrevista Mario Alfaro Alvarado, quien fue jefe de Redacción de La Prensa y vivió el ataque de las hordas a este rotativo, en enero de 1982. Fue sacado con violencia del edificio y afuera lo esperaba Lenín Cerna —entonces jefe de la Seguridad del Estado—, con la amenaza de entregarlo a las turbas.
Según la exguerrillera Mónica Baltodano, López “nunca estuvo en eso” de las “turbas divinas”. Pero otros opinan que algún vínculo debió tener, puesto que él era un importante jefe político y las hordas estaban conformadas por miembros extremistas de los Comités de Defensa Sandinista (CDS), la Juventud Sandinista y demás organizaciones creadas por el partido. Y en algunos departamentos lo recuerdan, más que como dirigente, como un agitador político que sembraba ideas en la cabeza de las masas.
“Su naturaleza de agitador, conductor de turbas es una consecuencia de su naturaleza de político ortodoxo y duro, que sembró casi el pánico en la zona, dentro de la militancia”, considera una fuente que pidió se omitiera su nombre.
De Federico López, Baltodano dice “que luego de la derrota (del Frente Sandinista) se dedicó a la venta de granos” y que “está con el Gobierno”. Otras fuentes afirman que vive en Jinotega, es productor de café y se hizo cristiano.
PEDRO OROZCO: LA NUEVA ERA, “DESDE ARRIBA”
El nuevo rostro de las turbas del Gobierno es el de un joven “de extracción muy humilde” llamado Pedro Orozco, quien vivió en el barrio José Oriental, trabajó en una venta de pollos asados y es pariente de las “vacas culonas” que le bailan a Santo Domingo de Guzmán. Lo dice el abogado Jaime Chavarría, una de sus víctimas.
Las “fechorías” de Orozco “comenzaron en 2005, cuando participó en las barricadas y protestas” contra el gobierno de Enrique Bolaños Geyer. “Parece que se empezó a involucrar en asuntos delictivos y después apareció en las turbas”, apunta Chavarría. Y recuerda que Orozco ya estaba a cargo de los Consejos del Poder Ciudadano (CPC) del Gobierno en el Distrito Cuatro de Managua, cuando él y sus hijos sufrieron un ataque público que por poco les cuesta la vida.
El 27 de julio de 2008, durante la verificación ciudadana para las elecciones municipales, Orozco llegó “con una turba de unas 60 personas” al barrio capitalino Quinta Nina, donde Chavarría era fiscal y había impugnado el cierre tempranero del centro. “La orden era matarnos”, afirma. Al abogado lo golpearon con un tubo y así le causaron una herida que ameritó 15 puntadas, le rompieron dos costillas y le perforaron un pulmón. Y a su hijo mayor le dejaron caer un adoquín en la cabeza.
A la fecha, la familia Chavarría sigue buscando justicia y Pedro Orozco continúa agitando las calles, silenciando a quienes se atreven a usar el derecho ciudadano de protestar cívicamente. Ha sido identificado en numerosas acciones violentas. Por ejemplo, el ataque a un grupo de jóvenes que se pronunciaba contra el gobierno de Daniel Ortega en la rotonda Rubén Darío, en 2008; la agresión a la Coordinadora Civil; el ataque a la Embajada de Estados Unidos en Managua, en 2009 y el vapuleo a huelguistas que se encontraban protestando frente al Consejo Supremo Electoral, en 2012. Orozco también apareció a la cabeza del grupo de la Juventud Sandinista que se tomó la Rotonda Hugo Chávez en junio de 2013, tras el asalto al campamento #OcupaINSS.
Actualmente es el coordinador de la Juventud Sandinista, pero Chavarría lo llama “sicario”. A su juicio, “sí existe sicariato en Nicaragua y una de las mejores y más documentadas expresiones de sicariato y de cómo este gobierno premia a sus sicarios es Pedro Orozco”, pues “lleva seis años cometiendo delitos y no solo le han dado impunidad, también lo han promovido en cargos”.
Ver en la versión impresa las paginas: 8, 9, 10, 11