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Jesús, vida

Cuidado con la avaricia

Cuando el dinero se une a la avaricia en el ser humano, este se olvida todo, se pierde todo y se hace de todo pues la avaricia y la ambición congelan el corazón.

Cuando el dinero se une a la avaricia en el ser humano, este se olvida todo, se pierde todo y se hace de todo pues la avaricia y la ambición congelan el corazón.

Tristemente la ambición suele transformar a las personas, romper los lazos más bellos de la familia y el amor entre hermanos.

Este fue el problema que le plantearon dos hermanos a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia” (Lc. 12, 13).

El hecho no es una cosa rara, ni propia solamente de aquel tiempo: Hoy también ocurren esos casos. Muchos hermanos se ven desunidos por culpa de los cuatro reales que les han dejado los padres en herencia.

Mientras los padres viven, parece que todo marcha más o menos bien; pero cuando los padres mueren y hay que repartir lo poco o lo mucho que dejan, ya no existen hermanos, sino lobos que se devoran los unos a los otros para ver quién se lleva la mejor tajada.

El porqué cuando aparece el dinero desaparece hasta lo más sagrado, como es Dios, la familia, los valores más elementales… nos lo explica Jesús en la parábola del hombre rico (Lc. 12, 16-21).

El dinero fácilmente lo convertimos en el ídolo supremo a adorar y, cuando esto ocurre, el dinero no respeta nada, ni a nadie. Cuando el dinero se convierte en el valor supremo a conseguir, todo lo demás es relativo y ninguna importancia tiene algo.

Ante el dinero nada vale; ni la ética, ni la moral, ni Dios, ni la familia, ni la vida, ni la muerte, ni el país, ni la justicia o solidaridad…
Se vive solo para tener y se muere sin haber vivido. Toda la vida se pierde por la agonía del tener para luego morir y no poder llevarse nada. Esta es la realidad: toda una vida en la agonía del tener para luego morir como nacimos, desnudos y sin nada.

De ahí la gran sabiduría de Jesús, cuando nos dice: “¡Atención! Guárdense de toda clase de codicia… La vida no depende de los bienes” (Lc. 12, 15). Y es que, en verdad, la codicia, la ambición mata el alma.

Sin duda alguna y, nadie lo puede negar, el dinero es necesario; sin dinero no se puede vivir. ¡Ojalá que todos tuvieran lo necesario para el desarrollo propio y el de la familia! La miseria no debería existir; no es cristiana. Pero la codicia de los poderosos, la corrupción y la incapacidad de nuestros dirigentes tienen mucha culpa de que el pan no llegue a todos.

Y es que así como el dinero es necesario como medio de desarrollo de la vida y de los pueblos, también el dinero se puede convertir en el mayor de nuestros enemigos.

El dinero fácilmente corrompe, nos convierte en egoístas incapaces de tener la más mínima sensibilidad ante el hermano que nada tiene. Fácilmente nos convierte en materialistas, anula los más bellos valores que engrandecen a todo ser humano. La angustia por tenerlo nos quita la paz y la codicia fácilmente asesina la vida y rompe con la tranquilidad del espíritu, se olvida de todo.LA PRENSA/Archivo

Religión y Fe

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