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Jesús, vida

Los hijos de la luz

Alrededor de los padres hay muchos hijos vivos que abusan de su amor y generosidad para sacarles todo cuanto pueden.

En todos los pueblos encontramos personas que se quieren pasar de listos, de vivos. Estos son aquellos que consiguen lo que quieren a base de engañar a quienes se les pongan por medio. Los vivos no suelen tener moral alguna. Para ellos el fin justifica los medios. Viven a costa de la mentira y de las trampas.

Los “vivos” suelen haberlos en todos los estamentos sociales:

Los encontramos alrededor del poder y del mundo de los políticos; hay muchos vivos que se valen de todas las artimañas habidas y por haber para engordar sin trabajar.

Alrededor del mundo sindical y obrero hay muchos vivos que no trabajan, pero siempre tienen dinero en el bolsillo.

Alrededor del mundo empresarial hay muchos vivos que pretenden hacerse ricos en poco tiempo pagando salarios inhumanos.

Alrededor de los jóvenes hay muchos vivos que se las dan de amigos; pero, en realidad solo buscan hacerles caer en las mismas trampas que ellos han caído.

Alrededor de los padres hay muchos hijos vivos que abusan de su amor y generosidad para sacarles todo cuanto pueden.

Alrededor de la misma Iglesia hay muchos vivos que pretenden con sus artimañas escalar puestos sin valer para ello o que Dios les haga el milagrito y, una vez conseguido, dicen a Dios “que si te vi no me acuerdo”.

En fin, el “vivo” no es otro que aquel que pasa por encima de la norma, que no hace filas, que no paga impuestos, que no estudia para los exámenes, que tiene amigos que le borran infracciones, que se queda con los vueltos, que estafa en los negocios, que saca comisiones; en resumen, que arregla todo a su conveniencia. Esto, en sí mismo es censurable, lo es más al saber que siempre hay un pobre, que paga las consecuencias.

Este tipo de personas no van con Jesús (Lc. 16,1-7), quien en una parábola narra la viveza, astucia y sagacidad de un administrador que lo prepara todo muy bien, antes de ser expulsado de su trabajo, y poder encontrar, según sus corruptos planes, las puertas abiertas, como si nada hubiera pasado (Lc. 16,1-7).

Los “vivos”, como el administrador de la parábola, suelen ser siempre muy “astutos y sagaces”. Los vivos de ayer, como los vivos de hoy, parece que siempre salen ganando; tienen salidas para todo.

Jesús, al plantearnos esta parábola, nos quería decir que: “Los hijos de las tinieblas no pueden ser más astutos que los hijos de la luz” (Lc. 16,8).

Los cristianos tenemos que ser “listos”, pues encima de todo tenemos el valor Dios, nuestro Padre, el valor de los otros, nuestros hermanos, el valor vida y convivencia. Por eso Jesús nos dice: “¿De qué te vale ganar todo el mundo, si pierdes la vida?” (Mt. 16,26).

Si los vivos o corruptos son sagaces para conseguir sus fines, nosotros los cristianos, no podemos ser de esa manera, no debemos caer en las trampas del pecado y del dinero corrupto, como el corrupto administrador del Evangelio.

Sin duda ninguna, como nos dice Jesús, “los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz” (Lc. 16,8) y no descansan hasta conseguir sus objetivos a costa de lo que sea y de quien sea; pero nosotros, los hijos de la luz, del Padre Dios que es Luz, tenemos que tener más astucia y ser más listos que ellos para que no nos arrebaten los valores que sostienen nuestra vida y convivencia.
Dice el libro de los Proverbios: “El buen nombre vale más que el dinero, y debe ser estimado más que el oro y la plata” (Prov. 22,1).

Religión y Fe

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