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¿Qué hacer ahora?

¿Qué hacer después de las votaciones del 6 de noviembre? ¿Qué debemos exigir ahora los nicaragüenses?

¿Qué hacer después de las votaciones del 6 de noviembre? ¿Qué debemos exigir ahora los nicaragüenses? La repuesta depende de cómo conteste otra pregunta: ¿Tuvimos elección? Dicho en forma más precisa: ¿tuvo validez el pasado evento electoral? Si la tuvo debemos aceptarlo. Si no la tuvo lo coherente sería exigir nuevas, verdaderas elecciones.

La premisa fundamental, de la que dependen nuestras conclusiones, la que el gran maestro de la lógica Aristóteles, llamaba la premisa mayor, es el carácter de las pasadas votaciones; determinar si fueron verdaderas o falsas, válidas o inválidas. De este convencimiento brota lo demás.

No es difícil determinarlo. Un primer elemento, decisivo para la validez de una elección, es, como la mera palabra indica, que los ciudadanos tengan la capacidad de elegir libremente entre posibles candidatos. Esto fue golpeado cuando Ortega eliminó de la contienda a la fuerza política que en las elecciones pasadas quedó en segundo lugar. Otro elemento es la existencia de árbitros o jueces electorales imparciales, con un récord impecable. ¿Lo son Rivas y compañía? Aquí es difícil que alguien, en su sano juicio, pueda creerlo. Sus escandalosas trampas han sido ampliamente documentadas; desde el gran fraude electoral del 2008, pasando por las del 2011 y las actuales. Los han criticado la OEA, la Unión Europea y muchos otros organismos, y ahora acaban de desnudar su desvergüenza cuando, a pesar de que millares fuimos testigos de la reciente abstención electoral, inflaron descaradamente el número de votantes y las cifras correspondientes a los diputados zancudos. Un tercer elemento es que el proceso de votación sea auditable; es decir, que agentes externos al mismo puedan observar los conteos, verificar las actas y arquear los resultados. Esto definitivamente no lo hubo, pues se prohibió terminantemente la observación nacional e internacional —cosa que solo hacen quienes temen testigos—. Un cuarto elemento es la ausencia de coerción sobre los votantes. ¿Se ejerció o no presión sobre millares de empleados públicos? Si lo duda pregúntenle a alguno que sea su amigo.

Son este conjunto de razones las que llevaron al Departamento de Estado norteamericano a calificar los comicios como “el proceso viciado de elecciones presidenciales y legislativas en Nicaragua que impidió toda posibilidad de realizar elecciones libres y justas el pasado 6 de noviembre”. Términos inusualmente categóricos, pero fieles a una realidad que lleva a la conclusión inescapable: que fueron elecciones inválidas, ilegítimas, incapaces de producir resultados aceptables o reconocibles por cualquier persona, entidad o nación honrada.

¿Cuál es, entonces, la repuesta adecuada ante esta realidad? ¿Resignarse a ella o exigir nuevas elecciones verdaderamente libres, justas, competitivas y observadas? Como ha ocurrido tantas veces en nuestra historia, hay un sector, pragmático acomodado, que favorece la primera alternativa; aceptar el fraude, las asquerosas maniobras de Rivas y sus secuaces, aceptar la burla a la voluntad del pueblo, asistir a la toma de posesión del tramposo, y confiar que con palabras y argumentos gentiles este cambie y permita, al fin, comicios verdaderos o semis verdaderos en el 2021.

Hay otro sector que se resiste a aceptar como verdadero lo que no lo es; que considera cobarde y poco digno bajar la cabeza contra semejante atropello a la democracia y los derechos del pueblo, y que exige nuevas y genuinas elecciones en el menor plazo posible.

¿A cuál de estos grupos pertenece usted? Si se ubica en el segundo, tiene que hacerse una pregunta adicional: ¿estoy dispuesto a manifestarme (viene una marcha el primero de diciembre), a protestar, a cooperar, en pro de estas elecciones? Si no lo está, usted, de hecho, pertenece al primer grupo.

El autor fue ministro de Educación en el gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro.
[email protected]

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