Piropos
Digámoslo claro: los piroperos son seres despreciables. A estas alturas de la historia, seguir defendiendo el acoso sexual callejero disfrazado como piropos o galantería es ser cómplice de una epidemia que agobia a la mujeres y en la práctica representa la antesala de delitos mayores como agresiones, abusos y hasta femicidios.
¡Clase de chunche!
Hace diez mil años, aparentemente a los hombres nos instalaron un chip que explica, pero nunca justifica, ese comportamiento troglodita que con frecuencia exhibimos. Ese comportamiento del tipo que va en moto, se detiene cerca de una chavala, se sube el casco y como si tuviese algún derecho con ella le suelta un ¡que cosita más rica amor! O de aquel que casi saca la mitad de cuerpo por la ventana del carro para decir: ¡Claaase chuuuuunche! Y posiblemente quienes se comporta así lo disfrutan, y probablemente los testigos se diviertan, pero estoy seguro que ninguna mujer a la que le hagan eso lo considerara placentero o divertido.
Patrañas
En la recién estrenada película sobre la vida de Roberto “Mano de Piedra” Durán, hay una escena donde conoce a sus esposa, Felicidad. Ella una colegiala de uniforme y él un muchacho del barrio El Chorrillo, de Panamá, que la aborda unas dos o tres veces en el camino a su casa, diciéndole cosas al oído, hasta que en una de esas, la toma de los dos brazos, la coloca contra la pared y le reclama ¡amor! Y ella cambia su actitud temerosa a una embobada mirada de mujer enamorada con musiquita romántica de fondo. ¡La vida real no es así! Y son esas patrañas de películas rosas, de los corridos rancheros y de reguetón quienes sostienen esa mentira milenaria. Nunca nadie ha conquistado a mujer alguna acosándola en las calles. Nunca hay musiquita romántica ni miradas enamoradas en el acoso. Y si hay miedo, llanto y, a veces, sangre.
Machismo
Ni quiero ni puedo presumir de puritano o, mucho menos, de feminista. Al contrario, tengo un machista alojado en mi ADN contra el cual debo luchar todos los días. Estoy contra el acoso callejero porque tengo una hija, amigas y familiares a quienes he visto llorar y temblar de furia, impotencia o miedo por algo que parece ser tan generalizado y visto como normal en las calles. Estoy contra el acoso porque no acepto que sea algo que nos defina como especie, donde los hombres tenemos que ser acosadores y las mujeres acosadas. Por algún lado debemos cambiar esta situación, y si yo nací en un hogar machista, procuré que mis hijos crecieran en uno menos machista que el mío y espero que mis nietos a su vez crezcan en uno menos machista que el de mis hijos.
500 años
Dicen que los piropos al aire nacieron en las cortes reales de Europa cuando los interesados deseaban a través de formas creativas y artísticas expresarle sus intenciones a los objetos de sus deseos. De eso, al acoso callejero, hay mucho trecho. No puede justificarse el “¡claase de chuunche!” por lo que hacían de muy diferente manera unos tipos que están muertos desde hace más de 500 años. Y aunque fuesen los piropos creativos o artísticos como dicen que son quienes los defienden, tenemos que entender que mientras sean dirigidos a alguien que no conocemos y que no ha dado su consentimiento, constituye un abuso y delito.
Gustar o no gustar
Una amiga sueca me decía que lo que más le extrañaba de Nicaragua era que los hombres le hablasen en la calle como si la conocieran. No lo entendía y, por supuesto, no le gustaba. ¿Hay mujeres a quienes les gustan los piropos callejeros? Puede que sí, pero yo personalmente no conozco a ninguna. Es más, conozco estudios donde el 100 por ciento de las mujeres consultadas dicen haber sido objeto de acoso sexual callejero en algún momento de su vida. En las redes sociales, cuando se ha tocado el tema, he visto a más hombres que mujeres defendiendo el derecho al “piropo galante” lo que confirma que los hombres asumimos el piropo como un derecho que tenemos sobre la mujeres y no como una relación consentida entre iguales.
Empatía
El acoso no es parte de un proceso de seducción sino un acto de cobardía contra otros seres humanos a quienes se les considera más débiles. El asunto es que tenemos que darnos cuenta que el piropo callejero generalmente agrede a la mujer y que bastaría que nos veamos en sus zapatos, o que colocáramos en ese lugar a nuestras madres, esposas, hijas, familiares o amigas para entender que no se puede defender como una práctica cultural sana algo que constituye una agresión generalizada y disfrazada contra la mitad de la población. Por un lado hay que comenzar y lo primero debe ser por uno mismo.