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manipulación en Nicaragua, pareja presidencial, Nicaragua

Cabría en la palma de la mano

A parece cada cierto tiempo, y me imagino que estas fechas le son propicias. Es una imagen, un sonido. Y hasta lo huelo.

A parece cada cierto tiempo, y me imagino que estas fechas le son propicias. Es una imagen, un sonido. Y hasta lo huelo. Estamos en una clase de estudio dirigido y el tutor es el profesor de inglés. Huele a tierra mojada del campo de futbol que no queda lejos. Ha llovido hace poco.

Uno de mis compañeros se había peleado con el que, hasta entonces, era su mejor amigo. Aún sudaban los dos, sofocados, después de la pelea en el patio. Entonces, el profesor, que tenía voz de arena, y solía recurrir a anécdotas y cuentos para decirnos algo importante, les dijo: “Si estuvieran los dos solos en el mundo, tendrían que llevarse bien y olvidarían antes los agravios. Ahora les quiero dejar esta tarea a todos”. El profesor introdujo la mano en su maletín de cuero y la sacó con el puño cerrado.

“Una vez”, dijo, “un amigo africano me enseñó algo. Para él, lo más importante, lo único que valía la pena, podía caber en la palma de la mano. Y es cierto. Yo lo tengo aquí”. Entonces, nos mostró el puño cerrado. Se paseó entre los pupitres con la mirada del que hace un esfuerzo por sujetar algo pesado. “Mañana tienen que traerme por escrito lo que guardo en la palma de la mano, que me es tan importante… Ah, y no piensen en locuras”.

Recuerdo esos segundos o minutos, la atención de todo el aula en aquel puño, como si fuera la antesala de la magia. Recuerdo cómo el profesor volvió a esconder lo que era importante en su maletín y nos dejó con la incógnita.

Durante el resto de la tarde y parte de aquella noche, escribí decenas de cosas que podrían contenerse en un puño cerrado. Desde lo más material y prosaico hasta ideas extrañas. Quizá un papel con una palabra, la palabra más importante de todas. Pero no conseguía dar con alguna idea más feliz. Y supongo que mis compañeros tampoco. Quizá fue la única vez de mi infancia que pensé en qué podría ser lo más importante de la vida como para caber en un puño.

Al día siguiente sucedió algo imprevisto. Una inundación por lluvias torrenciales. Y las clases se suspendieron. Después vino el fin de semana, y después…, no lo van a creer, pero entre exámenes y tareas urgentes ni el profesor ni ninguno de nosotros volvió a acordarse de la tarea. Además, los amigos que se habían peleado se reconciliaron nuevamente.

Cómo pudimos, mis compañeros y yo, olvidarnos de averiguar lo que era de verdad importante. Supongo que porque los niños también olvidan con mucha felicidad (y no solo con facilidad).
Sin embargo, como un cuento mágico, que se riza con los caprichos del tiempo, siempre me vuelve por estas fechas. ¿Por qué? No sé. Quizá porque ya no tengo quién me vuelva chiquito con cuentos o me haga soñar con una voz de arena en tardes lluviosas. Pero al menos tengo cerca los libros de Dickens, una colección de historias populares nórdicas y, cómo no, aquel recuerdo el profesor de inglés.

Con el tiempo he aprendido a imaginar el resto de la historia y, a veces, cuando la cuento, añado esta parte como si fuera cierta. Creo que quienes la han escuchado me sabrán perdonar. Lo que digo es que imagino que todos estuvimos esperando el día en que el profesor nos revelara el secreto. Imagino pues que se pondría en medio de la clase, abriría la mano y en la palma: nada. Sencillamente nada. Solo palma, piel, venas y las arrugas donde algunos juran que se lee la vida.

Pero como digo, eso solo es lo que imagino. Una suposición. Tendré que buscar al profesor, un día de estos, para que me diga el final de la historia y saber si estaba en lo cierto. O a lo mejor él quiso que fuera así, una tarea que nos quedó para siempre, buscar de tanto en tanto lo más importante que pueda caber en la palma de la mano. Al menos, esa historia me ha acompañado en navidades huérfanas de cuentos y de mis viejos.

El autor es periodista.
[email protected] .

@sancho_mas

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