Una característica de los dioses es la inmortalidad. Los humanos siempre mueren, inexorablemente, pero los dioses son inmortales.
Algunas personas han pretendido la inmortalidad pero nunca la han podido obtener.
Eos (nombre griego de la Aurora), enamorada de Titono, príncipe de Troya, lo invita a pedirle lo que quiera. Titono pide la inmortalidad y la diosa intercede ante Zeus para que le sea concedida. Pero no pidió que al mismo tiempo le diera la juventud eterna, de manera que Titono no muere pero envejece todos los días, hasta que se consume y convierte en un minúsculo ser que chilla clamando que quiere morir. Los dioses, compadecidos, convierten a Titono en cigarra (o chicharra) que desde entonces chilla incesantemente. Y también desde entonces Eos llora por su amado y las lágrimas que derrama son el rocío de las mañanas.
Un caso diferente al de Titono es el de Odiseo (Ulises), quien en su azaroso viaje de regreso a Ítaca llega a una isla donde reina Calipso, una bella diosa hechicera.
Calipso se enamora de Odiseo y le ofrece la inmortalidad a cambio de que se quede con ella y olvide a su mujer, la virtuosa Penélope. Pero Odiseo rechaza el ofrecimiento de inmortalidad porque es más fuerte el amor a su esposa y su nostalgia por la patria. Y acaso también porque sabe que la inmortalidad es privilegio de los dioses y ningún mortal puede tenerla, ni siquiera los semidioses que son los héroes.
Todos los dioses son inmortales. Sin embargo, el autorizado mitólogo británico Robert Graves habla en su libro Dioses y héroes de la antigua Grecia sobre la muerte de Pan, protector de los pastores y los rebaños pero sobre todo dios de la sexualidad y la fertilidad masculina.
Pan, hijo de Hermes (el dios mensajero) y de la ninfa Dríope, es tan feo que según cuenta Graves cuando nació su madre “huyó de él aterrorizada: tenía cuernos pequeños, una barbita, y piernas, pezuñas y cola de cabra”. Hermes —sigue diciendo el mitólogo británico—, no lo repudió pero “lo llevó al Olimpo para que Zeus y los otros dioses se rieran de él”.
Quizás por su extrema fealdad, Pan se aísla de los demás dioses, vive en la tierra en una cueva dedicado a proteger a los pastores y ayudar a los cazadores. Le gusta dormir largas siestas por las tardes y cuando lo despiertan se enfurece y grita aterorizando a la gente y las criaturas de los bosques. Por eso se llama pánico el miedo en grado extremo.
En las noches, cuando Selene (la Luna) se muestra en todo su esplendor e ilumina los bosques, Pan baila con las ninfas porque es muy enamoradizo y siempre está queriendo hacer el amor con las hermosas divinidades silvestres.
Particulamente Pan se sentía atraído por una ninfa extraordinariamente bella que se llamaba Siringa, pero esta rechazaba sus requerimientos amorosos e huía de él. Pan quiso hacerse de ella por la fuerza, pero Siringa clamó ayuda a los dioses superiores y estos, para protegerla, la convertieron en junco plantado a la orilla de un río.
Pan tomó en sus manos el junco en que fue convertida Siringa, lo cortó en distintos tamaños que ató en fila, los agujereó y sopló en ellos produciendo preciosas melodías. Así fue creada la flauta de Pan, o Siringa, como también se le llama en memoria de la ninfa que fue convertida en junco.
Sobre la supuesta muerte de Pan, Robert Graves escribe en el libro antes mencionado que “una tarde de abril del año uno después de Cristo, un barco navegaba hacia el norte de Italia, siguiendo la costa de Grecia, cuando la tripulación oyó unos lamentos a lo lejos; una voz fuerte gritó a uno de los marineros desde la orilla: ‘Cuando llegues a puerto, asegúrate de dar la triste noticia de que el gran dios Pan ha fallecido’. Pero nunca se supo cómo y por qué había muerto. Quizá aquello fue solo un rumor inventado por Apolo, quien quería apoderarse de los templos de Pan”.