Me escribe don David Bayardo Muñiz, nicaragüense residente en San José, California, Estados Unidos, y me dice que después de leer la columna sobre Ares, el dios griego de la guerra (LA PRENSA), sábado de enero de 2017), ha llegado a la conclusión de que “el gran Zeus fue el Casanova o el Don Juan de la época mitológica”. Y se pregunta don David Bayardo “si entre sus debilidades (de Zeus) por el sexo femenino ¿no existió una secreta inclinación hacia el mismo sexo?”
Ciertamente, Zeus también se enamora de varones. El caso más conocido es el del joven príncipe troyano Ganímedes, a quien Zeus rapta convertido en águila y lo lleva al Olimpo. Allí lo hace su amante y lo nombra encargado de servir las copas de néctar que toman los dioses.
Bernard Sergent, escritor francés especializado en mitología comparada, ha estudiado y escrito sobre la homosexualidad en la mitología griega, reflejo del tipo de relaciones homosexuales que se practicaba en la realidad. Esta solo se acostumbraba en la parte selecta de la sociedad, no se le permitía a la clase baja y mucho menos a los esclavos. “El hombre sexualmente activo, el erasta —dice Sergent—, es siempre un maestro, divino o heroico. A él está ligado un hombre joven sexualmente pasivo, el erómeno, que es siempre un adolescente impúber; su sujeción sexual termina, precisamente, con la aparición de la pubertad y la aptitud para el matrimonio”.
O sea que la relación homosexual era pederástica. Los maestros la practicaban con sus discípulos, o erómenos, desde que estos salían del gineceo (lugares de las viviendas reservados a las mujeres, donde permanecían con sus hijos) hasta que les comenzaba a salir la barba. Entre los hombres adultos no se acostumbraba la relación homosexual, salvo excepciones.
En la mitología, la más conocida relación sexual de Zeus con un varón es la ya mencionada con el joven troyano Ganímedes. Otro de los dioses olímpicos principales que tiene una relación homosexual reconocida es Poseidón, quien se enamora de Pelop y lo hace su amante.
Pélope, hijo de Tántalo, es descuartizado por su padre quien cocina su carne y la da a comer a los dioses, sin decirles que es humana, para probar si es cierto que pueden saberlo todo. Los dioses se dan cuenta del engaño, menos Deméter, quien está acongojada porque Perséfone, su hija, ha sido secuestrada por Hades y llevada a su palacio en los infiernos.
Los dioses castigan a Tántalo con un suplicio eterno y reviven a Pélope. Le reponen el hombro que ha comido Demeter con otro de marfil y además lo resucitan más hermoso que como era antes de que su padre lo descuartizara. Poseidón se enamora de él y lo lleva al Olimpo, donde lo hace su amante y le enseña a conducir su carro divino. Sin embargo Zeus expulsa a Pélope de la mansión de los dioses porque divulga secretos de las divinidades.
Otro caso famoso de relación homosexual en la mitología griega es el de Hércules con Abdero, un adolescente que es hijo de Hermes. Cuando Hércules cumple la octava de sus doce tareas, que era apoderarse de las cuatro yeguas salvajes de Diómedes, deja las bestias al cuidado de Abdero. Pero el muchacho maltrata a las yeguas que se enfurecen y lo matan y devoran. Entonces, para vengar la muerte de su joven amante, Hércules hace que las bestias devoren a Diómedes.
Muy conocida es la relación de Aquiles con Patroclo, ambos participantes prominentes de la Guerra de Troya. Homero solo habla, en La Ilíada, de la entrañable amistad que había entre ellos, pero algunos mitógrafos aseguran que más que amistosa su relación era amorosa y sexual. Al respecto dicen que Esquilo, en su tragedia Los Mirmidones (que lamentablemente se perdió) representa a Aquiles llorando sobre el cadáver de Patroclo mientras alaba la hermosura de sus caderas y añora sus besos.