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Frente al muro de Trump

Aún es difícil, pero llegará. Frente a un contexto ensombrecido por muros de políticas arbitrarias y autoritarias, como las de Trump, la mejor respuesta desde el istmo será el camino hacia la Unión Centroamericana.

Aún es difícil, pero llegará. Frente a un contexto ensombrecido por muros de políticas arbitrarias y autoritarias, como las de Trump, la mejor respuesta desde el istmo será el camino hacia la Unión Centroamericana. Es difícil porque las voluntades políticas no están maduras. Y también porque a nivel social no se plantea la necesidad, la urgencia y ni siquiera se vive conscientemente el enorme potencial y la identidad centroamericana.

Casi nadie en San Salvador se ocupa mucho de lo que pasa en Managua, ni en Managua se leen los medios de El Salvador o las noticias que llegan de Costa Rica. Eso por no hablar de los libros. Cada sistema educativo sigue empeñado en nacionalizar la educación. Cada uno lee su propia literatura nicaragüense o guatemalteca, pero se pierde de vista el resto de la literatura centroamericana, y aún más la universal.

Es difícil además porque los tiempos y las fases de desarrollo de cada país son muy diferentes, empezando por Costa Rica o Panamá, que mantienen índices más parecidos a los países avanzados de Sudamérica. Es difícil porque a nivel político, no hay movimientos claros de facilitar la integración salvo en declaraciones altisonantes. El Sistema de Integración Centroamericana (SICA) tropieza en su lento caminar con las filas y trámites en fronteras y aduanas, y los cambios monetarios entre países hermanos.

Incluso, en política migratoria, resultó vergonzosa la descoordinación y atención a los migrantes que han sufrido y aún sufren el atasco en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica. Igual de vergonzosa que las disputas territoriales que esos países hermanos dirimen a costa de cientos de miles de dólares en tribunales internacionales sin enfocarse en liberarse de esas malditas fronteras que entorpecen la unión. En Nicaragua se pelea por unas varas de tierra aledañas al río San Juan mientras se le concede por cien años a una empresa extranjera derechos totales sobre una buena franja del territorio.

Una manera posible de acercar la Unión Centroamericana sería empezar a constituirla con los pocos consensos y acuerdos que existen. No es necesario, creo, que esté absolutamente madura para permitirla nacer. Los primeros pasos más asequibles, sin duda, serían los de una mayor apertura de fronteras y un consenso en planes de estudios con un trabajo en común para la mejora de la educación en toda la región, aprovechando los avances en algunos de los países que la conforman. Se trata de una cura de humildad para unos y de generosidad para otros.

Para otra fase más avanzada, quedarían pendientes la unión monetaria, la adopción de una ciudadanía común y la arquitectura de un Estado o de una República de Repúblicas. Los intereses mezquinos o espurios que dieron al traste con el escueto intento de unión en el siglo XIX no deben ni siquiera recordarse y dejar que el pesimismo robe el sueño de un territorio de más de 45 millones de personas que comparten sangre, mares, lagos y volcanes.

Si algo he podido atestiguar en varios años, visitando la región, es que hay dos elementos que vertebran a todos los países centroamericanos por encima de intereses políticos y económicos. En primer lugar, la cultura común, mestiza y variada, una cosmovisión que permea desde la música y la literatura hasta las artes plásticas, la creación digital o la comida (“hijos del maíz”).

Otro elemento de unión centroamericana es la lucha por la defensa de su medioambiente. Amenazado por empresas nacionales y multinacionales, y por conflictos entre colonos y pueblos originarios. Héroes y mártires del medioambiente en toda Centroamérica nos unen en su voz y en su alma. Por eso, la cultura y el medioambiente es lo que teje Centroamérica en nuestro tiempo de manera inequívoca. Por qué no cimentar sobre esos dos pilares el primer bebé de la Unión Centroamericana. La mejor respuesta a la estupidez de los muros trumpianos, impuestos por quienes desprecian la cultura y niegan el daño al medioambiente.

Es difícil, pero llegará. Está en la sangre y en la tierra. Un nuevo concepto de soberanía que está más allá de unas fronteras variables y esquivas. Empecemos a perder soberanía chica para ganar una más grande.

El autor es periodista.
[email protected]
@sancho_mas

Columna del día Donald Trump EE.UU.

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