Querida Nicaragua: A los hombres con mucha frecuencia se nos olvida que no existiríamos si no fuera porque una mujer nos tuvo en su vientre. Y no solo eso sino que ella sufrió los dolores del parto, lloró de felicidad al escuchar nuestro primer grito y llegó al clímax del amor cuando nos tuvo en sus brazos por primera vez. Solo ellas saben lo que se siente en ese momento milagroso y divino en que comienzan a amamantar aquel pedacito de ilusiones que Dios les regala.
Bastaría que dedicáramos un pensamiento sobre ese maravilloso momento del parto para idolatrar a nuestras madres y a todas las mujeres que como ella nos entregaron su vida entera y vivieron y sufrieron con nosotros todos y cada uno de nuestros fracasos, desilusiones y calamidades, al tiempo que disfrutaron de lejos (porque muchas veces no celebramos con ellas) nuestros momentos de triunfos y quizás resonantes éxitos.
Me vienen estas reflexiones cuando veo que hay en nuestro país personas tan fanáticas e ignorantes que parecen vivir en la época medieval cuando morían en la hoguera quemados vivos quienes pensaban diferente en materia religiosa, inclusive los señalados como poseídos por el demonio. El Medievo sacrificó a millones de personas entre los siglos V y XV (d.C.) y por supuesto nadie espera que hoy en el siglo XXI se pueda quemar viva a una persona por suponer que está poseída por Satanás. Es el colmo del fanatismo y la ignorancia.
Hablando de casos que ocurren semanal o quincenalmente, por más que se diga que las mujeres tienen los mismos derechos, tratos y privilegios de los hombres, no es verdad. Cuando se contrata a una dama para determinado trabajo inmediatamente se piensa que como es mujer el salario será menor al de la persona que ocupaba el mismo cargo. Eso es así a menos que el contratante sea un hombre justo y decida pagarle un salario igual al que devengaba el hombre. Por la fuerza bruta y el carácter generalmente imperial del hombre frente a la mujer, esta vive temiendo hasta las malas miradas de sus compañeros, tiene que trabajar tratando de no volverse vulnerable ante los halagos, miradas, insinuaciones y hasta acosos sexuales permanentes. No tenemos la suficiente educación para valorar el carácter milagroso y divino de la mujer. Atacamos y no se nos ocurre pensar en nuestra madre, hermanas, primas, etc. que podrían ser víctimas de las insinuaciones y demás molestias que causamos a nuestras compañeras de trabajo.
De acuerdo con el grado educacional los abusos en contra de la mujer van aumentando. Alguien bien educado tendrá una relación o noviazgo bien intencionado, relación que se va cultivando y puede llegar al matrimonio. Una mala educación, donde los hijos han visto a su padre llegar borracho y agredir de palabra a golpes a su esposa o compañera, obviamente tendrá una visión real pero distorsionada del trato a la mujer. Y cuando llegue la ocasión, sin valores morales, sin educación en el hogar ni en la primaria y secundaria, surgirá un hombre agresivo, irrespetuoso, vulgar y capaz de agredir a hombres y mujeres indistintamente.
El caso de la pobre mártir quemada llegó al colmo de la ignorancia el fanatismo y la barbarie, pero el índice de mujeres agredidas y muertas cada mes en Nicaragua es pavoroso. El saldo que queda son niños pequeños sin padres, recogidos a la buena de Dios por personas caritativas, y para el futuro una Nicaragua con paseos turísticos envidiables, playas hermosísimas y bonitos parques. Pero el hombre, el ciudadano que es lo principal preocupa mucho. Es necesario pensar en la educación, trabajar duramente por la educación.
Entendamos de una vez que si queremos tener una patria libre, con valores cristianos profundos, donde todos compartamos el hermoso país que Dios nos dio y donde privilegiemos con amor la mujer, necesitamos primero educarnos.
El autor es periodista y empresario radial. Fue candidato a la presidencia de Nicaragua.