Zorro y gallinas
Si un zorro entra al gallinero y se come unas cuantas gallinas pero deja otras vivas, no podemos alegrarnos por el buen zorro que tenemos. ¿O sí? A mí me alegra que Ciudadanos por la Libertad y el Partido de Restauración Democrática ya sean partidos políticos. Lo que me entristece es que eso se celebre como un gesto de magnanimidad del régimen. Tal parece que inconscientemente hemos aceptado que los derechos y las libertades robadas, robadas están, y todo lo que nos devuelvan es ganancia. Que un par de gallinas queden vivas después del ataque del zorro es algo bueno sin duda, pero celebremos solo cuando hayamos puesto una cerca tan fuerte que ningún zorro se pueda meter jamás al gallinero.
Vida y muerte
El asunto es que el zorro puede entrar al gallinero cuando quiera a comerse las gallinas que quiera. No nos engañemos. Daniel Ortega tiene hasta el día de hoy la capacidad de otorgar vida y muerte a cualquier partido político en Nicaragua. Ningún partido puede decir que existe por llenar los requisitos que la ley exige porque todos sabemos que, de unos años para acá, la ley vale un pepino para quienes administran el país. Los partidos existen legalmente cuando le conviene a Ortega que existan y mueren cuando no le conviene. Así de sencillo. Hay cientos de historias de decapitaciones sin sentido para demostrarlo.
Al “ride”
Quienes hoy están Ciudadanos por la Libertad saben muy bien de las andanzas del zorro. El grupo original primero se llamó Vamos con Eduardo. Tenían las estructuras, los simpatizantes y los recursos, pero les faltaba la personaría jurídica que la da, ¿adivinen quién? Exacto, ¡el zorro! Entonces se aliaron con un oscuro partido llamado Movimiento de Salvación Liberal, que no tenía ni simpatizantes ni estructuras, pero por esas cosas raras que pasan en Nicaragua, tenía personería jurídica. Fue como pedirle “ride” a un carro sin llantas, sin motor, la pura armazón, pero con placa. Podía circular, según la ley que administra el zorro. Se llamó ALN y lograron colocarse en segundo lugar en las elecciones del 2006.
Y volver, volver, volver…
Poco después, como era de esperarse, el dueño de la placa reclamó el carro nuevo. Se quedaron sin partido otra vez. Fue entonces que empezaron a migrar hacia el PLI, un partido de abolengo pero venido a menos. Otra cacharpa con placa. Lograron colocarlo nuevamente como segunda fuerza electoral, y otra vez, apareció la mano del zorro y les quitó el carro overjoleado. Ahora vuelven como Ciudadanos por la Libertad y yo no dudo de la capacidad que tiene de hacerlo un gran partido, pero, así como están las cosas, tan pronto se conviertan en una amenaza al zorro, lo volverán a perder porque, ya sabemos, los zorros pierden el pelo pero no las mañas.
Alcaldías
Bueno, supongamos que estos partidos existen por imperio de la ley y no por la voluntad de nadie. Van a elecciones. Ganan, digamos, 60 alcaldías. Viene nuevamente el zorro y se las quita cuando le dé la gana, bajo cualquier pretexto y sin atenerse a ley alguna como lo ha hecho siempre.
Mismo piñal
Es que estamos ante gente que jamás aceptará elecciones libres y justas mientras las pueda perder. Miremos el caso de Venezuela. Son zorros del mismo piñal. El chavismo presumía de sus elecciones mientras las podía ganar. Ahora que ya perdió a la mayoría las elecciones son malas y salen con un adefesio de convocatoria a una Asamblea Constituyente donde ellos deciden quienes podrán votar, de tal forma que su minoría se convierta en mayoría.
Democracia
El problema de fondo es que la democracia no tiene blindaje que la proteja porque está destruida la institucionalidad. No se trata de que haya más o menos partidos. Se trata de que existan todos los que deban existir sin que su vida dependa de la graciosa voluntad de alguien. No se trata de ganar alcaldías o diputaciones sino de que se respete la voluntad de los votos que la eligieron. No se trata siquiera de que gane uno u otro partido, sino de que gane quien consiga más votos y no quien tenga más mañas. Se trata, en definitiva, de colocar la carreta y después los bueyes, que es la forma correcta para avanzar hacia esa utopía que llamamos democracia.