En este mes de septiembre, en que Nicaragua celebra el patriotismo, es oportuno hacer un alto ante el barullo para reflexionar seriamente sobre el grado en que, como ciudadanos de este país, tenemos abundancia o déficit de dicha virtud. Responderlo requiere examinar primero lo que esta encierra o significa. No es tan fácil. Muchas veces, como explicaba en mi anterior artículo sobre la educación, usamos los conceptos sin ahondar en sus significados más profundos. Así, patriotismo suele identificarse, en la imaginación popular, con la defensa de la patria en el campo de batalla.
Pero el verdadero patriotismo es algo más. Si hurgamos su esencia encontraremos que su primer componente es el amor. El patriota ama tanto a su nación que está dispuesto a ofrecer por ella el mayor de los sacrificios. El segundo es, precisamente, la nación, concepto que a su vez requiere precisarlo pues su elemento decisivo son sus habitantes, no su geografía. El patriota fundamentalmente ama a la gente del país al que pertenece, pues solo el amor a los seres humanos es el que vale la pena, agota y encierra todo. Podemos hablar de amar la naturaleza, en el sentido de cuidarla y preservarla, pero no lo hacemos por ella misma —que sería un fetichismo peligroso— sino porque sirve al hombre.
Jesús predicó el amor al prójimo, sin mencionar el amor a la patria o a la naturaleza, porque amando al prójimo ambas son amadas de rebote. Ninguna realidad física, abstracción histórica, o bien alguno, puede sustituir en importancia y dignidad de la persona humana. Pero aquí es pertinente otra observación importante: el amor crece y se expresa en círculos concéntricos: comienza con los más próximos; con la familia; con el cónyuge y los hijos, luego con parientes y amigos, compañeros, vecinos, miembros de la misma comunidad, para extenderse después a la gran comunidad nacional y, al final, a todos los seres humanos.
Eso es lo natural, lógico y correcto. No podemos ser más responsables con las necesidades del vecindario que con las de la propia familia. El dicho “la caridad comienza por casa”, tiene mucho sentido.
El amor a la patria es así una extensión o derivación del amor al próximo; no excluye amar a la humanidad entera, pero reclama un amor o una responsabilidad anterior y mayor hacia los más cercanos. Es incoherente saltarse los círculos concéntricos; amar o sacrificarse más por los vecinos que por los propios hijos, o amar más a la colectividad nacional, o a la abstracción “patria”, que a la gente de carne y hueso más próxima. Es la realidad tan bien expresada en la primera carta del apóstol Juan: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso; porque el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?
Igual con el patriotismo: si alguien dice amo a mi patria, pero no ama a su hermano (padre, madre, cónyuge, hijos, etc.) es un mentiroso, porque ¿cómo puede amar a ciudadanos que no conoce, quien no ha sabido sacrificarse por los que son carne de su carne? El patriotismo, como derivado de la caridad, comienza también por casa. Allí es donde primero debe de practicarse para luego irradiarse a la comunidad mayor. Obviamente esto no se enseña en las escuelas ni se menciona en los discursos que exaltan “patriotas” que tal vez fueron padres desastrosos.
¿Son los nicaragüenses patriotas? Examinemos primero la responsabilidad y capacidad de sacrificio que muestran por sus familias, y sabremos la respuesta.
El autor fue ministro de Educación y es sociólogo e historiador.
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