La burguesía, es decir, la clase empresarial, padece de una grave enfermedad intelectual. Esta es la tesis que sostiene el chileno Axel Kaiser en su libro La Fatal Ignorancia (2009). En él describe cómo este sector, que debería estar muy interesado en promover las ideas favorables a la democracia y al libre mercado, rara vez lo hace por subestimar la importancia de la lucha ideológica. Cae así en una especie de anorexia, o falta de vigor mental, que abre el camino para que las izquierdas propaguen sus dañinas creencias estatistas-autoritarias.
Según Kaiser, esta actitud tiene su origen en que, salvo excepciones, la clase empresarial “no entiende ni cree en el poder de las ideas y de la cultura como factores decisivos de la evolución política, económica y social”. Le presta mucha atención a la productividad, a las técnicas e incentivos, pero olvida que el ser humano se mueve fundamentalmente por las creencias, valores e ideas que le transmite la familia, el colegio, la universidad, los libros, la tele, películas, etc.
La historia reciente de Nicaragua ilustra elocuentemente las consecuencias de esta flaqueza intelectual. Durante las décadas que precedieron la revolución sandinista, la ideología marxista, propagada principalmente desde las universidades y sectores eclesiales afines a la “Teología de la Revolución”, se volvió hegemónica en amplios sectores de la juventud. Los promotores de visiones alternas del hombre y la sociedad, entre ellos demócratas como Pedro Joaquín Chamorro, Pablo Antonio Cuadra y Emilio Álvarez M., quedaron en franca minoría. Mientras tanto ni el empresariado, ni el Incae —integrado por sólidos catedráticos, democráticos y pro empresariales— se preocuparon por enfrentar en el terreno de las ideas aquellas que amenazaban sus valores y su propia existencia.
Cuando triunfó la revolución sandinista, en 1979, las ideas de sus líderes no tardaron en surtir efecto. Su antiamericanismo, pro sovietismo, hostilidad a la burguesía, apoyo a la guerrilla salvadoreña, afán por estatizar la economía, y su autoritarismo represivo, fueron hijos, todos, de la visión marxista. La cosecha fue trágica, la guerra contra, con sus millares de muertos, el descalabro de la economía y la casi destrucción del sector privado.
Hoy aún vivimos las consecuencias de este terremoto ideológico, pero sin haber aprendido algunas de sus lecciones. La juventud que asiste a las aulas de clase en secundaria en las universidades, lejos de estar siendo alimentada con valores y conceptos favorables a la democracia, sigue bajo la influencia de las viejas ilusiones autoritarias. El CNU (Consejo Nacional de Universidades) rinde homenaje abierto a los dictadores más absolutos de Latinoamérica, como Castro y Maduro y, como decía en mi artículo anterior, recientemente la fachada de la UNAN León se vio adornada con gigantescas mantas del primero.
Mientras tanto, ¿quién da la batalla porque se difundan ideas distintas? ¿Quiénes se preocupan porque la juventud aprecie la nobleza y racionalidad de los ideales republicanos? Paradójicamente, a pesar de que estos cuentan con un arsenal de argumentos, mucho más poderoso que los que puede manejar la izquierda autoritaria —por ser más lógicos, coherentes con los valores cristianos y de una demostrable eficacia en lo político, económico y social— son tan pocos quienes los enseñan.
Por eso llama Kaiser a este problema La Fatal Ignorancia. Porque un sistema con ingredientes republicanos, tan caros para el bien social —y la propia burguesía— como la separación de poderes, Estado de derecho, y respeto a la voluntad popular, no puede arraigar sin antes convencer de sus virtudes a sectores claves de la sociedad. Nada protege la democracia y combate mejor las dictaduras que ciudadanos amantes del ideario libertario.
El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.