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Esto ya trascendió al tema del INSS

Ojalá tengamos la serenidad y madurez como nación para superar la crisis que vive Nicaragua sin más violencia. Pero estemos claros. Pretender arreglar algunas cositas para dejar todo como estaba antes no funcionará.

Escribo este ensayo la madrugada del lunes 23 de abril, pocas horas antes de tomar un avión para regresar a mi patria después de una larga ausencia debida a una delicada intervención quirúrgica y a la recuperación de esta.

Aunque lejos del país, durante mi estadía en Washington seguí de cerca cómo andaba Nicaragua gracias a la tecnología moderna. Es así que me enteré de la aprobación del aumento del salario mínimo sin el acuerdo del Cosep y del desastroso incendio en Indio Maíz y de la cuestionable manera en que el Gobierno lo manejó. También pude seguir el complejo tema del INSS y cómo el Gobierno optó por romper el diálogo con el Cosep sobre cómo enfrentarlo. La decisión gubernamental fue darle una “solución” parcial a lo que es una seria crisis de liquidez sin atacar a algunos de los problemas de fondo del INSS. Estos incluyen la explosión en sus gastos administrativos, su pésima política de inversión y, reconozcámoslo, al menos una fuerte apariencia de corrupción.

Comenté lo miope e insuficiente que era la estrategia de El Carmen para con el INSS en una entrevista que me hizo Jaime Arellano el martes, 17 de abril A.D. (o antes del desastre, refiriéndome a los cinco días infames que Nicaragua acaba de atravesar). En ese programa declaré que el Gobierno estaba cometiendo un serio error que golpearía al bolsillo de toda la gran familia nicaragüense y poner en riesgo nuestra competitividad y, por ende, a nuestro buen desempeño económico. También perjudicaría a nuestra imagen de país y clima de inversiones al provocar un rompimiento en el diálogo gobierno-sector privado, uno de los activos más grandes con que Nicaragua cuenta.

Me preocupó muchísimo lo del INSS, pero debo de admitir que nunca anticipé la poderosa reacción —espontánea y enérgica— de nuestra gente, y en particular de nuestra juventud, no solo en Managua sino que a nivel nacional. Y me atrevería a decir que el rechazo de nuestro pueblo tomó a la vasta mayoría de mis compatriotas por sorpresa, basado en múltiples comunicaciones que he tenido con amigos por teléfono e internet.

Como muchos otros dentro y fuera de Nicaragua, vi los alarmantes videos que demostraron la valentía con que el pueblo se enfrentó a la sobrerreacción oficialista a través de sus instrumentos de represión: la juventud orteguista y los pandilleros en motocicletas, la encarnación moderna de las y los nicolasianos y los Amrocs de los Somoza. También vi a estas “turbas divinas” —¿se acuerdan de ellas?— siendo tristemente apoyados por la Policía. Finalmente vi a la imposición de censura a medios independientes televisivos, y en particular a 100% Noticias, solamente porque estos cumplían con su deber de informarnos de lo que estaba pasando en las calles.

Por otro lado, leí y escuché la propaganda oficialista que intentó distorsionar lo que estaba sucediendo. Según El Carmen, el Gobierno estaba defendiendo los intereses de las grandes mayorías en contra de una minoría de maleantes que estaban manipulando el tema del INSS. Hasta hablaban de desestabilización y de la ruptura de la paz por parte de jóvenes, la mayoría estudiantes de universidades públicas, consideradas bastiones del sandinismo. Esta “línea oficial”, pensé, era absurda. No convenció a nadie. Más bien desacreditó al Gobierno tanto en Nicaragua como en el exterior, incluyendo en Washington.

Cierro este escrito con algunas reflexiones finales.

Primero, aunque la mecha que encendió una genuina sublevación popular fue la “reforma” del INSS, lo que pasó en estos cinco días trascendió al tema del INSS. Se ha convertido en un repudio a la dictadura de la familia Ortega-Murillo. La gente está harta del desmantelamiento de nuestra democracia, institucionalidad y gobernabilidad política.

Segundo, nuestro pueblo está arrecho con el régimen. Muchos politólogos —sobre todo aquellos afines al gobierno— nos aseguraban que todo andaba bien en Nicaragua basado en encuestas que no supieron —o no quisieron— medir lo que realmente se sentía en el país, aunque esta se reflejaba en otros indicadores como la altísima abstención en las recientes elecciones. Con los eventos de los últimos cinco días, esa visión color rosado de Nicaragua ya quedó enterrada.

Tercero, ante semejante reacción popular, el Gobierno no tuvo más remedio que revertir su deficiente solución al problema del INSS y abrirse a una negociación. Pero si mi análisis es correcto, ya no bastará con resolver el problema del INSS —aunque ahora aparentemente de una manera consensuada— para ponerle fin a la aguda crisis de gobernabilidad que el país vive.

El Carmen seguramente está apostando a negociaciones como una suerte de repliegue táctico a fin de ganar tiempo y lograr desinflar la insurrección popular. En esto se podría estar equivocando, de nuevo, al creer que todo regresará a la normalidad con parches y curitas. Ya ha habido derramamiento de sangre y han muerto decenas de nuestros compatriotas. Ya Nicaragua está de luto. Ya la imagen país y nuestro clima de inversiones han sufrido un duro golpe. Y ya le toca al sector privado negociar no solo una salida al tema del INSS sino que acciones creíbles gubernamentales para iniciar la restauración de nuestra democracia.

Y, cuarto, si en algo están correctos los propagandistas de El Carmen es que Nicaragua ha sido desestabilizada. Pero esto no lo hizo el pueblo. Tampoco el “imperio”. ¡Se debe a la represión, falta de criterio y soberbia del propio Gobierno!

Ojalá tengamos la serenidad y madurez como nación para superar la crisis que vive Nicaragua sin más violencia. Pero estemos claros. Pretender arreglar algunas cositas para dejar todo como estaba antes no funcionará. Más bien será la mejor manera de convertir a Nicaragua en una Venezuela o Siria. Y ningún patriota debería de prestarse a esto.

El autor fue canciller de Nicaragua.

Columna del día cosep INSS Washington

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