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Edwin Castro Rodríguez. LA PRENSA/ ILUSTRACIÓN/ LUIS GONZÁLEZ

Edwin Castro Rodríguez y el mañana que no fue distinto

Esta es la historia de Edwin Castro Rodríguez, el hombre que desde las mazmorras somocistas le prometió a su hijo que “mañana, hijo mío, todo será distinto”. Sesenta años después, las cárceles están llenas otra vez de presos políticos

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Le decían Gasolina, era poeta y estaba acusado del asesinato de Anastasio Somoza García. Edwin Castro Rodríguez logró ver a su esposa, Ruth Rivera, hasta tres meses después de la muerte del dictador, durante el consejo de guerra. Ella pesaba como 85 libras y estaba embarazada del tercero y último hijo de ambos. De aquel hijo al que le dedicaría el famoso verso “Mañana, hijo mío, todo será distinto”. El mismo que hoy es diputado sandinista, tiene su mismo nombre, y dirige la bancada oficialista de un gobierno que ha llenado las cárceles de reos políticos, como lo hizo la dictadura somocista tras el asesinato de Somoza García. El mañana no fue distinto.

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Lo que sucedió en esos días se parece mucho a lo que vive hoy Nicaragua. A las comparecencias del juicio contra Edwin Castro llegaban las turbas somocistas dirigidas por la Nicolasa Sevilla, y en una ocasión una de esas mujeres le apretó el vientre a Ruth Rivera, quien consideró que lo hizo con la intención de matarle al niño que llevaba dentro, el ahora diputado Edwin Castro.

En otra ocasión, según contó en los años ochenta al Diario LA PRENSA, ella notó que Castro mantenía cerrados los puños. Ella, desde donde estaba, con señas le preguntó por qué cerraba las manos, pero Castro no le respondió. Después se le pudo acercar y notó que no tenía ninguna de las uñas de las manos. Se las habían arrancado.

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Entre 1956 y 1960, Ruth llegó a ver a Castro todos los fines de semana. Las visitas siempre fueron escoltadas por militares que no se separaban de ella. Aún así, Castro logró darle a su esposa todos los poemas que él escribía en papelitos sucios o en el reverso de los paquetitos de cigarrillos consumidos. Entre esos poemas estaba el que le dedicó a su hijo, “Mañana, hijo mío, todo será distinto. Se marchará la angustia por la puerta del fondo que han de cerrar, por siempre, las manos de hombres nuevos. Reirá el campesino sobre la tierra suya…”.


Mañana, hijo mío, todo será distinto…

Mañana, hijo mío, todo será distinto.
Se marchará la angustia por la puerta del fondo
que han de cerrar, por siempre, las manos de hombres nuevos.
Reirá el campesino sobre la tierra suya
(pequeña, pero suya),
florecida en los besos de su trabajo alegre.
No serán prostitutas la hija del obrero
ni la del campesino
—pan y vestido habrá de su trabajo honrado—.
¡Se acabarán las lágrimas del hogar proletario!
Tú reirás contento, con la risa que lleven
las vías asfaltadas, las aguas de los ríos,
los caminos rurales…

(Fragmento del poema de Edwin Castro Rodríguez)


Quienes estuvieron en la cárcel con Castro narraron que él casi siempre estaba animando a los demás reos y con una guitarra entonaba canciones sentimentales, acompañado del coro de sus compañeros de prisión.

Castro estaba en la celda 14 de las cárceles de la Aviación, en Managua, junto a su amigo Ausberto Narváez. Y Cornelio Silva estaba en la 15. La 14 era una celda de doble seguridad, con amplio espacio, que tenía dos secciones. Allí Castro recibía el maltrato de los guardias. Además de golpearlo y patearlo, en una ocasión lo obligaron a vestirse de mujer para mofarse de él.

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Cuando el consejo de guerra se trasladó a León para inspeccionar el lugar del crimen, Castro vio a una de sus dos hijas en la calle. Pidió permiso a los guardias para ir a besarla. LA PRENSA captó el momento en una foto. El hombre se comía a besos a su hija con los ojos inundados de lágrimas. Igual hizo cuando sus dos hijas fueron llevadas por su madre al juicio.

Momento en el que la esposa y una hija de Edwin Castro Rivera se le acercan al jeep de la Guardia, en el que él era llevado a reconstruir la muerte de Anastasio Somoza García. LA PRENSA/ ARCHIVO

Un hombre bueno

En el verano de 1952, la hondureña Ruth Rivera conoció en Chinandega a un joven lampiño y regordete. Años después diría de él que “era el hombre más generoso, más bondadoso y más bueno de la tierra”.

Se trataba de Edwin Castro Rodríguez, un estudiante de Derecho de la universidad de León, partidario del PLI, hijo de un acérrimo enemigo político del dictador Anastasio Somoza García, el general Carlos Castro Wassmer, quien inclusive había peleado en la misma causa de Sandino, en el ejército liberal durante la llamada guerra constitucionalista.

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Edwin Castro Rodríguez había nacido el primero de noviembre de 1930, en Londres, Inglaterra, donde su papá era diplomático del gobierno de José María Moncada.

El encuentro entre Ruth y Edwin fue en una finca llamada Campuzano, adonde Rivera había llegado de paseo.

Edwin Castro Rodríguez con sus hijas María Consuelo y Ruth María, cuando ya estaba preso. LA PRENSA/ ARCHIVO

Al poco tiempo eran novios con planes serios para casarse, tanto que Castro le pidió que ella fuera a conocer al padre de él, que se encontraba en el exilio en Costa Rica. El general Castro Wassmer había rivalizado con Somoza García desde 1932, cuando Juan Bautista Sacasa era presidente electo de Nicaragua y propuso a Castro Wassmer como director de la Guardia Nacional. Al final, tras negociar Sacasa con el presidente saliente, José María Moncada, fue escogido Somoza García como el jefe de la Guardia.

En 1944, Castro Wassmer se había ido al exilio a Costa Rica, después de unas protestas que estudiantes realizaron en contra de Somoza.

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El 12 de octubre de 1952, Ruth Rivera se aprestó para ir a Honduras acompañada de su futura suegra, Consuelo Rodríguez, y después viajarían juntas a Costa Rica. Una llamada por teléfono frustró el viaje. El general Castro Wassmer murió ese 12 de octubre en Costa Rica, producto de un ataque al corazón.

Seis meses después de la muerte del general, Ruth y Edwin Castro se estaban casando. Fue un matrimonio que procreó tres hijos. El último de ellos, Edwin Castro Rivera, nacería estando su padre en la cárcel, como reo político del somocismo, tres años antes de que a su progenitor le aplicaran la ley fuga en las cárceles de la Aviación en Managua. Hoy, ese niño es el coordinador de la bancada del FSLN en la Asamblea Nacional.

Rigoberto López Pérez, Rigoberto López
Rigoberto López Pérez. LA PRENSA/CORTESÍA/ IHNCA

El inicio del fin

A finales de abril de 1956, el matrimonio Castro Rivera se encontraba descansando en su casa en León, mientras afuera llovía copiosamente. Ruth Rivera lo recordaba bien de cuando vieron llegar a la casa a un hombre de bigote poblado, moreno, alto. Era Rigoberto López Pérez, quien se protegía de la lluvia con un abrigo impermeable.

Así iniciaría una especie de vorágine para Ruth Rivera, en la que su esposo se convertiría en “el número 2” del asesinato del dictador Anastasio Somoza García y sería encarcelado durante tres años, condenado y finalmente acribillado a balazos junto a dos personas más.

Castro y López Pérez se habían conocido a inicios de ese 1956. Un exiliado en El Salvador, el excapitán Adolfo Alfaro, le había dicho en enero a Castro que López Pérez era el hombre que estaba dispuesto a matar a Somoza García. Y, después, Alfaro le dijo a López Pérez que Castro sería la persona que le iba a ayudar.

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De acuerdo con los historiadores, Alfaro tenía deseos de venganza en contra de Somoza García, por la muerte de su hermano Agustín Alfaro después del fallido atentado contra Somoza el 4 de abril de 1954. Y Castro también porque Somoza había humillado y mandado al exilio a su padre.

De Rigoberto López Pérez, lo que se dice es que solo tenía la intención de liberar a Nicaragua de la tiranía somocista.
Entre abril y el 21 de septiembre de ese 1956, especialmente en los últimos días de ese periodo, Castro se dedicó a visitar a una gran cantidad de opositores al régimen somocista, en la mayoría de las veces pidiendo dinero para que López Pérez pudiera ejecutar a Somoza García.

En julio, Castro le consiguió dinero para que López Pérez fuera a Panamá a matar a Somoza, donde el dictador estuvo en un encuentro de presidentes conmemorando el 130 aniversario del Congreso Anfictiónico de 1826. López Pérez no pudo lograr su cometido. Había mucha seguridad rodeando a los presidentes.

Sitio donde Anastasio Somoza García recibió los cinco disparos de Rigoberto López Pérez. Un policía señala donde cayó López Pérez. LA PRENSA/ ARCHIVO

Nuevamente Castro ayudó a López Pérez para que intentara matar a Somoza en la hacienda San Jacinto, en las celebraciones de la Independencia de Centroamérica. Otra vez la seguridad fue la causa de que fracasara el intento.

Sumado a ello, Edwin Castro no lograba comunicarse vía telefónica con Alfaro, quien desde El Salvador daría una lista de miembros activos de la Guardia Nacional que sabían del atentado en contra de Somoza García y que uno de ellos iba a asumir el mando de la Guardia una vez fuera asesinado el dictador.

El teniente Agustín Torres Lazo, el fiscal militar que acusó por la muerte de Somoza García, describió en un libro a Edwin Castro como una persona incansable, que se movió como loco para ayudar a López Pérez en su misión.

Rigoberto López Pérez no estaba dispuesto a esperar más tiempo. Tras varias reuniones con diferentes personajes, entre los que destacaba, además de Edwin Castro, Ausberto Narváez y Cornelio Silva, se decidió a darle muerte a Somoza el 21 de septiembre, cuando el dictador estaría en la Casa del Obrero, celebrando una nueva candidatura presidencial.

Había un plan, de provocar un apagón en todo León para que en una mínima probabilidad López Pérez saliera con vida tras matar a Somoza. A las 8:30 de la noche de ese 21 de septiembre, Castro vio por última vez a López Pérez. Según sus propias declaraciones, se dirigió a la planta eléctrica de la ciudad a esperar un aviso para provocar el apagón. Como a las 2:00 de la madrugada del día 22, una señora pasó por donde estaba Castro y le alertó de que no podía andar en las calles, porque él era del PLI y acababan de dispararle a Somoza García.

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Castro estuvo cinco días en la casa de esa señora. Después se movió a la casa de una mujer llamada Mercedes Fuentes. Luego a una finca de unas mujeres de apellido Buitrago, pero estas no se dieron cuenta, solo el mandador.

El féretro de Anastasio Somoza García. Cuando Rigoberto le disparó mortalmente, llevaba 17 años como presidente y celebraba nueva candidatura presidencial. LA PRENSA/ CORTESÍA/ IHNCA

A inicios de octubre, cuando ya había muerto Somoza García en un hospital de Panamá, ocho días después de que López Pérez le disparó cinco veces con un revólver 38, Edwin Castro se enteró de que los hijos de Somoza estaban ofreciendo una recompensa, primero de cinco mil córdobas y después de diez mil, a quien diera información sobre él.

Un conocido, Evenor Berríos, llevó a Castro a la isla Juan Venado, donde la Guardia lo capturó el 11 de ese mes de octubre.
Ruth Rivera recordaría después que, cuando López Pérez iba a matar a Somoza, Castro la obligó a ella a irse de León con las dos hijas de ambos, María Consuelo y Ruth.

Ruth Rivera estaba segura de que a su esposo lo había vendido el hombre que lo llevó a la isla Juan Venado.

Días después, ella estuvo presa 24 horas y la liberaron cuando se dieron cuenta que ella era inocente. Ella escuchó en El Hormiguero cuando Anastasio Somoza Debayle le dijo a un guardia: “¿Estás seguro que es inocente?” “Bueno, soltala, pero se va bajo tu responsabilidad”, sentenció el dictador, según narró Ruth Rivera a LA PRENSA en los años ochenta.

La cárcel La Aviación el día que mataron a Edwin Castro, Ausberto Nárvaez y Cornelio Silva. La imagen corresponde a las celdas 14 y 15. LA PRENSA/ ARCHIVO

Edwin Castro Rodríguez fue un reo político

Castro fue condenado en enero de 1957, pero tres años después, el 18 de mayo de 1960, en la madrugada, supuestamente había intentado huir con Ausberto Narváez y Cornelio Silva, y dos guardias los acribillaron a balazos.

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Una mujer a quien le decían la Española, María Valdez Fernández, quien había caído presa en esos días por supuesto terrorismo, dijo a los periodistas que era falso que los tres hombres habían querido huir, sino que los obligaron. En otras palabras, les habían aplicado la llamada Ley Fuga.

Castro y Narváez fueron enterrados en León. Silva en Chontales. Así se acabaron ocho años de matrimonio entre Ruth Rivera y “el hombre más bueno del mundo”.

Edwin Castro,
Edwin Castro, coordinador de la bancada del FSLN en la Asamblea Nacional. Es la mano derecha de Daniel Ortega en ese poder del Estado. LA PRENSA/ ARCHIVO/ URIEL MOLINA

Tomás Borge y los dos Edwin Castro

Cuando Edwin Castro Rodríguez anduvo buscando ayuda en su proyecto de matar a Anastasio Somoza García, pidió apoyo a Tomás Borge Martínez, quien después fuera fundador del FSLN y poderoso ministro del Interior de los años ochenta.

A Borge, Castro le habría pedido que le ayudara con lo del apagón para que quizá Rigoberto López Pérez saliera con vida tras matar a Somoza, pero Borge se le negó.

Tras la muerte de Somoza, sus hijos la emprendieron contra todos los opositores y en la redada cayó preso Tomás Borge, quien testificó que no le había creído a Edwin Castro lo del complot porque era “fantasioso”. Según Agustín Torres Lazo, de hecho, a Castro le llamaban Gasolina en León, porque era capaz de iniciar un incendio con sus ideas o proyectos políticos.

Muchos años después, en el año 1994, el FSLN estaba en crisis por una división en dos corrientes: la ortodoxa, apoyada por Daniel Ortega y la renovadora, impulsada por Sergio Ramírez.

Del 20 al 23 de mayo se realizó el Congreso del partido en el que se eligió una nueva Dirección Nacional, siempre bajo la dirección de Ortega, y también a nuevos miembros de la Asamblea Sandinista.

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Mónica Baltodano recuerda que en medio del Congreso se le acercó Tomás Borge y le dijo: “Pongan en la lista (de candidatos a la Asamblea Sandinista) a Edwin Castro (Rivera). Yo le tengo mucho aprecio por ser hijo de Edwin Castro y le tengo confianza”.

En la actualidad, Castro Rivera es uno de los brazos derechos de Daniel Ortega en la Asamblea Nacional, donde es coordinador de la bancada de FSLN.

El ataúd con los restos de Edwin Castro Rodríguez cuando era sepultado en el cementerio de Guadalupe, en León. LA PRENSA/ ARCHIVO

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