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Colette Capriles, Nicaragua, Venezuela

La filósofa venezolana Colette Capriles es profesora en la Universidad Simón Bolívar de ese país. LA PRENSA/Cortesía

Colette Capriles, filósofa venezolana: Chavismo vive “un fin de ciclo”

Profesora de teoría política de la Universidad Simón Bolívar analiza el ocaso de Nicolás Maduro y del socio de este, Daniel Ortega

Durante años la profesora de teoría política Colette Capriles, filósofa de profesión, ha dicho que al chavismo no le gusta la alternabilidad del poder. Justo ahora cuando el mundo presiona al régimen de Nicolás Maduro, el dictador se abraza al discurso de la normalidad, igual que Daniel Ortega en Nicaragua.

Capriles tiene todo un marco de conocimientos para caracterizarlos. Las líneas de investigación de su trabajo académico son la filosofía política de la tiranía, pensamiento antiliberal y democracia, y política y cultura en la década de los sesenta en Venezuela.

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Explica además la realidad de su país comparando el discurso político de Maduro con la crisis económica, en la que en su caso le alcanza su salario para muy poco. “La situación es crítica. No estamos hablando solo de las capas más empobrecidas, estamos hablando de toda la población en general”, lamenta la profesora de la Universidad Simón Bolívar.

Si a usted le tocara explicarle a un extranjero qué pasa en Venezuela, ¿cómo lo haría?

Es difícil porque están pasando muchas cosas. Es un conflicto que lo podríamos llamar de fin de ciclo político. Después de veinte años, ya el chavismo entra en su fase de declinación, (que es) desde hace algún tiempo. Eso se expresa en el actual conflicto político, que yo no lo definiría —de una manera un poco teórica— como un conflicto de legitimidades, porque precisamente el proceso de legitimación en una democracia, en un sistema político, democrático, es (lo da) las elecciones.

En Venezuela ese requisito no se ha cumplido y, a partir del 10 de enero, estamos frente a un gobierno que no tiene la legitimidad democrática de vida y constitucional, mientras que, por otra parte, queda entonces y deviene como personaje principal la Asamblea Nacional que efectivamente fue electa en 2015 y que retiene la legitimidad de origen; que le dan unas elecciones como las que ganaron los partidos de oposición.

Pero esa si se quiere es la etapa meramente institucional del conflicto, porque en realidad evidentemente hay un agotamiento con el proyecto chavista, una absoluta deslegitimación de ejercicio. El gobierno, llevado a cabo durante los últimos seis años, ha sido desastroso desde todo punto de vista.

¿Cómo se expresa esta gestión desastrosa en las calles?

Tenemos una población sufriente, que mayoritariamente está en una situación de catástrofe social y económica. Eso, que ha sido un proceso paulatino, ha llegado al extremo tal que yo diría que el sentimiento general es que la presencia de Maduro —del gobierno— no tiene sentido; capacidad de repararse a sí mismo, independientemente de todo el conflicto político propiamente, lo que es muy importante señalar es que, a diferencia de otras coyunturas complicadas que hemos vivido con la presidencia de Maduro, en este caso coinciden varias variables que no estaban presentes en los anteriores momentos conflictivos como los que hubo en 2014 y 2017.

 

Caracas. El chavismo cumplió veinte años en diciembre pasado. Venezuela vive una de sus peores crisis. EFE/ Cristian Hernández

¿A cuáles se refiere?

El primero es el nivel de catástrofe económica que ha padecido este país. En el último año con la hiperinflación, la absoluta irresponsabilidad del gobierno con respecto a los servicios básicos que debe prestar el Estado, estamos hablando de electricidad, luz, seguridad, por supuesto también educación, salud, el deterioro ha sido tan brutal que ni siquiera existe ya la posibilidad de extenderle al gobierno alguna prórroga de confianza que permita incluso, a quienes simpatizaban con el chavismo, seguir creyendo que hay una posibilidad de bienestar mínimo con Maduro a la cabeza del gobierno.

No solo es un conflicto político, ni la crisis económica como tal, es también la presión colectiva por un cambio. Eso es algo que no habíamos tenido nosotros con esa intensidad antes.
Con tal intensidad y, sobre todo, los más empobrecidos que están atados al clientelismo del gobierno y están atados de una manera irreversible: aquí hay gente que si no recibe la comida del gobierno se muere de hambre.

¿Qué tipo de sacrificios está enfrentando la población?

La situación es crítica. No estamos hablando solo de las capas más empobrecidas, estamos hablando de toda la población en general, incluyendo lo que alguna vez fue la clase media.

Sencillamente uno ve los mercados vacíos. Está ocurriendo que hay quizás, en algunas cosas, un cierto suministro, no hay la escasez tan aguda como podría haber en otro momento, pero no hay cómo comprar esos productos. Mi sueldo por ejemplo como profesora universitaria no resiste ni siquiera, no sé, tres cafés y cuatro sándwiches. No puedo pagarme… Yo gano alrededor de 15 dólares al mes, una cosa así; es difícil también calcularlo porque ese es el otro elemento: con la inflación de la moneda no hay manera de calcular cuánto valen las cosas.

Toda la escala de sueldos se ha deteriorado a tal punto que tenemos la paradoja que (en) Venezuela es posible conseguir mucho más productos de los que se conseguían hace un año, pero sin ninguna capacidad de comprar. Hay como más oferta que demanda en algunas cosas.

En los rubros más básicos, sigue habiendo un sistema de escasez, que le permite al gobierno monopolizar la entrega de comida y localizarla en ciertas poblaciones, que le conviene tener bajo control. El repudio al gobierno de Maduro es muy intenso. Está localizado en las clases populares, que normalmente se mantenían un poco cautas, más al margen. Eso ha traído como consecuencia algo —que no lo habíamos visto en ese nivel— que es un nivel de represión en las zonas populares de las ciudades venezolanas que ha sido muy intenso, muy sangriento, buscando líderes en las comunidades, o algunos que sienten que está rebelándose.

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De alguna manera, el Gobierno no tiene ni siquiera la ficción de un apoyo popular. No ha sabido dar ni una sola señal de rectificación en lo económico, que le permita a la gente siquiera tener alguna esperanza de que esto puede cambiar.

¿A quién dirige entonces Maduro esas palabras en las que dijo que en Venezuela no son mendigos?

Ahí entra un cuarto elemento: el tema que nadie entiende, de la negativa del gobierno a aceptar ayuda humanitaria. Uno diría, políticamente, es lógico, porque sería reconocer su fracaso. Es decir el problema ya no es el fracaso de un gobierno cualquiera, sino el de un gobierno que ni siquiera puede garantizarle niveles de supervivencia a su población. Entonces es particularmente duro de aceptar, pero evidentemente el mensaje de Maduro es intentar negar la realidad.

Nicolás Maduro, Venezuela
En una reciente entrevista con la BBC, el presidente Nicolás Maduro no quiso informar sobre la situación económica en la vida cotidiana de los venezolanos, los que dijo no son mendigos. LA PRENSA/ARCHIVO

Uno de los elementos importantes hoy es la guerra de propaganda, de construcción de realidades paralelas. Uno ve las comunicaciones de Maduro, en este último mes, pues básicamente la ocupa un solo mensaje que es que la población está dispuesta a defender con sangre los logros de la revolución. Un mismo modelo de mensaje en que fundamentalmente no está pasando nada, que todo es por intenciones aviesas del imperio y, en definitiva, la gente vive bien y en todo caso vive más o menos bien. Es decir un nivel de reacción que hace sospechar del contacto con la realidad que tiene Maduro.

Pareciera que no es capaz de procesar que efectivamente la gente está pasando hambre, que es imposible garantizarle la vida a cualquiera que entre a un hospital público, porque no hay insumos, no hay la manera de atender a la gente, hay epidemias horrorosas.

Todas esas características —negación de la realidad, la represión, la denuncia del intervencionismo— son planteamientos similares entre Maduro y Ortega, ¿qué otras cosas tienen en común?

Hay una realidad y es que el Gobierno de Nicaragua y el de Venezuela han estado asociados en un proyecto geopolítico que ya fracasó; montado por el chavismo, en asociación con el gobierno cubano, ya dejó de ser, no tiene sentido. Cambiaron las circunstancias.

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En el caso de Nicaragua y Venezuela son casos que no supieron leer ese agotamiento del proceso político porque, en definitiva, son gobiernos que aprovecharon la democracia para construir sistemas de control social tipo tiránico.

Sobre todo, aferrándose al poder y negando el principio fundamental de toda democracia: la alternabilidad en el poder; eso no ocurrió en Argentina, en Brasil, en Ecuador, en otros países en la famosa marea de gobiernos socialistas. En el caso de Ortega y el chavismo, esa participación no era sino una manera de instalar dictaduras personalistas, que además están totalmente desfasadas históricamente.

Es un modelo de instalación de tiranías, que es cooptar las instituciones democráticas y pervertirlas, personalizarlas y, por lo tanto, violar las propias constituciones que le dieron origen y convertir sus regímenes donde ya la democracia no tiene mayor sentido.

 

Nicaragua, Hugo Chávez, Venezuela
Managua. El monumento en honor de Hugo Chávez, el gran benefactor del régimen de Daniel Ortega. LA PRENSA/AFP

Elecciones libres

Según la profesora Colette Capriles, la salida pacífica para la crisis en Venezuela parte de la necesidad de elecciones libres, bajo condiciones supervisadas por la comunidad internacional.

Venezuela vive un momento clave en su historia. Al menos 60 países han desconocido al régimen de Nicolás Maduro y, en su lugar, han respaldado al presidente de la Asamblea, Juan Guaidó, como encargado interino, mientras convoca a los comicios.

“La contraofensiva del gobierno de Maduro ha sido denunciar la actividad internacional, el apoyo internacional a la democracia venezolana, como una conspiración golpista, de los imperios del mundo. Eso por supuesto no tiene ningún sentido”, dijo.

Capriles recuerda que el propio chavismo floreció en un ecosistema de gobiernos aliados, pero además “intervino en todos los procesos electorales que se produjeron en América Latina durante los primeros 10 años del siglo XX. Intervino directamente, financió campañas electorales, financió candidatos, financió logísticas”.

Ante esta situación, sostiene, no debería sorprender que la comunidad internacional sea un actor relevante en el fin de ciclo del chavismo.

Aferrados al poder

La gravedad de la crisis, se debe a que el chavismo no quiere dejar el poder. Colette Capriles sostiene que es fundamental, en el proceso que se tiene que desarrollar en su país, la posición que asuman los militares, quienes tienen una responsabilidad histórica y constitucional. “De ninguna manera me refiero a que haya un golpe militar contra Maduro, simplemente que los militares retomen su rol constitucional y ya”, dijo.

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