El trabajo en las caleras es considerado por distintas organizaciones una de las diez peores formas de trabajo infantil en Nicaragua. Decenas de niños laboran en la última fase del procesamiento de la cal: el empaque. Sus manos pequeñas resultan prácticas para meter el fino polvo en bolsitas plásticas, y se les ve descalzos o en chinelas, sentados entre grandes pilas de cal. Algunos van a trabajar a la calera por la tarde, después de ir a clases, pero muchos simplemente dejan de ir a la escuela y se dedican al trabajo de obreros. En 2011 más de 135 niños y niñas trabajaban en las caleras de San Rafael del Sur.
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Ubicado unos 46 kilómetros de Managua, San Rafael del Sur no solo destaca por tener algunas de las playas más populosas del país —como Pochomil, Masachapa, Montelimar y Quizalá— también es el municipio más productor de cal. Hace millones de años su territorio estuvo bajo el mar y lo que hoy es material calizo se formó a partir de restos de grandes moluscos marinos ricos en carbonato de calcio. Debido a que San Rafael del Sur es una planicie, el mar se encontraba bastante adentro y hoy es posible hallar muchas minas de cal. En la foto, Masachapa. LA PRENSA/ Archivo
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La actividad de más riesgo es la que se practica en las minas de cal, donde se extraen las piedras que luego serán trituradas y metidas al horno de las caleras. Es en las minas donde, en años pasados, se han reportado accidentes mortales. Los paredones ceden y se derrumban cuando los hombres están cavando la tierra para sacar las rocas. A veces los peones no mueren, pero quedan paralíticos porque las piedras les rompen el espinazo. LA PRENSA/ Archivo
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Una quema toma alrededor de una semana desde que las piedras calizas se extraen de las minas de San Rafael del Sur. Luego son llevadas a la calera y se pican con hacha para obtener rocas de distintos tamaños que serán acomodadas en el interior del horno, formando una especie de “campana”. Es decir, una suerte de rosca gigante, desde la base del horno hasta la parte superior. Al encargado de hacer la campana se le llama, por supuesto, “campanero”. Los peones pican la piedra y luego ayudan al campanero pasándole las rocas. LA PRENSA/ Archivo
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La exposición a la cal, una sustancia alcalina, es muy dañina, aseguran los médicos. Afecta nariz, ojos, garganta, bronquios y pulmones; daña la piel y las mucosas; provoca quemaduras químicas y produce inflamaciones; causa fibrosis e incluso cáncer. Los más vulnerables son los niños, pues todavía no han desarrollado bien su sistema inmunológico y existen más posibilidades de que a largo plazo padezcan cáncer pulmonar. LA PRENSA/ Archivo
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La quema de las piedras calizas en el horno dura tres días y tres noches. Se pueden llegar a consumir 60 marcas de leña (una marca consiste en trozos de madera apilados en cuatro varas de largo, una de alto y una de ancho). Las jornadas de los peones comienzan a las 6:00 de la mañana y finalizan entre las 3:00 y las 5:00 de la tarde, en dependencia del trabajo que haya que hacer. LA PRENSA/ ARCHIVO
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Una vez finalizado el proceso de cocción, se extrae la piedra quemada, todavía hirviendo. Para esto se le va jalando con una pala por la boca del horno y esta tarea dura en promedio tres días. En un día más se enfría la cal. Para esto los peones mojan la piedra quemada y cuando se seca la revuelven para afinarla. LA PRENSA/ Archivo
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Así es la parte superior de un horno de cal. En San Rafael del Sur hay alrededor de 32 hornos y cada uno de ellos produce entre 1,500 y 3,000 quintales de cal al mes, de acuerdo con publicaciones de medios del Gobierno. La gran mayoría de los hornos se encuentra en la comunidad de Los Sánchez Norte, donde en 2012 se contaba una treintena. Los dueños de hornos están organizados en cooperativa y se supone que las quemas son reguladas. Aun así, es inevitable el impacto ambiental. La industria calera ha dañado bosques y contaminado ríos y aire en este caliente municipio. LA PRENSA/ Archivo
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Al final del proceso, la cal es cargada en camiones y llevada a los departamentos del país, donde se distribuye en pulperías, camaroneras, polleras y ferreterías. Sacos grandes y bolsitas pequeñas, de esas que rellenan decenas de niños en largas jornadas de polvillo y viento. La misma cal que hombres de brazos fuertes y pulmones castigados extraen de la tierra. LA PRENSA/ Archivo