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Daniel Ortega, reformas

¿Qué tan orteguistas somos?

Los orteguistas no se definen solo por lo bien o mal que les caiga Ortega, sino, principalmente, por cuanto incorporan sus comportamientos

Orteguistas

¿Qué tan orteguistas somos? Esta pregunta puede sonar rara, y probablemente algunos quieran recordarme a mi santa madre por ello, pero déjeme explicarle primero mi punto, y luego saque las conclusiones. El asunto es que considero que el verdadero orteguismo, así como en su caso el somocismo, el nazismo o el fascismo, no se miden por lo bien o mal que nos caiga el hombre que origina el “ismo”, en el caso del orteguismo, Daniel Ortega, sino por los comportamientos propios de esa corriente que, a veces sin darnos cuenta, reproducimos.

Somocismo

El mejor ejemplo de esta contradicción es el propio Daniel Ortega. Yo no me atrevería a asegurar que Ortega admira a Somoza. Tal vez hasta sea cierto que lo odia y crea que lo derrotó. Pero hoy por hoy, el más grande somocista en Nicaragua se llama Daniel Ortega, porque copió y perfeccionó todos sus vicios, y ninguna de sus virtudes, si es que tuvo alguna. En otras palabras, se puede odiar a Daniel Ortega y ser orteguista como el que más.

Doble rasero

Veamos. El orteguista de cepa ve el mundo divido en bandos: los que están conmigo y los que están contra nosotros. Cualquier disonancia, crítica o mala mirada a lo interno, coloca a alguien al otro lado de la raya. Tiene doble rasero. O sea, una medida para los otros, los distintos a mí, y otra para medirme yo mismo o los míos. La mayor desfachatez de esta expresión son los jueces orteguistas, que determinarán quién es inocente o quién es culpable exactamente por el lado político en que se coloque el acusado.

Aspiraciones

Al orteguista le ofende cualquier aspiración a cargo público que manifieste alguien, salvo aquellas que vienen aprobadas “desde arriba”. Es que los caudillos crecen precisamente cuando se poda desde la raíz cualquier aspiración que ponga en disputa su liderazgo. Solo puede crecer lo que nace bajo su sombra. El jefe, el gran líder, el hombre, es una especie de Dios y por lo tanto es un sacrilegio que cualquier hijo de vecina aspire a colocarse ahí. Sin embargo, aspirar debería ser lo normal. Si Chico de los Palotes dice que quiere ser presidente de Nicaragua es su derecho. Nada nos obliga a respaldarlo. Allá él si esta orinando fuera del huacal o no consigue más que su propio voto.

Cosa nostra

¿Se acuerdan, por ejemplo, que durante el movimiento OcupaINSS, muchos consideraban que los muchachos de alguna manera se habían ganado la paliza que les dieron porque en su respaldo a los jubilados “había interés político”? Y a esos mismos que olían y rechazaban ese presunto “interés políticos” les pareció extremadamente normal cuando, una vez desmantelada la protesta, llegó el Frente Sandinista con sus banderas y su cálculo político a escudarse tras los “viejitos”. Es que si algo ha logrado Daniel Ortega en estos años es alojar la idea de que la política es cosa de ellos y cualquier interés manifiesto de otros es pecaminoso, sucio o criminal. Y merece castigo.

Méritos

Una herencia que viene del viejo sandinismo es creer que los cargos se definen por cuánto le costó la causa a alguien sin importar si tiene o no las capacidades para ejercerlos. Miren nomás como los nuevos nombramientos que hace el régimen actualmente tienen que ver con la participación en las operaciones limpieza que ejecutó recientemente. Soplones y paramilitares, tienen prioridad a la hora de escoger.

Autoexamen

Por supuesto, no son estos todos los vicios del orteguismo. Faltan los peores. Y como dije, tampoco es que son exclusivos de él. Tal vez usted no esté de acuerdo con algunos o tenga otros más, que sería interesante escuchar. Lo importante es reconocer en nosotros sino estamos haciendo, sin darnos cuenta, lo mismo que hace el orteguismo. Porque lo peor que nos puede pasar es que se vaya Ortega y quede el orteguismo en el azul y blanco, así como quedó el somocismo, o lo peor de él, en el sandinismo una vez que se fue Somoza.

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