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El poeta Ariel Montoya, en una de las protestas de autoconvocados contra el régimen de Daniel Ortega, en Managua, durante el mes de mayo del 2018.  LA PRENSA/Cortesía/Facebook/A. Montoya.

“Último dictamen contra el dictador Ortega”, es uno de los poemas que reúne “Poeta autoconvocado”

Y es que ninguna tiranía en el istmo centroamericano ha quedado indemne de la puntualidad histórica de los poetas, altivos como nadie a la hora de sacudir solapas y despertar a las muchedumbres dormidas

Nicaragua es —hoy, ahora, mientras escribo estas líneas— la herida supurante de Centroamérica. En la estrechez de esta arcillosa cintura del continente, Nicaragua es el nuevo dolor de parto de nuestra historia compartida.

¡Y ya conocemos cómo duelen estos procesos! ¡Sabemos cuánto sangran, y con qué rojos intensos, esas llagas que en esta región del planeta suelen abrirse por acelerar el paso o, al contrario, por parar en seco!

Pero en medio de ese caos (también lo hemos atestiguado), el arte verdadero encuentra cauces para fluir hacia el océano de la libertad.

Rubén lo hizo cuando plutócratas y militares convertían al centro de América en escenario de pugnas facciosas; lo hizo Ismael Cerna, guatemalteco universal, gritando desde la cárcel su rebeldía ante el despotismo “liberal” del siglo XIX; lo hizo Roque Dalton, en clave ideológica, soltando las amarras de ese unicornio al que en vano intentó asir de la cola.

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Rebasaríamos las finalidades de este prólogo tratando de probar que “revolución del espíritu” es la forma verbal que mejor describe el impacto que el artista sufre al encarar la realidad, cualquiera sea; no obstante, resulta útil afirmar que se trata de un prodigio que excluye voluntades y perspectivas foráneas al espacio vital de ese artista concreto.

Aunque el arte es, entre otras cosas, una expresión fundamentada en el desarrollo empírico de los hombres —por lo que hablar de manifestación artística independiente de toda influencia es, sencillamente, inadmisible—, el talento de convertir las experiencias y los procesos cognoscitivos en obras de innegable belleza o utilidad (sea porque agitan los ánimos hacia límites insospechados, sea porque abren la miseria humana con una ganzúa peculiar, o porque, a través de su singularidad o su forma auténtica, registran ideas benéficas y hasta indispensables para el desarrollo de las civilizaciones) no puede ser menos que una facultad sublime, tan elevada como indispensable, que solo aparece en esa rara convergencia de aptitud, emoción y furiosa individualidad que caracteriza al artista verdadero.

Ejemplo magnífico de todo lo dicho hasta aquí, por cierto, es el poeta, a quien Federico Sainz de Robles explica como una feliz coincidencia de numen creador, inagotable fantasía, clara inteligencia y facilidad en la expresión (dando por descontadas, claro está, las célebres dotes “adquiridas”: conocimiento de la preceptiva literaria, cultura poética, dominio del idioma).

Pues bien, a este ser tan singular le corresponde, frente a la realidad, el deber de trazar un círculo perfecto de creación y recreación en el que él mismo está dinámica- mente implicado.

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Convengamos en que la permanente batalla consigo mismo es siempre la guerra más importante del poeta, del creador; superado ese trance inevitable, sin embargo, el talento vanguardista asume el reto de proponer, de acceder a la palestra, de alzar su grito por sobre las voces de todos, de erigirse en puente entre riveras que no se tocan; y es justo en ese instante, precisamente allí, cuando la lucha se transforma en una nueva “cruzada personal”.

Ariel Montoya (Esquipulas, Matagalpa, 1964) acude a la cita histórica de la patria herida con las herramientas necesarias.

Esencialmente poeta, a más de ciudadano comprometido, es la suya una misión que no da comienzo con la llamada “crisis de abril”, sino que viene desarrollándose desde todas las trincheras que ha ocupado (a ocasiones cavándolas él mismo) en los últimos treinta años.

Ariel Montoya
Ariel Montoya porta una bandera de Nicaragua, como símbolo de resistencia de los ciudadanos autoconvocados. Managua, mayo del 2018.  LA PRENSA/Cortesía/Facebook/A. Montoya.

También narrador, también periodista, también ensayista político, Ariel se convierte hoy, por encima de lo demás, en el vate de la urgencia y la denuncia, en el nicaragüense que desea imantar los ojos del mundo hacia su Nicaragua nuevamente agredida.

Él sabe bien que, siendo el arte un reflejo empírico, producto eminente de la experiencia humana, el artista viene a ser, en consecuencia, una notable reacción a este proceso, y una derivación —con vocación de corolario— del espasmo colectivo.

El poeta aquí no se convierte en una “gota fuera del vaso”, sino en un impulso que se renueva en la conciencia de su rol de gota en medio del torrencial aguacero; es una rama que al verse doblada por todos los vientos produce ráfagas y ecos extraordinarios a través de sus hojas. Es su voz la que estará presente para gritar libertad, paz, unidad…

Y es que ninguna tiranía en el istmo centroamericano ha quedado indemne de la puntualidad histórica de los poetas, altivos como nadie a la hora de sacudir solapas y despertar a las muchedumbres dormidas.

En ellos se ha consumado siempre el furor mientras se consumían las gentes gritando consignas; en torno a ellos se han reunido las reflexiones más agudas sobre los fenómenos sociales menos comprensibles; por ellos se han visto desnudados los enemigos de la libertad y el derecho antes que los exhibieran periodistas, historiadores o adversarios políticos. Ariel Montoya conoce perfectamente la hondura de estos atisbos y jamás los ha rechazado.

Incluso desde la política y la función pública ha escudriñado como pocos en las soluciones integrales a los mismos problemas, tantas veces diagnosticados y tan deficientemente tratados, y por esos esfuerzos ya se ha visto perseguido en su país natal, amenazado sin sutilezas y obligado al destierro.

De hecho, al escribir estas ideas para saludar su tercer poemario, Ariel se encuentra viviendo su segundo exilio en Estados Unidos, pero alternando entre El Salvador, Honduras y Guatemala esas labores de activismo cívico que se ha impuesto.

Poeta autoconvocado es una fuerza telúrica que reta a la infamia, la única alternativa posible a la desesperación. De la sangre que ve derramarse por las calles amadas, Ariel Montoya extrae el borbotón con que hincha las venas de su numen creador. Y de allí brota con fluidez el verso, desencadenado por el apremio de las duras circunstancias.

Duras, sí, muy duras, pero no excesivamente duraderas, porque el poeta observa la destrucción, la descalifica y la trasciende; señala y acusa al perpetrador y a sus huestes, pero acto seguido dirige sus mejores palabras a ese perfil de aurora que ya se dibuja allá en el horizonte; se atreve, en fin, a sugerirle a esas masas congregadas sobre el asfalto, asediadas por las balas y los silencios cómplices, que aprendan a abrirle paso a ese otro vértigo que es la esperanza:

¡Ánimo, que la vida empieza entre titubeos y escollos!
Aunque no parezca hay un Sol nuevo
una desprendida ráfaga de ensueños……
No bajés la guardia
no colgués los guantes
aún es tiempo de seguir sobre la pista
navegar en mar travieso a lomo de espuma
así truene o relampaguee
y se planten naufragios inauditos en tu cabeza.
No te rajés
que ahí viene la mañana con su anuncio de vida……
Soltá el mecate para que el temor ruede por el piso como
una hoja desechada por el árbol y el viento……
Encendé el motor del Mundo que siempre gira a tus pies
amarrate bien los zapatos
y subí con ellos la montaña que se codea con el cielo……
No te des por vencido
quitate esa flojera del corazón
esa rumiante agonía
que desata silenciosas batallas allá en el fondo de tu alma…
No quités el dedo de la llaga
Por mucho que se te nuble el paraíso
por más que se te tuerza la suerte…
¡Opa!
es tiempo de destrabar el cerrojo del infortunio…
reír hasta morir de la risa
amar pero de verdad y con locura
…y saber
que no estas ni estamos solos
en esta vida que se nos tiende y nos abraza.

Gracias, Ariel, por este clamor, por este rugido. Nicaragua necesita de sus mejores poetas y ya estás aquí lanzando a volar las palomas.

Que el brindis por este volumen urgente se extienda al planeta entero. Y que cuando vuelvas a la Nicaragua de tus amores, ¡la vida nos reencuentre en su abrazo opulento!

Hasta entonces, ¡salud!

(San Salvador, 30 de septiembre de 2018).


Presentación del libro en Miami

Editorial Stella Darío en conjunto con las editoriales Book Master Corp y G2M Studios invita a la presentación del libro “Poeta Autoconvocado”, del escritor nicaragüense Ariel Montoya. 13 de septiembre a las 6:00 p.m., sede del instituto por la Democracia IID (2100 Coral Way, suite 500, Miami, Florida 33145).


Dejamos esta selección de poemas del libro “Ariel Montoya Poeta autoconvocado”:

 

Último dictamen contra el dictador Ortega

En esta guerra ahora necesaria
junto a las armas
pisándote los talones las medidas cautelares
previo a los dictámenes de los organismos multilaterales
que ya saben de tu condena, de tus pobres días,
habrás de recibir una descarga de versos
—poesía de peso rumbo a la libertad—
sobre tu primavera negra
que ya cojea entre ruinas y carcelarios insomnios.


Conexa culpa

Quién esté libre de corrupción
Que tire la primera piedra


Amada siempre seremos dos

Amada
volví a las plazas a las calles a la protesta,
era difícil encontrarnos entre tantos sudores
con tantas desparramadas consignas sin ideologías,
que por años usamos contra uno y otro dictador
con aquel pueblo de todos entre todos
volcado en un solo puño contra la opresión
con tantos reclamos
aglutinados en gentes con rotas ilusiones.
¡Cómo te busqué en cada grito de libertad!
no en los refugios de nuestros besos
sino bajo los escombros de adoquines levantados
en los bulevares
asediados por policías sin corazones en sus dedos
en la ciudad contaminada de pandillas y balas
en cada ausente corazón ya sin latir bajo la muerte y la rabia,
en cada voz que se alzaba como un trueno o un tesoro
en esa multitud desde la cual siempre seremos dos.

(Managua, 19 de abril de 2018)


La bala que mata en el pecho

De plomo o de goma la bala
mata en el pecho del niño,
su pólvora es de bala viva, su
estruendo parto de un relámpago
siniestro, donde pájaros negros
salen de la boca del fusil
a estrellarse contra la vida que no
vuelve más a no ser en el soporte
del héroe
—acariciada la mejilla por
la madre que llora que le dice adiós
entre lágrimas que lo verán en su caja
infeliz por última vez, entre flores
silvestres y llanto
leal que le da la espalda a sus sueños—.
De plomo o de goma que importa si pegó
certera en el pecho del protestante
armado solo de su jubiloso ímpetu
—y del agua para la sed de los
manifestantes—,
más fuerte que el resabio de la cobarde ira
de donde salta la bala con su explosiva lesión,
y mucho más grande que el feroz zarpazo
del agravante dedo que riega luctuosos huesos caídos
fulminados por la tirana
decisión, ya en la muerte traspasado
el lamento de las sirenas
el aullido de la ambulancia y la fallida
hospitalidad de la unidad de cuidados intensivos
(todo previo a la fría,
final entrega del cadáver en la morgue).
El cancerbero en su estación
justifica la muerte del niño mártir que ya crece
sobre los arrabales de la democracia,
en el vertiginoso instante
en que el esbirro cumple su
enfundada orden sangrante,
en el pecho ya huérfano de la vida
caída por la bala sin alma sin corazón,
rayo infernal
de una estrella muerta.

(Managua, abril de 2018)


Poeta autoconvocado

Yo sé que es poco lo que puedo ofrecerte, Nicaragua
una rosa triste de tu pisoteado jardín
unas naranjas verdes cortadas en la sed de abril
mis venas que se hinchan en soplos siempre latentes
la sequía que asfixió mi asma infante
que la lluvia de mayo
arrastró en febriles espasmos adolescentes,
en calles
de la vieja protesta juvenil
a la que he vuelto
por las causales de la luz, la primavera y el sueño
en esta ruta del vivir
amainada por las cruces del insomnio y los tableros del
derrumbe.
Fue por mi ciudad avasallada
amurallada siempre por fueros militares y hombres de
pesados dones
que he dormido ansiando la paz y he despertado husmeando
la muerte.
Son tantos los que han caído bajo metrallas y mordazas
que nuestros vivos
siempre andan del brazo del recuerdo de sus caídos
y van desgarrándose nuestros cielos azules y blancos
en húmedos llantos de madres
rondando penitenciarías clandestinas e insensibles auxilios
judiciales.
Qué más puedo yo ofrecerte Nicaragua
si nunca has sido libre más que en el vuelo de tus pájaros
—a los que también habremos de defender—
pero nosotros no,
ni todos ustedes
ni nadie de ellos
ni ninguno de aquellos que se murieron esperando verte
otra.
Dejé el libro resguardando su metáfora engargolada
la mediocre comodidad de espectador
la habitual tertulia del vecino
enarbolado en su temerario análisis,
el café sobre la mañana y la siesta apocada en su ruin
desvarío
para estar lejos de las sombras y cerca de las verdades
que tanto apremian
para heredar si muero
una gota de libertad en este desmedido océano de tormentas
y si vivo un abrazo de entusiasmo y horizonte
a quienes construyan
con sus manos libres un país sin acechos ni barreras
ahora que,
autoconvocado de versos reprimidos y metáforas asustadas
me dirijo a vos Nicaragua
en estas líneas de salida y sueño enarbolando
la bandera del adiós
besando tu suelo que llevo a mis espaldas
y tu llanto por el que ya no caben tantos pañuelos
en el luto de las despedidas
que parten con tus hijos
nuevamente más allá de las fronteras
y de las soledades en las que estos tristes días nos inducen.
Yo sé que es poco lo que puedo ofrecerte, Nicaragua
pero sabé que contás conmigo
y con ese borbollón de cantos que crecieron en los tranques
de manos fraternas
anónimas y victoriosas
que conmovieron al mundo,
con sus furias encendidas contra los abusos del Poder
y sus acrecentados derroches en medio de tanta pobreza
y hambre
de aquellos que un día se marcharán
sin manos que les llamen por el hombro
que habrán de huir
por vacías puertas de abandono y cárcel
cuando juntos plantemos
la justicia como un frondoso árbol sobre nuestras cabezas
y estén de nuestro lado
las limpias conjuras del Universo.

(Managua, 16 de julio de 2018)


Su vida en breve

Poeta, periodista, político, editor, promotor cultural columnista. Ariel Montoya ha publicado: “Silueta en fuga” (Guatemala, 1989), “Perfil de la hoguera” (Managua, 2002, mención en el Premio de Poesía Rubén Darío, 1999). Con su nuevo libro, “Poeta autoconvocado” , Montoya inaugura el sello editorial Stella Darío.

Desde la Fundación Esquipulas que preside ha publicado la revista Decenio, libros, y promovido el Festival de poesía de Managua.

Fue secretario privado de la Presidencia de Nicaragua (2003-2006), y candidato a Alcalde de Managua (2017). Y en julio de 2018 abandonó el país. Ahora vive su segundo exilio, esta vez en Estados Unidos.

Cultura Ariel Montoya exiliado Poeta

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