Varios estudiantes del Colegio Modelo de Masaya se organizaron para comenzar la búsqueda de Marcos Calero Espinoza, de 14 años. A las 2:30 de la tarde de ese 9 de septiembre los muchachos salieron de casa en casa a preguntar por su compañero al que cariñosamente llamaban Galleta Oreo. Lo buscaron en el barrio indígena de Monimbó, cerca de la parroquia María Magdalena y en los alrededores del puente El Arenal donde, según tres de sus compañeros, lo habían visto por última vez.
Mientras al grupo de estudiantes se les unían familiares y vecinos, en la delegación policial de Masaya le decían a Suyén Espinoza, madre de Marcos, que no podían iniciar una búsqueda hasta que pasaran 72 horas.
Sin embargo, doña Suyen comenzó a sentir “malos presentimientos” desde que, por la mañana, su hijo salió de casa y estos empeoraron conforme iban pasando las horas.
Veterinario o maestro
Marcos nació el 13 de agosto de 2005. Fue el tercero de cuatro hermanos, pero con solo 14 años ya era más alto que su hermano mayor, Francisco. Era delgado y moreno y sus amigos lo recuerdan como un “chavalo servicial y desprendido”.
Estudió preescolar en la escuelita Padre Emilio, del barrio de Monimbó. La primaria la cursó en la Escuela Modelo del mismo barrio y ahí mismo llegó al tercer año de secundaria. Por sus excelentes calificaciones, el día que desapareció se preparaba para marchar en las Fiestas Patrias.
“Él quería ser maestro o veterinario”, dice su madre, a la que le quedaron las cuatro gallinas y los dos cerdos que cuidaba su hijo. Los animales fueron un regalo para fomentarle la vocación por la medicina veterinaria.
Marcos pasaba sus días entretenido con sus animales, la televisión, su afición por el futbol y, sobre todo, la escuela.
La mañana en que desapareció se levantó como de costumbre a comprar la comida de sus gallinas y sus cerditos. Desayunó con su madre, sacó a asolear su colchón y limpió su cuarto. Luego le avisó a su mamá que iba a ir a la casa de un compañero a hacer una tarea. Antes de que saliera, doña Suyén le pidió que dejara planchado su uniforme y lustrados sus zapatos. La ropa se quedó lista en su cuarto.
La tarea
Uno de los compañeros de Marcos llegó temprano en bicicleta a traerlo a su casa. El muchacho se despidió de su mamá de una manera fría, no como de costumbre, con un beso en la mejilla. Vestía un short azul que hacía juego con su mochila, camisa gris con figuritas de peces y zapatos deportivos. No alcanzó a despedirse de sus hermanos ni de su padre, que venía en camino de Costa Rica a Nicaragua.
“Le dije que no volviera tarde, que su papá iba a llegar temprano”, recuerda su progenitora, que días más tarde no se atrevió a abrir el ataúd de su hijo para despedirse.
Los adolescentes avanzaron en la bicicleta rumbo a la casa de un segundo compañero de clases. Pasaron por la parroquia de María Magdalena y por el puente El Arenal, frente al cual se halla la entrada conocida como Las Cruces, que da a un camino que conduce a la laguna de Masaya. Al llegar a la casa no había nada que hacer. Los mapas que iban a dibujar ya estaban listos. Esto de acuerdo con el testimonio de ese segundo compañero de clases, el único que llegó a los funerales de Marcos.
Según este adolescente, él le dijo a los “chavalos que ya había trabajado solo y que no los iba a apuntar en el trabajo”. Marcos y el otro muchacho decidieron regresar, pero en el camino se encontraron a un tercer compañero de clases. Fue entonces que, según la primera versión de estos dos jóvenes, lo dejaron en el puente El Arenal y cada quien se fue a su casa a alistarse para ir a la escuela.
Marcos tenía que irse al colegio a eso de las 11:40 de la mañana, de lo contrario corría el peligro de quedarse sentado en el piso o, si tenía mejor suerte, en una silla de plástico. En la Escuela Modelo de Monimbó no alcanzan los pupitres para todos.
Pero el muchacho no volvió a casa. Conforme avanzaban los minutos doña Suyén comenzó a impacientarse y a mediodía salió a buscar a su hijo. Recuerda ahora que a medio camino se le ocurrió ir al colegio, para ver si Marcos estaba en clase, pero solo encontró al adolescente que temprano lo había llegado a buscar.
Según ella, el adolescente de 15 años “estaba nervioso” y aseguró que dejaron a Marcos en el puente por la iglesia de la Magdalena. El maestro también lo notó nervioso, afirma doña Suyén, y lo cuestionó sobre el trabajo que se suponía iban a entregar ese día.
Por la noche, luego de buscar a Marcos toda la tarde, varios de sus amigos del colegio fueron a la casa de los Calero. Es entonces, relata su madre, cuando los familiares de Marcos notaron que uno de los jóvenes que estuvo con él antes de que desapareciera tenía aruños en los brazos y en la cara.
“Me los hizo mi mamá”, habría respondido el joven ante los cuestionamientos.
A esa hora ya algunos oficiales de la Policía estaban en casa del desaparecido y uno de ellos apartó del tumulto a doña Suyén, para decirle que dos de los jóvenes estaban “nerviosos” y “ocultaban algo”. La señora les pidió llorando que le dijeran dónde estaba Marquitos. “Si bebieron o si tomaron otra cosa, díganmelo. Yo no los voy a comprometer a ustedes, solo quiero ver a mi hijo”, les dijo.
Los muchachos no respondieron.
“Fue un accidente”
El cuerpo de Marcos fue encontrado por unos pescadores el miércoles 11 de septiembre de 2019 a eso de las 11:00 de la mañana. Según familiares del jovencito, este solo vestía un bóxer y estaba flotando boca abajo. Además, tenía varios golpes. Habían pasado 48 horas.
Francisco, su hermano mayor, fue a reconocer el cuerpo. Y ese mismo día se llevaron a Managua, para interrogarlos, a los tres adolescentes que habían visto a Marcos por última vez con vida.
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El cadáver fue devuelto a la familia con una nota de prensa que publicó la Policía, firmada por la doctora Ángela Lucía Abdalah, donde se afirmaba que la causa de muerte del menor fue “ahogamiento”. La Policía volvió con la nueva versión de los compañeros de Marcos, quienes dijeron que “de camino a la casa bajaron a la laguna, se tiraron al agua y Marcos se ahogó”; la forense agregó que “examinado el cuerpo, no presentaba signos de violencia”.
Policía sigue investigando
La confirmación de la muerte de Marcos conmovió al barrio indígena de Monimbó, que se había movilizado con sus propios recursos con la esperanza de encontrar al joven con vida.
“Se imprimieron volantes, salieron en lanchas para buscarlo en la laguna y se armaron varios grupos de búsqueda”, afirma una vecina de la familia Calero.
Al entierro asistieron todos los compañeros de clase de Marcos, menos los dos que lo vieron justo antes de su desaparición, luego de salir de la casa donde harían la tarea. A su ataúd le colocaron la bandera azul y blanco y la banda de excelencia académica con la que iba a marchar el 14 y 15 de septiembre. Le lanzaron gorras, flores y cadenas.
La familia Calero casi no quiere hablar con los medios de comunicación. Tienen la esperanza de que las autoridades vayan al fondo de lo que le ocurrió a Marcos Calero Espinoza el pasado lunes 9 de septiembre. La Policía no ha cerrado el caso y los Calero siguen esperando el documento oficial de la autopsia. En la mente de los familiares del joven hay más preguntas que respuestas.
“Si fue un accidente, yo esperaría que encontráramos la ropa, la mochila, los zapatos. Pero ni un cuaderno y ni un lápiz hemos encontrado”, dice muy resentida Suyén Espinoza, mientras muestra el uniforme planchado que su hijo se iba a poner para ir a clase.