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Cuando se lo llevaron preso por instalar un puesto médico para los heridos en las protestas de Granada, el psicólogo Róger Martínez fue golpeado “como piñata” y más tarde tuvo un ataque de ansiedad que lo llevó a querer estrellarse contra las paredes de la celda. Quería que el dolor físico cubriera su dolor emocional, recuerda. Tratarse a sí mismo con técnicas de la psicoterapia lo salvó de un colapso mental.
Martínez, de 36 años, atendió a otros presos políticos en la Modelo y sabe bien que una palabra a tiempo puede salvar una vida. En esta entrevista, analiza las graves consecuencias que la crisis iniciada en abril de 2018 ha tenido en nuestra salud mental y las causas que hay tras la ola de suicidios e intentos de suicidio que vivimos.
¿Cree que su condición de psicólogo le ayudó a sobrellevar lo que vivió en los nueve meses que estuvo preso?
Sí… En algún momento tuve que hacer uso de las mismas técnicas y herramientas que utilizaba con mis pacientes. Además, me puse en pausa para poder estar disponible para otros que estaban pasándola mal dentro de la celda. Lo sentí como un compromiso profesional. Mi seudónimo dentro de la cárcel era el Psicólogo.
¿Qué herramientas fueron esas?
Respiración, ejercicios mentales de imaginería. Por ejemplo, cuando nos tomamos el perímetro de las celdas y tuvimos acceso para salir y caminar en el patio, había un portón grande de acceso por donde entraban las busetas del sistema penitenciario y al fondo se miraba el muro perimetral, entonces imaginaba que estaba dentro de una quinta y que al otro lado estaba el mar. Eso me daba alivio.
¿Y cómo fue eso de hacerse responsable de sus compañeros de galería?
Sí… (suspira). Casualmente ayer me estaba acordando de uno al que su pareja lo dejó mientras él estaba encarcelado. Este muchacho se estrellaba contra los portones de las celdas, en la Modelo. Teníamos que estar bien para él. Si hubiéramos estado todos mal, no habríamos salido vivos todos. Hubo muchos enfermos, bastante deprimidos. Y yo sentía que me tenía que ver bien, fuerte, aunque por dentro estuviera destrozado, porque sentía que era una excusa para ellos decir: “Si el psicólogo está así, ¿cómo no lo voy a estar yo?”.
¿En el tiempo que estuvo en la Modelo algún reo intentó suicidarse?
Sí, hubo uno que tomó pastillas, un gran número de pastillas, porque su pareja afuera… él se dio cuenta de que se había ido con otro. Entonces hubo esa intentona dentro de nuestra galería, que era la 16-1. Sabemos que en la galería 16-2 también alguien lo intentó, pero como estábamos divididos no supimos detalles. Y ahora que recuerdo hubo otro que también tomó pastillas. No los atendieron. Sobrevivieron porque tenían que sobrevivir.
Llama la atención que dentro de un grupo de personas que están sometidas a las mismas presiones, unas decidan quitarse la vida y el resto no, ¿qué hace la diferencia?
El equilibrio interno de cada quien. La resiliencia, la madurez de la personalidad, de sus propias emociones, son las que propician que haya personas dispuestas a aguantar el tiempo que sea y otras que no. Dentro de la cárcel hicimos un grupo de apoyo. Nos reuníamos todas las noches. Éramos 20, 21, 25 personas en un rincón compartiendo las experiencias que estábamos viviendo. Eso ayudó bastante al principio de nuestra permanencia en la Modelo, buscamos cómo apoyar a aquellos que menos recursos psicológicos, emocionales y mentales tenían. Una cosa que nos mantuvo en pie, honestamente, fue la esperanza de salir. Cuando nos dimos cuenta de que se habían organizado y habían presentado el proyecto de la UNAB allá brincaron todos. Cuando la sanción a la Chayo hicimos fiesta, hasta caramelos tiramos al aire.
En los recientes meses hemos visto una especie de ola de suicidios e intentos de suicidio de exatrincherados y de personas que quizás no han tenido nada que ver en las protestas. ¿Está relacionado con la crisis que estamos atravesando como país?
Claro que afecta la crisis, el ambiente social, pero también el nivel de estrés y el control o la inteligencia emocional. Muchas veces las personas de alto coeficiente intelectual piensan mucho, pero tienen poco control de sus emociones. Son rasgos de la personalidad que se inclinan hacia un poco control emocional propenso a que las ideaciones suicidas que todos hemos tenido en algún momento suban de nivel y vayan a una planeación. Sí, afecta el ambiente de represión, de falta de libertad, pero también el tipo de personalidad.
¿Cuáles son esos rasgos de personalidad con más inclinación al suicidio?
Aquellos que tienen poco control emocional, pocos recursos para poder regularse emocionalmente, algo que va de la mano con una baja inteligencia emocional. El tipo de personalidad melancólica, que toma las cosas demasiado en serio, muy a pecho, y que le cuesta deshacerse de este tipo de apegos hacia situaciones, sumado a una baja inteligencia emocional, hace que este tipo de persona sea propensa a subir de nivel, a llevar las ideaciones a la planeación.
¿Y qué aspectos de la realidad que estamos viviendo pueden funcionar como catalizadores de la idea del suicidio?
Analizando los últimos suicidios que ha habido, una de las cosas que veo que les ha servido a ellos (como detonante) es el alargamiento de la crisis. Hay una visión de túnel y no vemos luz al final. Al tener poco control emocional eso inquieta mucho a la persona, le genera sufrimiento. Muchos quisieran que las cosas se resolvieran rápidamente, sobre todo aquellos que han visto la muerte de cerca: algún amigo, algún compañero de barricada. E incluso aquellos que no tuvieron la experiencia directa, sino que miraron videos que son muy crudos, como la muerte de Gerald Vásquez o la del primer muchacho, al que le pegaron un balazo allá por la Upoli. La exposición constante a esos estímulos de muerte se suma a lo larga que estas personas perciben que se ha hecho la crisis. En lo personal, yo considero que ha sido muy rápido, comparado con Venezuela, que es mi referente. Pero estas personas no lo ven así. Ya van quince, dieciséis, veinte meses, no hay salida, el tipo está sentado en El Carmen, las muertes siguen, entonces hay la desesperanza de una salida pronta y que podamos estar en un ambiente de mayor seguridad. También la presencia policial genera sentimientos negativos en muchas personas, como resentimiento, odio, miedo. Sobre todo cuando los ves en la noche, asediando. Y además, hay una sensación de injusticia. No tenemos acceso a justicia, que propicia la sanación emocional. Cuando no hay justicia, no tenés paz interna.
Casi podría asegurarse que todos hemos estado expuestos a videos y fotografías que muestran las muertes causadas por la represión. ¿Qué efectos puede tener eso?
Te genera estrés, principalmente un tipo de estrés postraumático. Lo que viste se rebobina en tu cabeza y lo estás imaginando, probablemente lo estás soñando también, estás teniendo pesadillas con respecto a esa situación que viste. Te genera, incluso, un trastorno alimentario. O comés más o comés menos, no estás comiendo bien. Eso, sumado al ambiente que se respira en la calle, a pesar de que el Gobierno está intentando vender una normalidad, dentro de cada uno de los hogares se sabe que nadie está seguro.
¿En qué acaba manifestándose ese estrés generalizado?
Tiene manifestaciones fisiológicas que pueden llevar a la depresión, que muchos están sufriendo. Muchas personas me escriben a la línea de prevención del suicidio que he abierto y me han dicho que se sienten mal, tristes, que no quieren hacer nada, que pasan dos, tres días sin asearse. Se manifiesta también en diarrea, dolores de cabeza, falta de apetito sexual, falta de concentración; sensación de nerviosismo con temblores en las manos, los pies y las rodillas; pensamientos excesivos concernientes al fracaso, impotencia, autocrítica. Es parte de este proceso y yo invito a las personas a encontrar la fortaleza interna que todos tenemos y desarrollarla. Después de esto todos vamos a necesitar atención psicológica y social. Todo el país.
En las redes sociales se percibe una hipersensibilidad, una visible tendencia al linchamiento, incluso entre azules y blanco… ¿Eso también se puede asociar a la crisis? ¿Cómo lo ha analizado usted?
Como un tipo de radicalismo. Los que critican y linchan son los que quieren soluciones rápidas a procesos complejos. Son muchos. Estamos en un proceso nacional y muchos no han podido asumirlo. Son personas que tiran la piedra para el de afuera y, para ser agentes de cambio, primero tenemos que trabajar en nosotros mismos. ¿Es consecuencia del estrés y de la falta de control emocional para la búsqueda de una solución? Claro que sí, pero a esta gente hay que educarla también.
En buen nicaragüense, ¿podría decirse que todo mundo anda como “chichicaste”?
Yo lo veo como parte del proceso. Además, la dictadura ha estado tratando de fomentar ese tipo de conductas, es la contrapropuesta del Gobierno, que no estemos en sintonía, nuevamente, porque no le conviene. Las redes sociales se prestan para que cualquiera abra una cuenta y somos muy propensos a estar a ese lado de las emociones, que son muy volátiles. Lo difícil es estar tranquilo, equilibrado. La sociedad nicaragüense no ha llegado a un nivel de madurez alto, estamos en ese proceso.
¿Por qué somos tan inmaduros emocionalmente?
Porque no ha habido un proceso de sanación, posterior a las crisis que hemos tenido. Ni en 1979, ni en los ochenta, ni en los noventa. Y ahora hasta los más pequeños están afectados. Lo pudiste ver cuando andaban jugando al tranquero y al policía.
¿De qué otra manera puede percibirse esa afectación?
A nivel evidente, se ha autoimpuesto un toque de queda de andar en la calle y eso sucede en muchas ciudades, principalmente en Masaya. Pero en Jinotepe también y en Diriamba y Jinotega. Hay un cambio de rutina en la vida de las personas, que fue bruscamente implantado como consecuencia de la crisis de abril. Eso te limita los espacios donde te sentís cómodo y podés estar en paz.
Ahora tenés que estar encerrado. Otra cosa es que hay más gente viendo el teléfono, quizás porque ya no hay canales como 100% Noticias y la mayor información se está dando en las redes sociales. Por otro lado, solo en Costa Rica ya hay unos 100 mil nicas exiliados y eso cambia la psicodinámica de la familia. No creo que haya alguien que pueda decir que su rutina es la misma que tenía antes de abril de 2018.
De alguna manera la vida de la gente ha seguido a pesar de que las ciudades continúan prácticamente sitiadas. Los centros comerciales se llenan, pese a que la Policía siempre está afuera, e incluso adentro, ¿eso significa que hay una normalización de las cosas?
La gente va porque tiene que ir. Va porque quiere comprar comida o quiere ir al cine, pero cuando vuelve a casa, llega comentando sobre esa presencia. No lo normalizan. No dicen: “ya están ahí, ni modo”. Pero la gente tiene que salir, tiene que tomarse su tiempo, si no nos vamos a enfermar todos. Y la Policía no va a ser impedimento para que la gente tenga su momento de respiro, por sanidad emocional. Un grupo de policías no va a evitarlo. De vez en cuando es necesario divertirse, si no vamos a quedar traumados a un nivel que va a ser totalmente irreversible. No me imagino los niveles de violencia que se podrían generar a consecuencia. Quedarse todos en la casa y seguir resistiendo la violencia gubernamental de esa manera, sin válvulas de escape, no es un mecanismo adecuado para poder sobrellevarlo.
Sé de muchas personas que están sufriendo terribles crisis de ansiedad, con taquicardia e ideas fijas, ¿igual podría deberse a la situación del país?
Así es. Está relacionado con la situación del país y tiene el mismo origen que el estrés: los pensamientos irracionales.
¿Por qué irracionales?
Porque aunque la idea sea un hecho concreto, se maximiza a niveles muy altos.
En definitiva, ¿qué tan mal de la mente nos está dejando lo que estamos viviendo en este país?
En una escala del uno al cien, nos está dejando bastante afectados, en un ochenta por ciento, diría yo. Yo no creo que alguien pueda dormir tranquilo. Ni los fanáticos del régimen, porque a veces hasta ellos me escriben. Si no nos tratamos, cuando salgamos de esto vamos a vivir el mismo ciclo.
¿Llaman mucho a su línea de prevención del suicidio?
Claro, gente que ha estado clandestina, que sigue clandestina, gente que ha intentado suicidarse como consecuencia de la crisis. Todos los días me escribe alguien que ha acariciado la idea del suicidio y no quiere pasar a la planeación.
¿Qué le diría a una persona que pueda estar sufriendo depresión y lea esto?
Lo primero que piensan estas personas cuando tienen este sufrimiento es: uno, que nadie les puede ayudar; dos, que nadie los puede entender; tres, que no hay mejor opción que irse de este mundo. Yo lo que le diría a esa persona es que utilice el apoyo profesional. Debe buscar ayuda, darse la posibilidad de encontrar las oportunidades que posiblemente en la situación que se encuentra no está viendo. Hay muchas cosas en el mundo más positivas que negativas. La vida, buena o mala, es de resistencia. Le diría que intente, que se dé la oportunidad de seguir viviendo, aprendiendo, sobreponiéndose, porque de eso está hecho el ser humano. De la capacidad inmensa de poder sobreponerse a cualquier situación. Le diría: date la oportunidad de conocerte y de entender por qué estás pensando así.
Muchos podrían pensar que lo verdaderamente irracional es tener esperanza en una situación como esta. ¿Se puede tener esperanza en la Nicaragua que vivimos?
Las crisis siempre traen lecciones. Son como un parto. Y después de cada crisis nace algo nuevo. Yo invitaría a todas las personas a que nos demos la oportunidad de ver lo que va a nacer después de la crisis de abril. Tengo mucha esperanza de que va a ser algo positivo. Además hay que ampliar el concepto de crisis, conocer de historia y de cómo otras crisis, más profundas y más serias, han fertilizado el campo para que nazcan nuevas realidades. ¿La crisis es difícil? Sí, pero es que a veces no queremos ni enfermarnos. Una gripe, una tos, nos incomoda. La crisis en nuestro país nos está incomodando, nos está haciendo estar más alerta, nos está sacando de nuestra zona de confort y afuera de la zona de confort, ahí es donde florecen las mejores oportunidades. En la zona de confort no crece nada.
Plano personal
Róger Martínez es granadino, tiene 36 años y dos hijos: una niña y un niño. Actualmente se encuentra en el exilio. Es autor de dos libros sobre Psicología: “Está bien estar mal” y “Personas ordinarias, mentes extraordinarias”.
En 2018 ayudó a instalar un puesto médico en la ciudad de Granada, para atender a los ciudadanos heridos en las protestas contra la dictadura. Fue acusado por “fabricación y tráfico de armas, municiones y explosivos” y estuvo preso nueve meses, hasta ser excarcelado. En prisión dio atención psicológica a sus compañeros de galería.
Le gusta caminar por montañas, comer lasaña, pasear en motocicleta y nadar en ríos y lagunas. Se relaja escribiendo y actualmente trabaja en un tercer libro, donde contará su experiencia en las cárceles del régimen de los Ortega Murillo.
Si usted necesita ayuda, puede comunicarse gratuitamente con Róger Martínez al número de WhatsApp: +506 6065 8108.