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 Rosario Murillo y Ernesto Cardenal en LA PRENSA, cuando ella era la secretaria de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. FOTO/ ARCHIVO

La “guerra” de Rosario Murillo contra Ernesto Cardenal

En los años ochenta Rosario Murillo atizó una batalla contra Ernesto Cardenal por el control de la cultura. De esa época data la célebre enemistad que persiguió al poeta hasta después del último de sus días.

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Murió el poeta en día domingo y esa misma tarde, la del pasado 1 de marzo, fueron decretados tres días de duelo nacional. El régimen lo llamó “orgullo de Nicaragua” y Rosario Murillo, primera dama, vocera y vicepresidenta del Gobierno, emitió un lastimero discurso por la partida de Ernesto Cardenal.

En otras circunstancias todo esos honores habrían sido naturales e incluso esperados, tratándose de un personaje como el poeta Cardenal. Pero no en la Nicaragua de hoy y mucho menos proviniendo de Daniel Ortega y, sobre todo, de Rosario Murillo.

“Hemos reconocido todos sus méritos culturales, artísticos, literarios, religiosos y su extraordinaria poesía, en la que siempre supo alabar a Dios en el cielo, en la tierra y en todo lugar”, dijo Murillo en su acostumbrado soliloquio de mediodía, el lunes 2 de marzo, un día antes de que turbas sandinistas trasladadas en vehículos del Estado llegaran a insultar, asaltar y golpear a las personas que asistieron a la Catedral de Managua para participar en la misa de cuerpo presente en honor a Cardenal.

“Ernesto constituye una gloria, un orgullo nicaragüense. Lo admiramos profundamente y damos gracias a Dios por su vida, sus méritos y su infatigable amor a Nicaragua”, insistió. “Nos hemos sumado a las ceremonias de gratitud y despedida de este gran hermano nicaragüense, bendecidos con dones y merecimientos que han puesto en alto el nombre de Nicaragua, su propio nombre desde su aporte a la cultura universal y de la liberación nacional. Las banderas de la patria ondean a media asta y hay tres días de duelo en reconocimiento al ilustre poeta y sacerdote nicaragüense, orgullo de nuestro país, a su familia, a sus amigos y amigas todo nuestro cariño y sinceras condolencias”.

Las palabras de Murillo no solo causaron indignación pública por el posterior comportamiento de las turbas rojinegras; también porque Ernesto Cardenal fue durante muchos años un perseguido político de los Ortega Murillo y un duro crítico de la dictadura.

Por si fuera poco, en la década de los ochenta Rosario Murillo le declaró una guerra personal para “socavarle el piso” como ministro. Murillo echó mano de todas las herramientas a su alcance hasta que logró pasar por encima de Cardenal y disolver el Ministerio de Cultura. Es una historia de intrigas, mentiras y boicots.

La “guerra” de la primera dama

Cuando le telefonearon para informarle que ya no era ministro de Cultura porque le acababan de disolver el ministerio, Ernesto Cardenal estaba en Japón en una visita oficial. Lo llamaron desde su oficina y le dijeron que se trataba de una decisión tomada por la Casa de Gobierno. Era la culminación de ocho años de confrontaciones con la mujer del presidente. Rosario Murillo había ganado esa “guerra”.

La célebre enemistad entre Ernesto Cardenal y la esposa de Daniel Ortega tiene su origen en los años ochenta. En esa época Murillo se dedicó a atizar una batalla contra el Ministerio de Cultura y, particularmente, contra el poeta Cardenal, con la intención de tomar el control del manejo cultural de la “revolución”.

No en balde es la persona más mencionada por Cardenal en la parte de sus memorias en la que habla de su paso por ese ministerio.

“Cuando se perdieron las elecciones ya no había Ministerio de Cultura porque la Rosario Murillo había acabado con él”, dice en La Revolución Perdida. “Ella siempre quiso ser ministro de Cultura, pero siendo su marido presidente era bastante feo. Logró que dejara de haber Ministerio de Cultura y que en vez de él hubiera un Instituto de Cultura, y eso ya lo pudo dirigir”.

Desde la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura (ASTC) y la revista cultural Ventana, Murillo criticó, intrigó y boicoteó el trabajo del poeta y su gente. Pero también lo hizo desde su posición de primera dama, incidiendo en las opiniones de Ortega, a quien Cardenal consideraba tremendamente “dependiente” de su mujer.

Las dos instituciones

Allá en 1979, cuando acababa de caer la dictadura somocista y el país vivía la primera efervescencia de la revolución, Ernesto Cardenal fue nombrado ministro de Cultura. Su ministerio se instaló en lo que había sido la casa particular de Anastasio Somoza Debayle en Managua, una mansión estilo Miami con jardines, caseta ajaponesada para la meditación, piscina, caballerizas, cancha de tenis, bañeras de mármol y 16 lavamanos.

Una de las primeras cosas que Cardenal hizo fue crear la ASTC, una unión de artistas y escritores que debía ser independiente del ministerio, pero acabó siendo controlada por Rosario Murillo.

“La esposa de Daniel Ortega, una intelectual de mediano mérito, se apoderó de la asociación mediante una elección fraudulenta, con el propósito de ser la rectora de la cultura del país, lo cual logró en buena medida”, escribió el poeta en sus memorias, en las que narra con amargura las trabas que Murillo puso en su camino.

Con Rosario Murillo dirigiendo la ASTC y, a juicio de Cardenal, también a Daniel Ortega, las condiciones para la “guerra” estaban servidas.

Por un lado, el sacerdote tenía un concepto de “democratización de la cultura”, destaca Günther Schmigalle en su ensayo La política cultural sandinista, publicado por LA PRENSA en 1997. Eso significaba desarrollar, en primer lugar, “la creatividad del pueblo mismo” mediante talleres de poesía, teatro, bibliotecas populares y otros proyectos enfocados en “aficionados”. Campesinos, artesanos y obreros que de pronto se encontraron a sí mismos discutiendo la obra de los mejores poetas de la literatura mundial.

En la otra esquina, estaba Murillo. En la ASTC, apunta Schmigalle, se organizaron artistas “reconocidos”, no para complementar el trabajo del Ministerio de Cultura, sino para conspirar contra él. “La protagonista de esta estrategia fatal fue Rosario Murillo, atractiva, activa y ambiciosa, y en palabras de Cardenal: ‘Loca, histérica, neurótica, envenenada, hipócrita… sumamente mentirosa’”.

Fuentes que trabajaron en el área de cultura en los años ochenta coinciden en que el comportamiento de Murillo era “arbitrario” y “megalómano”, rayando incluso en lo desquiciado. Cada semana publicaba diatribas en la revista Ventana, atacando los proyectos del ministerio, y a menudo cabildeaba ante su esposo para cancelarlos.

Pero no solo eso, alguna vez llegó a hacer cosas como decomisar un toldo e incluso saquear un cementerio, asegura un antiguo empleado del Ministerio de Cultura, que por razones de seguridad solicitó se omitiera su nombre.

Sucedió que una vez el ministerio informó que planeaba restaurar el Cementerio San Pedro, que tiene varios célebres residentes, para que fuera visitado como una especie de sitio histórico turístico. “¿Pero qué pasó? Desde la ASTC Rosario Murillo saqueó las tumbas, arrancó los ángeles y las cruces, que luego se vieron en casas de gente a la que ella se los regaló”, afirma la fuente.

Los principales receptores de los ataques de la primera dama fueron los viceministros de Cardenal, porque debido a su cargo él pasaba la mayor parte del tiempo viajando y eran sus viceministros quienes se encargaban del trabajo práctico. Tuvo tres en ocho años.

La primera, Daisy Zamora, ayudó a Cardenal a establecer el ministerio y enfrentó a Murillo en muchas ocasiones; pero fue destituida a finales de 1982 luego de ser sometida a un “encaramiento público” y atacada por aliados de la primera dama.

“A la primera viceministro que tuve, la poeta Daisy Zamora, la Rosario le hizo la guerra y no descansó hasta lograr que la destituyeran”, relata el propio Cardenal en sus memorias.

Después “fue nombrado viceministro Francisco Lacayo, un educador y un modelo de funcionario, que intentó una concertación entre el ministerio y la mujer de Daniel, pero no le fue posible”, sostiene. “Ella también le hizo la guerra, logró que lo quitaran también y Daniel no me volvió a poner viceministro, tal vez para evitar conflictos con ella. Yo tuve que nombrar a mi vice por mi propia cuenta, Vida Luz Meneses, porque debía haber alguien que pudiera hacer mis veces cuando yo viajaba, y yo viajaba tanto”.

Cardenal con Daisy Zamora en la primera etapa del Ministerio de Cultura. Zamora era su viceministra y acabó siendo destituida en 1982 por presiones de Rosario Murillo. FOTO/ ARCHIVO

 

Los métodos de Murillo

Las influencias de Rosario Murillo sobre su marido, Daniel Ortega, fueron cruciales en su guerra contra Ernesto Cardenal. Para demostrarlo, el poeta narró esta anécdota en La Revolución Perdida:

En el Ministerio de Cultura diseñaron una revista literaria llamada Nicarahuac, que fue ilustrada por pintores nicaragüenses y considerada, según Cardenal, la “revista literaria más linda de América” por el escritor argentino Julio Cortázar. Sin embargo, cuando salió publicada, lo que Rosario Murillo le dijo al sacerdote fue que “era una revista muy fea” y que parecía “texto de geografía”.

“Pocos días después me tocó ver a Daniel Ortega y el comentario que me hizo de la revista fue que parecía un ‘texto de geografía’”, relató Cardenal. “Ahí me di cuenta de hasta qué punto era la dependencia que Daniel Ortega tenía de su esposa”.

Otra muestra de la gran incidencia de Murillo sobre Ortega fue el regaño que el poeta recibió la primera vez que Julio Cortázar vino a Nicaragua. Ortega lo reprendió por “haberlo traído sin que hubiera sido antes solidario con Nicaragua”. Cuando Cardenal le explicó que detrás de la visita del escritor había estado Tomás Borge y que fue Sergio Ramírez Mercado quien dio las órdenes para festejarlo, Ortega quedó “desarmado”.

“Se veía que la verdadera autora de esas críticas contra Cortázar era la Rosario”, escribió Cardenal. “Aunque en realidad la verdadera inquina no era contra Cortázar, sino contra mí, porque ella quería estar sobre mí y el ministerio, y mangonear toda la cultura”.

Murillo atacaba todo desde su Ventana. Criticó los murales pintados por internacionalistas; atacó los talleres de poesía insinuando que su objetivo era producir “Cardenalitos” en serie e incluso llegó a tergiversar una entrevista para que pareciera que tres escritores famosos condenaban uno de los proyectos insignia del poeta Cardenal.

Pasó que coincidieron en Nicaragua Eduardo Galeano, Juan Gelman y Claribel Alegría. Rosario Murillo organizó una mesa redonda con ellos y otros escritores y ahí se les preguntó qué opinaban sobre una “literatura dirigida” y una “poesía uniformada, de imposiciones ideológicas o estilísticas”. Naturalmente, señaló Cardenal, los escritores condenaron esas cosas; pero sus reacciones aparecieron en Ventana como respuestas a preguntas sobre los talleres de poesía del Ministerio de Cultura.

La “guerra” de Murillo continuó por años hasta que logró eliminar a su ministerio rival y la creación del Instituto de Cultura, con ella como presidenta, en 1989. “Cuando la ASTC también fue disuelta e ‘integrada’ a ese instituto, los artistas y escritores se dieron cuenta al fin de que habían sido manipulados. En su mayoría retiraron entonces su apoyo a la esposa del presidente, pero ya era demasiado tarde”, subraya Schmigalle en su texto. “Rosario Murillo había ganado la lucha por el poder, aunque para lograrlo tuviera que liquidar a su propia base”.

El Ministerio de Cultura aguantó hasta 1988, año en que fue disuelto sin ceremonias ni avisos, y algunas de sus funciones y personal, traspasados al Ministerio de Educación.

Los funcionarios de Cultura estaban reunidos redactando un documento para expresar su desacuerdo con la “compactación” del ministerio, cuando llegó Yamil Zúniga, un funcionario del Instituto Nicaragüense de Deportes. Apareció con tres camiones llenos de alfombras, cortinas y aspiradoras, y les ordenó que desalojaran el edificio porque ahora lo iba a usar la gente de Deportes, informó LA PRENSA en una nota del 24 de mayo de 1988.

“En los mismos camiones montaron algunos escritorios, sillas y otros objetos personales”, detalló el periodista. “Se ‘confiscaron’ máquinas de escribir, teléfonos y artículos eléctricos que no dejaron salir. A regañadientes los empleados del antiguo Ministerio de Cultura trasladaron los pocos escritorios y asientos al módulo del Centro Cívico que ocupaba el Instituto Nicaragüense de Deportes”, donde los servicios estaban “obstruidos y quebrados”, los lavamanos sin llave y las puertas sin cerradura.

De esa manera —lamentó después Cardenal—, Murillo logró que “los caballos volvieran a las caballerizas” de la antigua casa de los Somoza. El ministerio las había empleado para la Escuela de Arte Público Monumental, pero bajo la dirección del Instituto Nicaragüense de Deportes fueron convertidas en Escuela de Equitación.

8 de junio de 1989. Luego de lograr la desintegración del Ministerio de Cultura, Rosario Murillo visita una Casa de Cultura de la Cuarta Región. FOTO/ CORTESÍA DEL INHCA

***

Ataques posteriores

La “guerra” de Rosario Murillo no terminó en la década de los ochenta. En cuanto la pareja Ortega Murillo regresó al poder, Ernesto Cardenal volvió a ser blanco de ataques y llegó a considerarse a sí mismo un “perseguido político”.
Un caso emblemático es el del hotel Mancarrón, “originalmente una escuela para formar líderes campesinos y parte de los proyectos de la Asociación para el Desarrollo de Solentiname dirigida por el poeta”, destaca la BBC en un reportaje publicado este 6 de marzo.

“Hasta 1993 el hotel era administrado por Alejandro Guevara, uno de los discípulos más cercanos de Cardenal, pero luego de la muerte de Guevara en un accidente la asociación le transfirió las responsabilidades a su esposa, Nubia Arcia. Años después, Arcia demandó a Cardenal y reclamó el hotel como su herencia, en una maniobra que muchos interpretaron como una venganza impulsada por el gobierno del presidente Daniel Ortega, frecuente blanco de las críticas del poeta”.

La última venganza de Rosario Murillo contra Ernesto Cardenal fue haber decretado tres días de duelo por su fallecimiento, para que después turbas sandinistas enfurecidas “confiscaran” las honras fúnebres del poeta en la Catedral de Managua.

Turbas sandinistas en la Catedral de Managua este 3 de marzo, durante las honras fúnebres de Ernesto Cardenal.
FOTO/ LA PRENSA

El pensamiento de Cardenal

En uno de sus últimos poemas, con fecha del 11 de junio de 2019, Ernesto Cardenal dejó claro lo que pensaba de la pareja gobernante:

“Una cárcel con el nombre del campamento de Sandino
Y también el niño Conrado desangrándose
porque a los médicos se les prohibió atenderlo
Y murió diciendo ‘Me duele respirar’
A todo el país nos duele respirar
el país entero en manos de una loca
la del estéril bosque de árboles de hierro
y en manos de un presidente sin huevos
gobernado por ella”.

La Prensa Domingo años ochenta Ernesto Cardenal Rosario Murillo

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