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Foto cortesia CEJUDHCAN

Lottie Cunningham: “Quieren exterminarnos, crear un etnocidio”

Lottie Cunningham abandonó su río Coco en 1982, con la Navidad Roja, estudió cuatro carreras profesionales y se ha convertido en la voz de los indígenas de la Costa Caribe que están siendo exterminados.

Lottie Cunningham quisiera terminar sus días a la orilla del río Coco que la vio crecer. Tiene una casa en Bilwaskarma para su retiro. “Quisiera que esta lucha terminara pronto para irme a mi comunidad”, dice esperanzada. Aunque ve difícil que le alcance la vida para ver “el fin de la lucha”.

Se ve de niña correteando en los criques cristalinos, pescando en el río, o participando en el “pana-pana”, una actividad donde toda la comunidad cosecha alegremente lo sembrado. “Se siembra colectivamente y se cosecha colectivamente”, dice.

Regresar a donde fue feliz. La vida de aquella niña en la casa de tambo de la abuela Elvida Cunningham Davis, una señora que “hablaba con los árboles”, les reclamaba cuando no producían y le enseñó a la pequeña Lottie, y a otros once nietos más, los principios que la llevarían a ser hoy una de las más reconocidas defensoras de los derechos indígenas. Tanto así que hace unos días fue galardonada con el Right Livelihood Award 2020, premio conocido popularmente como “el Nobel Alternativo”.

Cunningham estudió Enfermería para atender a su comunidad, y cuando sintió que como enfermera no le oían sus reclamos, estudió Derecho.

“Yo me identifico como una indígena misquita”, dice esta mujer de 61 que abandonó su río en 1982, con la operación de desalojo forzoso conocido como Navidad Roja, ejecutada por el gobierno sandinista, que estudió cuatro carreras profesionales y que se ha convertido en la voz de los indígenas de la Costa Caribe que están siendo exterminados.

Usted abandona su comunidad con la Navidad Roja. ¿Cómo fue eso?
Yo ya estaba trabajando como enfermera en Bluefields. No estaba en el momento en que arranca, sin embargo, fui trasladada y viví en carne propia el desplazamiento de mis comunidades. Como enfermera. Cuando estaba en el sur (Bluefields), el Ministerio de Salud estaba buscando enfermeras que hablaran misquito y yo me apunté como voluntaria.

¿Qué sucedió con su familia?
Mi abuela perdió su casa, sus animales, la sacaron para Puerto Cabezas y quedó viviendo en la casa de una prima. Yo fui a los asentamientos donde se encontraban todas las personas que el gobierno sacó. Más de 200 comunidades. Cuatro asentamientos conocidos como Tasba Pri (Tierra Libre): Wasminona, Sahsa, Sumubila y Columbus. Para mí fue devastador.

¿Era muy difícil la vida ahí?
Por supuesto, vivíamos en champas. Las clínicas las construí con la comunidad con bambú. Yo trabajé 29 comunidades con una brigada móvil, en nueve meses que organicé y preparé. En el asentamiento Wasminona, era de solo misquitos, y otro, Españolina, del pueblo mayangna. También atendía a campesinos pobres que viven ahí.

¿Usted simpatizó con la Revolución sandinista?
En mi juventud sí, porque sentí que ellos hablaban de una filosofía progresista. Sentí que se iban a mejorar las condiciones de los pueblos indígenas y afrodescendientes. Que ya no íbamos a estar excluidos del desarrollo nacional. Pero cuando empecé a ver toda la destrucción que hacían, las violaciones de derechos humanos, ya en 1988 tomé la decisión de renunciar. En ese tiempo un profesional que renunciaba era perseguido. Dije que iba a estudiar. Pero yo nunca milité en el partido.

¿En qué momento empieza a interesarse por los derechos humanos?
Cuando vi que forzosamente desplazaron a la gente sin su consentimiento. Yo recuerdo a las abuelas pidiendo a los miembros del Ejército que por lo menos se llevaran una sábana o una porra, y ellos decían que no, que por la soberanía nacional tenían que sacarlas de ahí. Aunque yo sentía que estaba ayudando a mi comunidad por medio de mi profesión, sentía que como enfermera no escuchaban mi opinión, y en ese momento no podía optar a una profesión que me subordinara al Estado. Entonces opté a Derecho.

Foto cortesia CEJUDHCAN

¿Usted cree que hay una confrontación entre el Pacífico y las comunidades indígenas del Caribe?
Lo que existe es una discriminación institucionalizada por parte del Estado de Nicaragua. No es una cuestión de Pacífico – Norte o Pacífico – Costa, sino que hay diferentes formas de discriminación o racismo que ha venido creando el sistema.

Un racismo cultural.

Por supuesto. Cuando yo estudiaba Derecho en la UCA y con otras muchachas hablaba misquito, me decían: “Oe, aquí no hablen eso, aquí estamos en Nicaragua”. Pero ellos no tienen la culpa, cuando uno analiza bien esa pirámide de la colonización. Hacer creer a unos que son mejores que otros. Yo he sentido discriminación desde mi infancia. En las legislaciones del tiempo de Somoza hablaban de los hijos bastardos. Los hijos dentro del matrimonio tenían más privilegios que uno fuera de matrimonio, como yo.

¿Ese racismo también se manifiesta entre diferentes etnias indígenas? Por ejemplo, entre misquitos y mayangnas…
Hay diferentes formas de racismo, pero eso lo ha venido promoviendo la colonización interna y la colonización externa. El que tiene el poder y los recursos económicos es el del Pacífico, que habla español, que el banco le puede otorgar préstamos, y luego cuando él trabaja ese préstamo en la Costa, va a buscar a alguien que sea fluido en español, y luego, el español va a buscar un afrodescendiente porque habla inglés y puede tener relación con una empresa de exportación, luego viene el misquito, y luego el mayangna y así sucesivamente. Y el Estado, en vez de establecer una igualdad, lo ha promovido (el racismo). Ahí lo ven, la mayoría de la gente que está en el poder ahorita es afrodescendiente. Por supuesto, esto ha creado este racismo entre misquitos y mayangnas o entre misquitos y afrodescendientes y viceversa.

¿Qué significa para usted la figura del colono en este momento?
Esa palabra colono no la iniciamos nosotros. Salió de las comunidades. La Ley 445, la Ley de propiedad comunal, habla de “terceros”, y tercero es la persona natural o jurídica que ha venido a ocupar las tierras de ellos sin el consentimiento de ellos y sin ningún documento. La ley dice que son terceros aquellas personas que podían tener un título de reforma agraria antes de 1987 y se le reconocía, se le iba a respetar. Había otras personas que habían venido, pero no tenían ningún tipo de título y que habían ocupado de forma ilegal, pero seguían siendo terceros. Cuando empezó la invasión masiva, yo empecé a escuchar “colonos” en unas asambleas. Colonos y terceros. ¿Qué es colonos para ustedes?, pregunté en una asamblea con aproximadamente 200 indígenas. Para nosotros, me dijeron, terceros son aquellos que dice la ley, pero colonos son las personas que han venido a ocupar nuestras tierras después que el gobierno nos dio títulos. El gobierno quiere tomarse todo y está mandando a esa gente a nuestra tierra para colonizar. Ellos les dicen “terceros” a los campesinos pobres que ya convivían con ellos y que han sido respetuosos con las normas tradicionales. Los colonos no respetan. Son gente que está armada, que no respeta a los ancestros ni a las autoridades tradicionales, han secuestrado y asesinado.

¿Ven a los colonos como enemigos?
Ellos los ven como alguien con quien no pueden convivir.

¿Hay una guerra?
Yo no diría que es una guerra. El Estado de Nicaragua ha motivado la invasión de los colonos a través de las concesiones y permisos para usurpar la propiedad de las tierras. Ellos no creen en la propiedad comunal. Las mismas alcaldías mandan a cobrar los impuestos de los despales del bosque y de las actividades extractivas. No es una guerra declarada, sino una discriminación institucionalizada. Jamás e Estado de Nicaragua ha protegido la propiedad comunal como protege la propiedad privada. Esa es una forma de discriminación racial.

¿Está en peligro la supervivencia de los indígenas en Nicaragua?
Por supuesto que sí. Así como le pasó a los hermanos y hermanas indígenas del Pacífico, Centro y Norte. Lo que cuentan ellos es casi similar. Los dejaron sin tierras y les han negado la autonomía. Quieren exterminarnos, crear un etnocidio, porque al desplazar donde hay más población de colonos, dentro de las tierras indígenas esas van a tratar de dominar a la otra población. El etnocidio es que además de perder nuestro territorio, esta generación pierda su identidad cultural. Si usted viera las cartas de los colonos. Ellos asesinan y dejan cartas con una estaca en el cuerpo del misquito o dejan cartas en bolsas plásticas amarradas en un árbol por donde pasan los indígenas. Les dicen: “Ustedes los misquitos —ellos usan una palabra muy despectiva, nos dicen “moscos”— deben entender que no tienen gobierno. El gobierno nos protege a nosotros. Y como nicaragüenses que somos tenemos derechos a estas tierras. No nos van a sacar nunca”. Tenemos varias notas. Son mensajes duros.

¿Ustedes recurren a la Policía o al Ejército para buscar protección? ¿Tienen algún respaldo de estas instituciones?
En ningún momento. Cuando las comunidades me llaman para asesorarlas, nosotros les decimos: “Acuda primeramente al puesto militar más cercano y dígales que los acompañen”. Ejemplo, cuando hay secuestro. El Ejército y la Policía les han contestado que ellos no tienen autorización de su jerarquía para darles acompañamiento. Pero si nosotros vamos en nuestros botes y vamos a reunirnos, sí somos retenidos y requisados por el Ejército.

Podría decirse que este Estado tampoco respeta los derechos de otros ciudadanos. Digamos que en el abuso es más igualitario.
La crisis de los indígenas no es con 2018. Nosotros ya lo vivíamos y se fue agravando, desde una intimidación, amenazas de muerte hasta asesinatos, secuestros e indígenas desaparecidos. No estaba sensible la sociedad nicaragüense de que nos estaban matando. Fue a raíz del 2018, con la crisis de derechos humanos que se profundizó en el país, que muchas de las sociedades civiles han reconocido. Incluso, los estudiantes han pedido disculpas: “Oíamos de eso, pero no le poníamos mente”. Y dentro de esta crisis seguimos luchando porque en medio de la lucha del país se puede invisibilizar la lucha de los pueblos indígenas y afrodescendientes.

¿Qué significa para usted el premio que acaba de recibir?
Este reconocimiento lo he aceptado con mucha humildad, porque en primer lugar no lo asumo a título personal. Lo he aceptado en nombre de los pueblos indígenas de Nicaragua. Y, particularmente, por aquellas personas que han dado su vida defendiendo la tierra. Yo no podría hacer lo que hago sin aquellos defensores y defensoras de derechos humanos dentro de las comunidades. Este premio viene a visibilizar este contexto crucial del pueblo de Nicaragua. No es igual que decirlo, la crisis humanitaria, alimentaria, que hay. Los indígenas han sido desplazados de sus parcelas. Los testimonios son muy tristes. A las madres escuchas decir que solo tienen un tiempo de comida y ese tiempo es solo banano con sal.

Foto cortesia CEJUDHCAN

Plano personal

  • Lottie Cunningham Wren nació hace 61 años en Bilwaskarma, una comunidad a la orilla del río Coco, frontera con Honduras, que se le conocía como la Mosquitia nicaragüense.
  • Nació fuera de matrimonio, pero se crio desde los cuatro meses con la madre de su padre, la abuela Elvida Cunningham Davis, un personaje fundamental en su vida. A su madre la conoció hasta los 20 años.
  • Decidió estudiar Enfermería influenciada por una tía que era enfermera y porque en Bilwaskarma había una escuela de enfermería administrada por la Iglesia morava. En 1979, cuando a ella le faltaba un semestre para terminar la carrera, los sandinistas cerraron la escuela de Bilwaskarma y Lottie Cunningham vino a la Upoli a terminar sus estudios en 1980.
  • En la casa de su abuelo convivió con otros 11 primos. Se hablaba misquito e inglés creole. Al entrar en la escuela se vio obligada a aprender a hablar español. “Para nosotros el español era muy difícil”, dice.
  • Ha estudiado Enfermería, licenciatura en Administración de Salud Pública, Derecho y maestrías en Derecho Local y otra en Derecho Internacional de Medioambiente y Derechos Humanos.
    En 1997 cofundó el Centro por la Justicia y los Derechos Humanos de la Costa Atlántica de Nicaragua (Cejudhcan), que actualmente dirige y es el representante legal de 197 gobiernos comunales y nueve gobiernos territoriales.
  • Esta casada con un afrodescendiente y tiene un hijo y dos nietas. “Cuando nos casamos yo le dije: ¿Usted está claro que se está casando con una mujer de campo? ¿Está dispuesto a irse conmigo a mi comunidad cuando yo regrese?”

La Prensa Domingo derechos indígenas Lottie Cunningham

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