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estuvo presente cuando decidimos levantar los tranques pacíficamente". LA PRENSA/ARCHIVO

“El papel de René Sándigo fue un papel vergonzoso. Sándigo estuvo presente cuando decidimos levantar los tranques pacíficamente”. LA PRENSA/ARCHIVO

Entrevista | Lenín Salablanca: “No tengo miedo de morir”

Detrás de su explosividad hay un hombre religioso, cariñoso con sus hijos, que vivió en la más completa indigencia hasta que un día su madre fue a rescatarlo a Costa Rica

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En la conversación usa un tono calmo y disfruta contando su vida hasta ahora, que casi a diario es asediado por la Policía. Es precisamente en esos ataques que Lenín Salablanca deja el tono calmo y explota en un arrebato de fuerza y palabras.

Lo han rodeado oficiales más altos que él y fuertemente armados, pero la fuerza que ejerce Salablanca le sobra para ofrecer resistencia. “¡Si me vas a pegar el balazo, pegamelo, pegamelo si me vas a matar!”, le gritó en una ocasión a un oficial armado con un AK-47.

Detrás de esa explosividad hay un hombre religioso, cariñoso con sus hijos, que vivió en la más completa indigencia en Costa Rica, que durmió en la calle, se drogó y robó hasta que un día su madre fue a rescatarlo.

Aquí repasa su papel en las protestas y tranques en Juigalpa, critica la gestión del obispo René Sándigo y cuenta sus días en El Chipote.

No aspira a un cargo político, pero tiene una petición para los opositores. Su máxima aspiración es trabajar en paz, ver crecer a sus hijos, terminar la secundaria y ver caer a la dictadura de Daniel Ortega.

¿Qué recuerda de su niñez?

Fue una niñez feliz hasta los 10 años y después se murió el abuelo con el que me crie. Entonces me dediqué a vender raspadita, luego acompañé a un primo a lustrar zapatos. Ahí comenzó mi vida con una familia disfuncional. Mi papá dejó a mi mamá y yo me dedicaba a las vagancias. Yo viví como indigente desde los 13 años. Me fui a Costa Rica y así viví hasta la edad de 22 años. Nueve años pasé en la indigencia. Literalmente, cuando te hablo de indigencia es literal.

¿Por qué se fue a Costa Rica tan joven?

Me fui en busca de trabajo. Siempre he sido una persona rebelde, pero en ese tiempo no diría que me desperdicié. Tomé la decisión de irme con el consentimiento de mi madre y allá me encontré a mi papá y fue un fracaso total, porque agarré la calle bajo la tutela de él y en un descuido me miré permaneciendo en la calle durante nueve años. Pasé comiendo de la basura, durmiendo en cartones, robando, pidiendo, sin bañarme, hediondo.

¿Qué fue lo que más le marcó de esos nueve años viviendo en la calle?

Lo más difícil eran estas temporadas, estas fechas navideñas. Existe una canción que todavía me sigue conmoviendo, sobre todo luego de pasar una Navidad en la cárcel. Aquella que dice “Tú que estás lejos de tus amigos, de tu tierra y de tu hogar”. Siempre añoraba regresar a mi familia, pero tenía temor de saber que les había sucedido algo en el transcurso de esos años. No soportaba la idea de que me dijeran que mi mamá se murió o que uno de mis hermanos se murió. Entonces me decidí alejar completamente.

Pero hubo un retorno.

Sí, hasta que un 26 de diciembre mi mamá me llegó a traer allá a Costa Rica. Tres intentos hizo mi madre por encontrarme. En el primero me la agarró Migración, en el segundo intento no me encontró y en el tercer intento ella me cuenta que dijo: “Señor, si es tu voluntad que lo pueda encontrar esta vez y si no que pase lo que tenga que pasar”. Mi mamá me encontró y decidí venirme para Nicaragua y mi vida cambió. Hice una familia, me dediqué al trabajo, me alejé de todo lo malo.

¿Cómo lo recibió su familia?

No tenés idea. Eso fue emocionante. Recuerdo que había dejado a mis hermanos pequeños, uno de siete años y el otro de nueve. Cuando los encontré, ya eran unos hombres trabajadores. Yo les pedí perdón y nunca se me olvidan las palabras de mis hermanos cuando me dijeron que no tenían nada que perdonarme.

Dice que ese tiempo en la indigencia no fue un desperdicio, ¿por qué?

Lo digo porque en la calle también miré y viví en carne propia lo que es la injusticia. Miré lo que es poder ayudarle a una persona que no es tu familia y tenés empatía por el sufrimiento que está pasando. Mucha gente decidió ayudarme en ese lapso de mi vida y eso me quedó grabado para siempre y me marcó.

¿Cómo comenzó a involucrarse en las protestas de abril de 2018?

Hasta ese año yo era una persona que no se metía en la política. Yo era de esas personas que decía que si no trabajás no comés. Crecí hasta los 10 años escuchando música testimonial, porque nosotros venimos de raíces sandinistas. Entonces yo me crie con la idea de que el Frente Sandinista y Daniel Ortega miraban por los pobres, que era el presidente de los pobres. En 2006 yo voté por Daniel Ortega, pero en el transcurso del tiempo comencé a visualizar que las cosas no eran como las que nos habían inculcado. Miré corrupción, las violaciones a los derechos humanos como la matanza de Las Jagüitas. Entonces participé en una marcha del Movimiento Campesino y sentí la injusticia. Comencé a decirle a mi familia que el Frente Sandinista solo velaba por sus intereses y los de sus cercanos, y en son de broma me comenzaron a llamar infiltrado y liberal. Cuando pasó lo de los viejitos en León por lo de la pensión, yo hablé con mi mamá —que es jubilada— y le dije que era una injusticia y que me iba a involucrar. Al día siguiente busqué la primera protesta que había.

¿De dónde le viene esa rebeldía?

Esta lucha yo la considero uno de los regalos más grandes que he tenido. Por eso te digo que esos años en la calle no fueron un desperdicio, porque ahí aprendí a forjar mi carácter y enfocarlo en algo positivo. No hay nada más positivo que levantar la voz en signo de rebeldía sin temor a lo que pueda pasar, cuando es por la verdad de Nicaragua.

Hay gente que lo mira y piensa que usted es un valiente y otros dicen que se expone por gusto. ¿Qué dice usted?

Les digo que lo hago por amor a un pueblo que busca su libertad. Lo que yo hago sé que no es mucho, pero lo hago con toda mi disposición y transparencia.

Lea además: La historia de Lenín Salablanca, el pequeño comerciante que se enfrenta a la Policía 

En Juigalpa se levantó uno de los tranques más grandes que se miró en 2018.

Fue difícil porque tuvimos ataques no tan violentos como en Masaya, Managua o León, pero tuvimos enfrentamientos.

¿Qué papel jugó usted en esos tranques?

En muchas ocasiones las mismas personas que estaban conmigo me quisieron vapulear. Porque en muchos momentos agarramos a personas conocidas del pueblo que eran policías y se infiltraban de civil, entonces muchas veces la gente quería actuar y los entiendo y los comprendo por la emoción que se siente en ese momento. Pero uno de mis principales papeles fue tratar de proteger la vida de cualquier ciudadano, independientemente de su ideología política. Yo los saqué y se los entregué al Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh). A varios policías y personas saqué para que no se les hiciera daño. Desde siempre dije que si la lucha era pacífica, se debía de demostrar que era pacífica y si estamos en contra de los violentos, no debemos actuar de la misma forma. Poco a poco me fui ganando la confianza y sin querer queriendo me tuvieron como un líder.

En aquel momento el obispo de Juigalpa era monseñor René Sándigo, ¿qué opina del papel que tuvo durante las protestas y el levantamiento de los tranques?

Vergonzoso. Fue un papel vergonzoso y así lo llamo. Sándigo estuvo presente cuando decidimos levantar los tranques pacíficamente y él sirvió de intermediario. Estuvo reunido Sándigo; Arístides Gómez, que era el secretario político del Frente Sandinista; Bayardo Rosales, comisionado de la Policía de Juigalpa en su momento; estuvo el Cenidh y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y varios representantes del tranque, entre ellos yo. Llegamos al acuerdo de quitar el tranque pacíficamente, sin que nos procesaran y nos dijeron que podíamos manifestarnos sin obstaculizar el tránsito. Ya vimos los resultados, me tocó vivir casi 11 meses preso.

¿Cómo fue el día que lo secuestraron?

Luego de levantado el tranque, muchos se fueron al exilio, pero yo me quedé. En una de esas me agarraron los paramilitares y me encañonaron, me pusieron un lanzamorteros en el pecho y me pegaron una arrastrada de casi media cuadra frente a la misma Policía, pero no me fui. El 19 de agosto de 2018 me voy para Santo Tomás y ahí es donde me capturan y me llevaron para El Chipote.

Cada preso político cuenta de manera diferente su paso por esa temida cárcel, ¿para usted cómo fue permanecer ahí?

Siempre he visto la mano poderosa de Dios dándome fortaleza y usándome para darle fortaleza a otros hermanos. Ahí se hacían cultos, rezos, cantábamos. El día de mi cumpleaños por cantar el Himno Nacional entraron sonando las puertas. ¡Ban! ¡Ban! ¡Ban! ¡Cállense! Y los demás se quedaron en silencio y yo seguí cantando. Escuché como abrieron el portón, yo estaba en ropa interior sobre mi cama, me ordenaron tirarme al suelo y con las manos sobre el cuello y me comenzaron a golpear en los costados con los puños. A cada golpe yo les decía: “solo sé que estoy con Cristo”. En otra ocasión me mandaron a una celda pequeña y oscura donde no se miraba más que un rayito de luz. Me daban solamente 10 minutos de agua al día para hacer mis necesidades, sin jabón, sin pasta de dientes, sin papel higiénico. En El Chipote estuve un mes y dos días y luego me trasladaron a La Modelo.

¿Qué es lo que más recuerda del tiempo que estuvo preso en La Modelo?

Ahí me tuvieron que cambiar de celda porque me acusaron de levantar las masas. Llegó el alcaide, de nombre Venancio Alaniz Ulloa, junto a una señora que andaba con los que yo llamo de “la comisión de la mentira”. La señora preguntó que cómo estábamos y le dije la verdad. Que estábamos mal, en celdas llenas de zancudos y en malas condiciones. Se enojó y me dijo que por mis tapas estaba preso y le respondí que estaba preso por pronunciarme sobre las injusticias del gobierno. Dieron la vuelta y volvimos a cantar el himno. Se devolvió Venancio Alaniz, me agarró del cuello, me arrastró ahí frente a todos y me esposaron durante doce horas; recuerdo que estuve de las ocho de la mañana a las ocho de la noche. Luego me llevaron a una celda de castigo conocida como la 004. Ahí pasé varios meses y luego me trasladaron a la 300.

Esas son las celdas de máxima seguridad y dicen que son las peores.

Yo creo que ya había perdido el miedo o, más bien, por los nervios me da por hablar. Pero yo entré a la 300 pegando gritos de ¡viva Nicaragua libre! Me volvieron a decir que me callara y no les hice caso. Increíblemente, el día que nos sacaron y eso que fui uno de los últimos en salir, llegó el encargado y me dijo que iba libre, que iba donde mi familia y mis hijos, pero que le hiciera el favor de no salir gritando. Imaginate, ha pasado tanto tiempo y sigo pegando gritos en la calle como loco.

¿Está consciente de que usted es de los pocos ciudadanos que se enfrenta e incluso hace bromas frente a los policías que lo reprimen?

Sí. (Ríe) Yo siempre actúo de la manera en que ellos actúan y muchas veces algunos vienen y se presentan pasivos y los logro identificar. Grabo el video porque lo tengo que grabar, pero no lo hago para que digan que soy farándula y muestra de eso es todo lo que te he contado. En El Chipote no había cámaras y levanté mi voz y las personas que estaban conmigo saben que es cierto. Cuando vienen y me quieren requisar yo grabo y esa es mi naturaleza y mi herramienta que tengo. Aunque algunas veces vienen agresivos como para llenarme de temor y automáticamente mi manera de ser es la contraria a lo que me quieren hacer sentir y reaccionó de manera no violenta. Nunca le he levantado la mano a ninguno de ellos. Pero sí me enojo y quiero que miren ellos y la población de que lo que hacen es injusto.

¿Qué dice su familia sobre todo lo que están viviendo?

Mi mamá me pide que me aleje de esto y que solamente Dios puede cambiar esta situación. Yo le pongo el ejemplo de los mártires, que no se quedaron sentados sin hacer nada, ella es católica. Le pongo el ejemplo de San Sebastián. Mis hijas me dicen que estoy loquito y ni cómo decirles nada porque así vienen ellas con mi carácter. Pero esta lucha para mí ha sido más espiritual que política y digo esto porque no aspiro a ningún cargo político y no se me ha cruzado nunca por la mente. Yo solo quiero trabajar y ver a mis hijos crecer, que digan que esto cambió y yo estuve ahí.

¿Qué opina de la oposición?

Me gustaría verlos unidos. Yo sé que por ley deben existir personas que ejerzan cargos, pero quiero que esas personas que aspiran a esos lugares sientan en carne propia lo principal, que es el dolor del pueblo.

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¿Cuál sería su postura si Daniel Ortega vuelve a robarse unas elecciones?

Si es por cosas de la vida que en Nicaragua existen unas elecciones y se las vuelven a robar, yo voy a seguir igual. A mí se me han cerrado muchas puertas en mi trabajo, pero voy a seguir dando lo mejor de mí para mi familia y el pueblo.

¿Qué opina de Daniel Ortega?

El zorro bota el pelo, pero no las mañas. Es un desconsiderado al que pudo más su ambición de poder y por cuidar sus conquistas se transformó en un esclavo de lo que conquistó. Pese a eso no odio a nadie, no quiero enfermarme ni dejar que algo cambie en mí, no vaya a ser que me transforme en eso.

Ha estado rodeado de policías armados con fusiles de guerra, lo han golpeado y se lo han llevado detenido. ¿Cuál es el momento en que más ha tenido miedo o ha sentido que pudo perder la vida?

(Silencio)… Fijate que no me había hecho esa pregunta. Nunca me había hecho esa pregunta la verdad. (Silencio de nuevo)… Te voy a contestar con toda honestidad. No tengo miedo de morir, hermano. No tengo miedo, no tengo miedo de morir. En el transcurso de esta lucha he pensado en todo, menos en sentir miedo. Aunque no sepamos qué va a pasar mañana.

Plano personal

Lenín Antonio Salablanca Escobar nació el 12 de septiembre de 1982 en Juigalpa, Chontales.

Casi toda su vida ha sido comerciante. Ha vendido desde chicles, caramelos, hasta joyería y raspadita.

Sus padres son el comerciante Edgar José Salablanca, que vive en Costa Rica, y doña Alba Marina Escobar Báez, que es profesora jubilada.

Su padre es exguerrillero sandinista.

Es el mayor de cinco hermanos.

Está casado y tiene cuatro hijos.

Le encanta comer de todo, pero asegura que un platillo que quiere volver a probar son los caracoles negros.

Cuando comenzaron las protestas, estaba estudiando el tercer año de secundaria. Abandonó los estudios para participar en las marchas. Dice que quiere terminar la secundaria.

Pasa sus ratos libres leyendo.

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