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Así quedaron los siembros de Santana Flores, en San Rafael del Norte. LA PRENSA/ Cortesía Uchon Rikolto

Productor jinotegano: “El río arrasó con todo y ahora tengo que empezar de cero”

Los huracanes Eta y Iota causaron estragos en las cosechas y muchos productores todavía no consiguen levantarse tras haberlo perdido todo. “Solamente Dios podrá salvarnos”, dice el campesino Santana Flores

El Río Viejo de San Rafael del Norte se desbordó el 17 de noviembre, luego de varias horas de lluvia torrencial, y se dejó ir “bravísimo” sobre los cultivos del campesino Santana Flores, de 65 años, agricultor de toda la vida. Parte de sus matitas de tomate y chiltoma estaban en plena cosecha y el resto “en estado de crecimiento”, lamenta. “Todo eso fue perdido, con toda su estructura, el río arrasó con todo y ahora tengo que empezar de cero”.

Sus cuatro manzanas cultivadas le habían sobrevivido a las precipitaciones del huracán Eta, pero no resistieron las del huracán Iota. En menos de quince días estos dos ciclones categoría cuatro tocaron tierra en Nicaragua y causaron estragos en el sector agricultor.

Todavía no nos había golpeado Iota, que fue el peor de los dos huracanes, y ya se estimaba una pérdida de granos básicos y vegetales entre el 70 y 95 por ciento en Jinotega, Las Segovias, Matagalpa y Carazo, de acuerdo con un informe de la Mesa Nacional para la Gestión de Riesgo. Para el 7 de noviembre, esta ONG registraba 34,095 personas directamente afectadas por los daños en este sector.

Lea además: Productores preocupados por daños en cultivos de Las Segovias, Matagalpa y el Caribe

En el caso de la Unión de Cooperativas Hortícolas del Norte (Uchon), a la que pertenece Santana Flores, ha reportado pérdidas en un total de 124.5 hectáreas, tras el paso de los dos ciclones. Para los productores afectados eso significa que perdieron todo o casi todo lo que invirtieron y ahora solo les quedan las deudas; aparte de que las lluvias se llevaron el trabajo de muchas semanas.

El agua arrastró las matas de tomate y chiltoma. LA PRENSA/ Cortesía de Uchon Rikolto

Hasta las gallinas

El día que el río se creció, la familia de Santana Flores abandonó su finca, La Ceiba, ubicada en Namanjí, San Rafael del Norte, municipio del departamento de Jinotega, para ponerse a salvo. Atrás dejaron casa, gallinero y cultivos, y cuando volvieron solo encontraron la casa.

Las gallinas y las plantitas se ahogaron, y la provisión que se hallaba dentro de la vivienda también se perdió, porque los sacos de maíz y frijoles que estaban apilados en el suelo, se mojaron. El río igual se llevó la infraestructura utilizada para la siembra: tubos, mallas, alambres, cintas, mangueras, conectores, telas, postes… Flores calcula que perdió más de millón y medio de córdobas.

Según un informe de la Uchon, las pérdidas económicas de las seis cooperativas que la conforman ascienden a más de un millón de dólares (U$1,187,000.00). La más afectada fue la de Saclalí, con un 42.58 por ciento del total de área afectado y pérdida total de infraestructura de agricultura protegida en un área de 5.4 hectáreas.

Los cultivos más dañados, dice el informe, representan el 74 por ciento del total del área afectada y son, en este orden: la cebolla (20 %), el tomate (16%), la lechuga (15%), el repollo (13%) y el chile dulce (10%).

Parte de los estragos. LA PRENSA/ Cortesía de Uchon Rikolto

“Una mano amiga”

De la cosecha de Flores dependían de manera directa las 18 personas que trabajan con él; además de su esposa y sus nietos. Pero la principal repercusión la tendrá en sus deudas. Todavía “no había pagado ni un centavo por la estructura” para siembra que le facilitó la cooperativa.

“Con esta pérdida estoy empezando de cero, para sembrar dos mil o mil 500 palitos,  pero ya revivirme completamente no creo”, expresa. “Aquí no hay nada que hacer. Solamente Dios podrá salvarnos o alguna mano amiga que pudiera ayudarle a uno como productor”. Quizá las casas comerciales puedan brindarles a los afectados facilidades para la adquisición de semillas, sugiere.

Mientras él busca cómo “salir del hoyo”, los productores que no perdieron sus cosechas están vendiendo la caja de tomates a un precio de “900 a mil córdobas en campo”. En condiciones normales, dice, esa misma caja cuesta de 200 a 300 córdobas.

Para Flores este es el peor golpe que ha sufrido en sus muchos años dedicado a la agricultura. “No tengo nada”, dice. “Estamos comenzando a dar pasitos”.

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